La familia es cósmica, planetaria, sagrada, omnipresente. Mas, su unanimidad; sus texturas, términos y “presupuestos” antropológicos, admiten múltiples y complejas variaciones en tiempo histórico, espacio sociocultural y contexto político. Desde la sumisión patriarcal hasta el empate ilusionado. Desde el arraigo poligámico hasta las volátiles expectativas domiciliares de la monogamia. Desde los tópicos atributos del pacto matrimonial hasta los espejismos libertarios del amor romántico. Desde las turbas unitarias generacionales hasta los vertiginosos reflectores monoparentales de la familia en los umbrales de la poshumanidad.
En los Estados Unidos, América Latina y el Caribe impera el paradigma familiar europeo, basado en el suprematismo del matrimonio monogámico que consagra la “unión eterna” de los cónyuges, “libremente y en orden de igualdad”, mediante un “cuadre” de afectos e intereses teóricamente “indisoluble”. Con todo, desde finales de la sexta decada del siglo XX, el reino de la familia conyugal como modelo gestado y ratificado por la Iglesia desde los albores de la Edad Media, experimenta un proceso de mutaciones vegetativas e ideológicas que, para algunos notables científicos y pensadores de la modernidad y la posmodernidad, constituyen pruebas axiomáticas del colapso operativo de la familia.
Sin embargo, desde hace más de siete siglos, la mitología de la familia conyugal no sólo predomina en la estructura social, sino también en el imaginario artístico y la cultura visual de Occidente, constituyendo una de las temáticas más fértiles y esplendorosas de la pintura y la escultura desde la Baja Edad Media (siglos XIII-XIV-XV), el Renacimiento (siglos XV-XVI), el Manierismo (primera mitad del siglo XVI hasta principios del XVII), el Barroco (finales del siglo XVI hasta principios del XVIII), el Neoclasicismo (siglo XVIII), el Impresionismo (segunda mitad del siglo XIX) hasta las vanguardias estéticas del siglo XX y las prácticas artísticas contemporáneas.
Así, el proceso formador de la cultura visual occidental, estará traspasado por la introducción de una serie de dispositivos semióticos dirigidos a la producción de discursos visuales conforme a los cánones activados por el catolicismo a partir del Concilio de Trento (1545-1563) en la búsqueda de la representación de la ideología matrimonial mediante temas pictóricos reiterados como los “Desposorios Místicos”de María y José; la adoración de los pastores; la huida a Egipto; el hogar de Nazaret y la “Sagrada Familia”.
Tales dispositivos, no sólo fueron altamente efectivos en la propagación de las historias relacionadas con la “Anunciación”, el nacimiento o la niñez de Jesús, sino también como estrategia aleccionadora dirigida hacia la fragua de un núcleo familiar y un cuerpo social sujetos a la Iglesia y al statu quo. Como se sabe, el miedo (“temor a Dios”) como instrumento de control y la sumisión de los fieles a las autoridades eclesiásticas, son principios caros de una Iglesia tridentina que afilaba los dogmas del infierno, el apocalipsis ecológico y el purgatorio postmortem como castigos divinos.
El discurso dogmático de la iconografía religiosa, especialmente a través del tema reincidente de la Sagrada Familia, operaba como factor catártico en el mismo proceso constructivo de la sociorealidad en tanto que el auspicio y la proliferación de este poderoso dispositivo imagético-metafórico, contribuiría supuestamente al sorteo y el contrapeso de los inminentes tormentos de la muerte. Pero, en el fondo, de lo que se trataba era de una estratagema procuradora del consenso sobre los modelos cristianos del matrimonio y el núcleo familiar; el miedo; los artificios doctrinales del catolicismo y los “mandamientos”dominantes del poder político.
Giotto di Bondone (1267-1337); Andrea del Sarto (1486-1531); Luca Signorelli (1445-1523); Tiziano (1488-1576); Giorgione (1478-1510); Bronzino (1503-1572); Jacopino del Conte (1510-1598); Rafael (1483-1520); Miguel Angel (1475-1564); Hendrick de Clerck (1570-1629); El Greco (1541-1614); José de Ribera (1591-1652); Vicente Carducho (1585-1638); Nicolas Poussin (1594-1665); Angelino Medoro (1567-1631); Velázquez (1599-1660); Murillo (1617-1682); Diego González de la Vega (1628-1697); Rubens (1577-1640); Claudio Coello (1642-1693); Jacob Jordaens (1593-1678) y Goya (1746-1828), figuran entre los grandes artistas europeos que abordan la mitología de la Sagrada Familia como fuente privilegiada de inspiración para crear obras maestras y excepcionales capaces de proclamar los máximos instantes de esplendor expresivo y creatividad que registra la pintura occidental.
Desde luego, aquí se impone señalar que aunque es cierto que una notable legión de tratadistas de la temática pictórica de la familia, procedieron apegándose a los textos bíblicos, asimilando, reinterpretando o apropiando los paradigmas iconográficos y compositivos renacentistas, manieristas, barrocos y neoclasicistas, muchos fueron los pintores que debieron cumplir con las necesidades y exigencias de sus mecenas y comitentes, mientras que otros creadores notables, dejaron bien claro que las obras de arte también resultan el fiel reflejo de unos momentos históricos, socioculturales y espirituales determinados.
En este sentido, resulta sumamente curioso y todavía másfascinante, advertir en el mismo discurso visual de la familia, sus múltiples variaciones y diferencias, según el estilo, la personalidad, el pensamiento estético, el tiempo o las circunstancias existenciales de cada creador. Precisamente, uno de los artistasque abordaría el tema de la familia de forma más dramática y personal fue el austríaco Egon Schiele (1890-1918)en su estremecedora técnica mixta sobre papel pergamino titulada “The Holly Family” (1913), un autorretrato con su modelo y amante Valerie (Wally) Neuzil de estilo puramente expresionistas en cuya turbia superficie “aparece” una criatura dentro de una bolsa roja a modo de placenta. Un nimbo de amarillo luminoso, rodea la cabeza de la modelo, referencia única de la Virgen, mientras los enigmáticosgestuales de la modelo y el artista con sus manos agoreras, parecen remitirnos hacia las claves indecibles del milagro.