Una de las manifestaciones del fenómeno de la globalización fue que grandes conglomerados empresariales decidieron trasladar parte o la totalidad de su producción hacia mercados ofertantes de mano de obra más barata y otras ventajas competitivas, y así, por ejemplo, un vehículo ensamblado en los EE. UU., los componentes se fabricaban en diferentes países o el vehículo en su totalidad se fabricaba en China o México, y gracias a ese fenómeno, entre otras variables, el gigante asiático comenzó su despegue, así como la economía India y otras del sudeste asiático.
Uno de los impactos poscovid fue un retraso en las cadenas de distribución, entaponamientos en los principales puertos chinos y de otros países y un aumento astronómico del precio de transporte de los contenedores, así las cosas, prendió en ciertos inversionistas la idea del nearshoring, es decir algunas empresas decidieron relocalizar parte de su producción en países cercanos a los EEUU.
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Nuestros empresarios, ciertos economistas y el propio presidente Abinader se han referido al nearshoring como uno de los puntales del futuro desarrollo industrial, sin embargo, el país más beneficiado de esa relocalización fue México y en menor medida Costa Rica, mientras aquí era un proyecto acariciado.
Con la nueva presidencia de Donald Trump el nearshoring esta condenado al fracaso por las políticas de aranceles y porque el “Make American Great Again” implica la relocalización de las empresas en los EE. UU., la resurrección de la industria automovilística, la manufactura y la industria tecnológica en medio de una guerra comercial y de una carrera para lograr la supremacía en la inteligencia artificial.
No cabe en el esquema de Trump que las empresas norteamericanas se ubiquen fuera de su país, sea nearshoring o friendshoring; la idea es que regresen y les ha prometido en cambio un impuesto sobre la renta con un tope de 15%.
Por ejemplo, en caso de que finalmente se aplique a México un arancel de 25%, afectaría a las empresas chinas que se instalaron allí para hacer una triangulación aprovechando el Tratado de Libre Comercio, antes Nafta y después de 2018 T-MEC; también los empresarios que apostaron al nearshoring quedarán afectados y los que produzcan en los EU.UU, gracias a esas barreras arancelarias, podrán ser más competitivos, aunque la desigualdad de salarios entre ambas naciones permitiría a ciertas empresas intensivas en mano de obra mantener la competitividad.
República Dominicana no se benefició del nearshoring antes del retorno de Trump porque no somos competitivos, la energía eléctrica es mas cara y obliga a las industrias a ser auto generadoras y tampoco contamos con la suficiente mano de obra especializada.
Tampoco descarto el final definitivo del nearshorring, especialmente para la RD, que hasta ahora no estamos en la mira arancelaria de Trump, porque la balanza comercial bilateral es superavitaria para EE. UU., pero será una decisión empresarial de rentabilidad y para atraer esas empresas punteras en tecnología debemos resolver el problema eléctrico y formar miles de técnicos en las áreas de robótica, programación e IA.
El país está obligado en este mundo de incertidumbre a tratar de insertarse a como dé lugar en la industrialización tecnológica porque con turismo, zonas francas de manufactura y utensilios médicos y las remesas una economía no logra dar el salto al desarrollo y eso sin introducir en la ecuación la inmigración haitiana.