En los últimos 20 años, Israel es reconocido por su capacidad de innovación, asimismo como la segunda potencia tecnológica del mundo, superada sólo por Estados Unidos. Hoy, Israel cuenta con más de 135 empresas listadas en el Nasdaq, compitiendo seriamente con Silicon Valley, zona que posee los establecimientos de investigación y desarrollo más rentables del mundo. Israel pasó, en menos de cuarenta años, de ser un pueblo de recursos limitados a uno con una industria tecnológica de dimensiones mundiales.
Si miramos a Israel desde una perspectiva histórica, nos encontramos con un pueblo que fue echado, muchas veces, de sus tierras, a las que volvió. Atravesados por constantes enfrentamientos religiosos y territoriales, guerras, terrorismo y acorralamiento diplomático. Un pueblo azotado por conflictos bélicos y políticos. Un pueblo con un suelo desierto y hostil para la vida y golpeado por la escasez y la desesperanza. Es de esperarse que nos preguntemos cómo ha logrado sin recursos naturales, ni relaciones políticas, fundado por inmigrantes relativamente pobres, convertirse en una de las capitales de la tecnología, innovación y emprendimiento.
La formación académica es uno de los principales factores que posibilitó el cambio en su modelo económico. De acuerdo con el Banco Mundial, Israel invirtió alrededor del 5.6% de su PIB en educación, un 13.5% del total del gasto público. Israel cuenta con 140 ingenieros por cada diez mil trabajadores: el porcentaje más alto del mundo, incluso muy por encima de Estados Unidos y Japón donde se cuentan, aproximadamente, 70 y 65 ingenieros por cada 10,000 trabajadores respectivamente.
Israel tiene tres de las mejores universidades del mundo. Su excelente sistema académico se ha convertido en el pilar de su ventaja comparativa. El pueblo judío representa el 0.2% de la población mundial, sin embargo, posee el 31% de los premios Nobel en Medicina y el 27% en Física.
Se ha enfocado en crear los populares centros de transferencia tecnológica en las universidades y en los centros de investigación, que permiten adaptar las investigaciones hasta convertirlas en proyectos empresariales que podrán desarrollar. Encontrar el apoyo necesario en estos lugares posibilitó que Israel produzca, cada año, cerca de 250 inventos por millón de habitantes.
Otra de las estrategias de Israel, la encontramos en su gran inversión en investigación y desarrollo, que representa el 4% del PIB, la cifra más alta del mundo. Invierte cerca de 140 dólares por habitante en las famosas Startups tecnológicas.
La cultura también constituye un factor primordial en el presente de Israel. Tienen una cultura predominantemente militar como consecuencia de la necesidad de protegerse desde sus inicios y su situación política. En este orden de ideas, es obligatorio que todos los jóvenes al cumplir los dieciocho años presten servicio militar. Desde pequeños son preparados para asistir a este servicio y formados en los mismos valores que se les inculcarán en la milicia. Luego de finalizar el servicio son alentados a asistir a las universidades a continuar sus estudios y a aplicar lo aprendido, inmediatamente, en actividades comerciales.
Desde pequeños se les inculca a los israelíes una idiosincrasia denominada Jutzpá, que no es más que estimular la audacia, el atrevimiento y romper el miedo al riesgo y al fracaso. Han creado una cultura de ensayo y error que les ha permitido intentar de todo sin temor a equivocarse y tener que empezar de nuevo. Se consideran a las fallas como el aprendizaje que le permitirá tener éxito la próxima vez que inicie un nuevo proyecto. Su misma historia les ha permitido convertirse en una población resiliente y creativa que busca oportunidades en cada fracaso.
En nuestro próximo artículo, veremos cómo Israel ha llevado a la práctica todas estas ventajas comparativas, así como su impacto en el mundo.
Investigadora asociada: Julissa Lluberes.