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El miedo es una respuesta emocional compleja, que puede emerger en diferentes tipos de situaciones. En ocasiones nos ayuda en la supervivencia, pues ante un peligro se activa como mecanismo de alerta y nos impulsa a tomar precauciones a fin de protegernos.
La ausencia de miedo ante peligros reales pudiera llevarnos a poner en riesgo nuestras vidas. Sin embargo, el miedo también puede ser una respuesta patológica, irracional y desmedida. En estos casos, en lugar de actuar como protector, se vuelve en contra nuestra.
En los casos antes citados nos referimos al miedo que nos paraliza, que limita nuestro accionar. Este miedo no puede ser conservado en nuestro interior durante mucho tiempo, pues muchas veces no nos deja ser nosotros mismos, nos impide actuar, pensar, crecer y desarrollar todo nuestro potencial.
Cuando el miedo resulta injustificado, paradójicamente se puede sentir por varios motivos, pero sin dudas casi siempre esta determinado por la forma en que fuimos educados. Este tipo de miedo esta muy relacionado con las relaciones sociales que hicimos en nuestra infancia y primera juventud.
Otras veces está determinado por situaciones o circunstancias que vivimos ya de adultos, experiencias que nos llenan de inseguridades y temores. En ocasiones este tipo de miedo es causado por algún trauma emocional significativo, o de situaciones de estrés que se prolongaron en el tiempo y minaron nuestro potencial para crecer confiados.
El miedo patológico se manifiesta con el temor a lo desconocido, sobre dimensionando los riesgos y minimizando los posibles logros que podríamos obtener al abrirnos a una nueva experiencia. Este miedo puede distorsionar nuestra evaluación real, afecta el equilibrio de ventajas y desventajas ante nuevas posibilidades o alternativas.
Cuando se trata de un miedo patológico, ante cualquier estimulo de riesgo el cerebro envía una señal inhibitoria con el fin de protegernos del peligro; este mecanismo se activa tanto cuando el miedo se basa en riesgos reales o imaginarios.
Vivir este tipo de miedo de manera sostenida a lo largo del tiempo, produce deterioros significativos a la salud en general. Afecta de manera significativa la calidad de nuestras experiencias diarias, y reduce el correcto ejercicio de las funciones vitales, tales como el sueño, la relajación, la capacidad de sentir goce pleno, entre otros factores que necesitamos en el día a día para tener una vida plena.
A nivel cerebral incrementan algunas sustancias bioquímicas, llegan a afectar funciones ejecutivas tales como la memoria y la concentración. Un efecto a largo plazo es también la reducción de las potencialidades de nuestra inteligencia y una disminución drástica de nuestra creatividad.
Frente al miedo podemos reaccionar de diferente forma:
-Huir de lo que nos da miedo: de esta forma no desaparece el miedo, pero evitamos enfrentarlo.Sin embargo, es insostenible huir toda la vida a lo que nos causa temor.
-Evitar lo que nos provoca miedo, esto te llevará de manera paradójica a que tu vida gira en torno a lo que te da miedo, ya que podrías llegar a planificar tus actividades basándote en aquello que no quieres vivir.
-Afrontar el miedo, sobre todo al miedo infundado, te hará más fuerte y con el tiempo las habilidades de confrontación pudieran incluso ayudarte superar esta emoción tan compleja.
Existe un circulo del miedo y este pasa por varias etapas hasta impedirnos salir del mismo: En la primera fase, el miedo está cargado de imaginación, está más en nuestra mente; como reacción a esto, surge la segunda fase, en la que te inhibes o frenas, y finalmente en la tercera fase te paralizas.
Recomendaciones de cómo manejar el miedo:
-Busca relajarte en un lugar tranquilo.
-Realiza ejercicio de respiración.
– Escribe sobre tu miedo, es recomendable confesarlo, hablar de él y de todas las emociones que genera.
Y por último el miedo sin fundamentos debe ser encarado y vencido. La autora es fundadora y directora Colegio Montessori Learning Center. Facbook/MLC.MontessoriTwiter:@MLC_School /Instagram:@virginiapardilla279.