Henry Minztberg, hablando de neuroliderazgo dice: “los individuos en un ambiente social toman decisiones y resuelven problemas, regulan sus emociones, colaboran con otras influencias, y facilitan el cambio”.
El cerebro de un líder debe funcionar para resolver problemas, influenciar un equipo de trabajo, motivarlos, innovar, gestionar cambios, ser creativo, mantener los valores, y fortalecer el optimismo y la esperanza; partiendo de que, la esperanza es la pasión de lo posible y lo posible se construye en el día a día.
Un líder debe tener inteligencia emocional y social, y actuar con pensamiento estratégico, o sea, se plantea un fin, analiza los medios con los que cuenta para llegar a él, y lo hace posible, con el menor costo temporal, personal y material, y al máximo beneficio, plantear la neurociencia.
Sin embargo, el neurolíder, debe desarrollar la habitualidad para reconocer y comprender sus propios estados emocionales y aprender a lidiar con las emociones de las otras personas, para lograr la inteligencia emocional. Es decir, como dijo el filósofo Sócrates: conócete a ti mismo. Lo que hoy se conoce como autoconciencia.
Es un mundo más complejo, cambiante, donde líderes y las personas están expuestas a muchas influencias, presiones, conflictos, adversidades, corrupción y narcisismo social, se impone no solamente conocerse, sino, tener autodeterminación, autoconfianza y una correcta autovaloración de sí mismo, para conocer sus propias fortalezas, limitaciones y debilidades.
El liderazgo social está en crisis, en la política, en las empresas, en los sindicatos, en lo social y en las iglesias. Los líderes tienen que tener coherencia, transparencia, responsabilidad, altruismo, solidaridad y, sobre todo, ser digno de influencia de forma positiva para contagiar o cambiar el pensamiento, la conducta y los comportamientos sociales.
En medio de crisis económica, pandémica, social y política, hay que fortalecer el neuroliderazgo a través de las emociones positivas, para generar confianza, entusiasmo, optimismo y esperanza.
Los líderes en crisis, son derrotistas, pesimistas, de visión corta, permisivos e indiferentes con los procesos que se van dando a su alrededor; no generan confianza, no dan seguridad, ni crean circunstancias favorables.
El neuroliderazgo se enfoca en la capacidad del logro y propósito, ya sea con metas y objetivos claros, recordando que las metas, tienen fecha de inicio y de caducidad. El cerebro del líder debe ser holístico, con visión de helicóptero, poseer autoestima sana, y firmeza en sus valores. Pero también, es un líder conciliador, pacifista, aportador de soluciones, de cultura de paz y de felicidad.
El mundo de hoy no tiene sostenibilidad con líderes populistas, pragmáticos, ni dictatoriales ni que apuesten a las regulaciones del mercado, y del mundo financiero.
La democracia necesita de neurolíderes, de personas que sepan su rol histórico, y que pongan su cerebro, sus emociones y sus inteligencias para un bien común.
Un líder desenfocado, sin prioridades, sin contacto con su realidad; no llega a ser asertivo, comprometido ni funcional.
En las crisis, los países y el mundo demandan de un neurolíder, persona de cabeza y cerebro bien amueblado para enfrentar, prevenir y solucionar las crisis socio-económica, estructurales y mediáticas que reproducen pobreza y exclusión social. De ahí que, pocos logran la transcendencia, el reconocimiento y el respeto de sus ciudadanos. La neurociencia reconoce y se enfoca para ayudar a las personas a convertirse en neurolíderes.