Principio y final, clausura y bienvenida. Pasado y porvenir, esperanza y decepción. Con desdén o con convicción, el final del ciclo emplaza.La temporada reta sin importar la condición, puede tratarse de una comunidad pía, agnóstica, idealista y también escéptica. Cambia la rutina de y para un día, cambia la actitud. Y, aunque a regañadientes, la pausa obliga a pensar y repensar, a revisar las páginas postergadas durante 364 días, a recordar escenas vividas o imaginadas. El trance de 24 horas distintas, sin el ritmo habitual que acogota y aturde, arriesga demasiado, por eso las máscaras. La ficción de gozo, la evasión o la tristeza que paraliza. Es el dilema existencial expuesto, la ansiedad de estar consigo un día sin poses y querer hacer todo aquello que no se hizo antes con el acecho de la finitud y la duda. Viene el recuento, el inventario, deber y haber y el saldo. Esa ristra de equívocos que el fin de año incita para mortificación irremediable. Afectos arriesgados, palabras que nunca debieron pronunciarse, rencores intactos, traiciones inéditas, mutaciones éticas. Y siempre el ritornelo para enmendar el incumplimiento de las promesas.Balance y hastío, aquello que el fuego arrasó y todo lo que se pretende salvar del incendio.
Pérdidas y conquistas, incomprensiones y maledicencia. Inmutabilidad y cambio, Heráclito y su río, Machado y Cantares obligándonos a saber que todo pasa y todo queda.También la revisión y la resistencia cuando no se quiere cantar la canción del desastre y la derrota. Porque la alienación obliga a difundir la mala nueva y pena de la vida a quien se atreva a la proclama positiva. Es el pesimismo como consigna, Moscoso Puello redivivo para solazarnos en la porqueriza del fracaso. Los propaladores de la invalidación erigidos en reserva, autoproclamados buenos y atrás el atajo de inservibles. Basura humana, que luego necesitan para avalar propuestas, para gritar que sí, para simular apoyo. El pesimismo como consigna desde el altar de las virtudes inventadas hijas del narcisismo, de ese protagonismo que prefiere el caos. Manifestación del “masoquismo antropológico” que dice Manuel Vicent afecta a los españoles y les impide celebrar conquistas y transformaciones. Es el síndrome criollo que prefiere maldecir y encubrir evidencias para gritar, con satisfacción, que somos despreciables. Escoria atrapada en una isla sin redención.
Pecado mortal entonces el optimismo y el reconocimiento a la mayoría que se esfuerza por construir. Mayoría sin voz que cree en la dignidad y trabaja, siembra, estudia, madruga.Lejos del oropel y la banalidad.
El ingeniero español Kiko Llaneras ha querido contrarrestar la apocalíptica tradición de fin de año, ese recuento barbárico que nos encanta atesorar, la mención de desastres y tragedias y publicó en el periódico EL País “46 Buenas noticias para comenzar el 2020 con optimismo” desde la reducción de las muertes infantiles hasta las conquistas de las mujeres que cada vez son más en los parlamentos europeos. Cita la posibilidad de la eliminación del uso de platos y cubiertos de plástico en el 2021, el aumento de los países con democracia, el respeto a la diversidad. Proclama, eso sí, que “la mención no significa que el mundo sea un lugar perfecto. Ni siquiera un buen lugar. Padecemos injusticias, guerras, hambre y violencia. Una minoría de la población posee la mayor parte de la riqueza, mientras el 10% sobrevive con menos de 2 dólares al día. La pobreza es cotidiana. Pero de todos los escenarios globales que hemos conocido (no imaginado o deseado, sino conocido) este es el mejor.” Y agrega “reconocer que progresamos inquieta a muchas personas bien intencionadas, porque piensan que eso nos haría más conformistas. Pero yo creo justo lo contrario: me parece necesario saber que avanzamos, precisamente, porque queda mucho camino por andar.”
Imitar mañana, último día del 2019,el recuento de buenas noticias, de aciertos personales y colectivos,es una opción reconfortante. Panacea para subsanar, aunque sea un instante, la prédica tremendista que se encargan de repetir, cada segundo, juglares tenaces y malevos.