Cuando Héctor García Tejada llegó le agarré la pistola con la mano izquierda, pegué mi ametralladora en su pecho y le dije: “¡Mayor, está detenido!”. Quiso reaccionar pero el sargento Darío de la Cruz Liriano le presionó con su arma ordenándole: “¡No se mueva!”.
Mario Peña Taveras, quien relata el hecho, era entonces el capitán que desde junio de 1964 integraba un movimiento conspirativo con otros militares en la jefatura de Estado Mayor del Ejército y con este apresamiento ocurrido el 24 de abril a la 1:45 de la tarde, comenzó a materializar la trama.
La acción era observada por el teniente coronel José Silvestre García, quien corrió a avisarle al superior, Marcos Aníbal Rivera Cuesta: “¡General, ahí viene el capitán Peña Taveras como un loco con el mayor García Tejada preso!”.
“Entramos y el primero con quien me encuentro es el mayor Pompeyo Vinicio Ruiz Serrano, le agarré la pistola” y le apuntó: “¡Está detenido!”. Quiso resistirse pero Rivera Cuesta gritó: “¡Pompeyo, dale el arma, que te matan”.
Peña Taveras se acercó a Rivera Cuesta ordenándole entregar la suya, anunciándole que estaba preso y este “no supo qué hacer, se quedó inmovilizado. Yo me colgué la ametralladora en el hombro derecho y con mis manos le solté la pistola de la cintura”.
Pasó al despacho del subjefe, coronel Maximiliano Américo Ruiz Batista, acompañado del teniente Santiago de Jesús Fañas Rivas dándole las mismas instrucciones que a los anteriores y este abrió una gaveta y exclamó: “Aquí está mi pistola, no voy a tirar un tiro por nadie”.
Cuando retornaron donde los demás capturados, Rivera preguntó a Peña Taveras si se había vuelto loco y al capitán no le salió la voz pero luego contestó: “Nuestra idea iba mucho más lejos, pensábamos fusilarlos a todos por el apoyo al Gobierno corrupto del Triunvirato y no lo hemos hecho porque se han portado como lo que son, unos cobardes”.
Hoy, convertido al evangelio, Mario Peña dice que pudo actuar por obra de Jesucristo. “Me impulsaba un poder que no veía, pero que sentía”.
Así comenzó la revolución en los cuarteles. Hernando Ramírez preguntó al ahora líder de la oficialidad qué hacía con los presos y él le contestó: “¡Lléveselos para su campamento!”. Ramírez replicó que la fuerza aérea lo podía bombardear y Peña le manifestó que en caso de que eso ocurriera los fusilara antes de que fueran rescatados.
Llamó a Peña Gómez a Radio Comercial “y le informé que comunicara al pueblo que se había iniciado la revolución con la detención de los miembros del Estado Mayor”. El líder del PRD dudó: “Capitán, llámeme otro oficial que lo confirme porque los militares nos han engañado muchas veces”. El segundo teniente Salomón Bastardo Díaz lo corroboró.
CONVERTIDO EN UN TITÁN
Mario nació el 9 de abril de 1924 en Carpintero, sección Hato Nuevo, San Juan de la Maguana, hijo de Rey María Peña y Magdalena Taveras. Trabajó agricultura junto a su familia e ingresó al Ejército en 1945.
Desde hace 60 años está casado con Mercedes Antonia Rodríguez, madre de sus hijos Mario Antonio, Mario Héctor, Mario Bienvenido, Mario Freddy, Mercedes Antonia, Maritza Magdalena, Miriam y Mercedes Altagracia. Reside en Miami.
Entre sus compañeros de confabulación para derribar al Triunvirato estaban Santiago de Jesús Fañas, Reynido Cuevas Medrano, Limardo Peña Taveras, Pedro José Lantigua Bravo, Darío de la Cruz Liriano, José del Carmen Batista Gil, que se reunían en su casa del ensanche Luperón donde los vigilaba el G-2.
Estaban comprometidos, además, Giovanny Manuel Gutiérrez Ramírez, Pedro Augusto Álvarez Holguín, Juan María Lora Fernández, Eladio Ramírez Sánchez, José Aníbal Noboa Garnes.
El 24 de abril Peña Taveras se erigió en un jefe consultado, visitado, demandado, intimidado. Le llamó el general Juan de los Santos Céspedes para proponerle la formación de una Junta Militar, y Hernando Ramírez le telefoneó para decirle que Emilio Ludovino Fernández, Atila Luna y Julio Alberto Rib Santamaría habían creado una Junta Militar y solo faltaba él, relata.
“Me extraña que me lo diga, porque usted sabe que eso no es lo que prometimos al pueblo”. Comenta que esta llamada le indicó que Ramírez “había aceptado la formación de esa junta que era la pretensión de los oficiales que traicionaron al país y de la embajada norteamericana…. Usted sabe que el pueblo está en la calle luchando con las armas, salirle con una Junta Militar constituye una traición”, le respondió.
Se comunicó con los comandos militares del interior pidiéndoles respaldo. Casi todos lo apoyaron hasta el 27 de abril “cuando se cambiaron para el otro lado”.
Recibió innumerables llamadas del Palacio Nacional “con improperios y amenazas”. Jacinto Martínez Arana, ayudante de Reid Cabral, le dijo que el Presidente quería hablarle. “Dígale que no quiero pero que venga aquí al Estado Mayor”.
Entonces advirtió a sus compañeros: “Es posible que tengamos una visita ingrata, la de Donald Reid, tan pronto se acerque, abran fuego a fin de que no quede nadie vivo. Felizmente para nosotros y para Reid Cabral, no fue”.
Salvador Lluberes Montás le conminó a ir a la casa de Gobierno; lo llamó el triunviro Ramón Cáceres Troncoso y le dijo: “Usted no sabe lo que le va a ocurrir si no depone” y él respondió que a quien le iba a ocurrir lo que él pensaba que le pasaría, era a él.
El periodista Gustavo Marín le anunció que Donald Reid quería negociar y él le contestó: “No quiero nada con él, y menos de negocios, soy militar, no comerciante”.
Le visitó el agregado naval de la embajada norteamericana y prepotente cuestionó quién era el capitán Peña Taveras. “Yo soy, ¿en qué puedo servirle?”. Le preguntó lo que estaba pasando y el intrépido capitán respondió: “Un asunto dominicano y solo le debemos explicación a los dominicanos”.
Allá llegaron Antonio Imbert, el coronel Valdez Hilario y, para su asombro, Belisario Peguero Guerrero que fue a ponerse a sus órdenes. “Yo estoy con la revolución porque Wessin es mi enemigo y Donald me desconsideró”, expresó el jefe policial.
“Si eso es cierto, vaya al Palacio y gestione la libertad de Peña Gómez”. Fue y lo soltaron. Regresó con una insignia de coronel para que Peña Taveras se cambiara la de capitán, lo que rehusó el rebelde soldado.
“Desapareció y cuando volvimos a saber de él estaba en Haina conspirando contra la revolución”.
“Estas son verdades que solo las sé yo y esos 24 hombres que me acompañaron”.
Estuvo en la jefatura hasta el 26 de abril a las 6:00 de la tarde “porque era el único punto de contacto con las unidades leales al pueblo” y esa noche pernoctaron en la iglesia Santo Cura de Ars, después estuvo a las órdenes de Caamaño y tenía su comando en la 19 de Marzo esquina Salomé Ureña, el único de militares.
Al finalizar la guerra fue nombrado agregado militar de la embajada dominicana en Chile. Estuvo en el servicio exterior durante 20 años que aprovechó para estudiar, comenzando desde séptimo grado. Cursó ciencias sociales, jurídicas y políticas, administración de empresas, diplomacia.
Su actuación en la guerra fue breve pero efectiva. “Sin vanidad ni orgullo, sin jactancia, nosotros no seguimos a nadie, todos nos siguieron a nosotros”.