El oficio de historiar: el marxismo llegó no para quedarse

El oficio de historiar: el marxismo llegó no para quedarse

La segunda mitad del siglo XIX, a la par que se iban constituyendo las diversas escuelas historiográficas nacionales, fue también escenario de la aparición y difusión de la obra del filósofo revolucionario alemán Karl Marx (1813-1883).
El marxismo, como cuerpo de escritos elaborado por Marx solo o en colaboración con su compatriota Friedrich Engels, es una filosofía materialista de implantación política y vocación revolucionaria. (…)
Marx acabó formulando una filosofía de la historia que denominó “concepción materialista de la historia” (conocida luego como “materialismo histórico”). [1]
En la teoría marxista se afirmaba que el modo de producción de la vida material condiciona la vida social, política e intelectual, pues según Marx, la conciencia humana se determina por la realidad, no a la inversa. Con el desarrollo del proletariado se gestarían las revoluciones para crear la sociedad socialista, para luego llegar a la sociedad comunista, que era el último estamento de desarrollo, el cielo de los cristianos.
Como afirmaba Morandiellos en su obra: Esa perspectiva crítica materialista y dialéctica de los fenómenos históricos se concebía como un instrumento para la acción revolucionaria, para la intervención consciente al lado de los explotados en la lucha de clases que resultaba de la existencia de la propiedad privada de los medios de producción y de la división de la sociedad en grupos definidos por su relación con esos medios. A juicio de Marx, las transformaciones acarreadas por la industrialización estaban generando por primera vez una clase universal, el proletariado, que podría y habría de ser el agente y sujeto histórico de una revolución que diera al traste con la organización capitalista y el dominio de la burguesía, aboliendo la propiedad privada y permitiendo el fin de la sociedad de clases y la explotación humana”.[2]
El marxismo, no cabe duda, impactó no solo a finales del siglo XIX, sino durante los primeros 75 años del siglo XX. Muchas revoluciones socialistas se inspiraron en las ideas marxistas. Pero una teoría que nació al calor de la revolución industrial de finales del siglo XIX en la Europa central, prendió en sociedades atrasadas. Primero fue la Rusia de los zares, una sociedad que durante varios siglos estuvo dominada por los zares (de 1547-1917). El zarismo se expandió por Europa y Asia. Logró ganar espacio, pero no enrumbó por los caminos del progreso, sino del atraso. El segundo país fue China, una nación inmensa que vivió durante muchos años entre la guerra y la miseria. Al triunfar la revolución socialista de Mao Zedong, la miseria no fue superada y el control absoluto del Estado llevó al pueblo a la desesperación y el hambre. Hoy la realidad es otra. La tercera gran experiencia fue en Cuba. Una nación caribeña, ajena a todo el movimiento mundial. En 1959, después de derrocar a Batista, creó una sociedad socialista gracias al apoyo de los soviéticos. La Guerra Fría penetró la cortina de hierro y se colocó en el corazón del imperio norteño.
La teoría marxista, no encendió ninguna de las sociedades de capitalismo desarrollado, ni en Europa ni en América. En ninguna de esas sociedades de gran desarrollo capitalista, donde estaban las supuestas condiciones objetivas, se produjeron ni remotamente revoluciones socialistas. Si bien es cierto que en esos países hubo poderosos partidos comunistas, ninguno logró tener la suficiente fuerza política para provocar una revolución socialista. Con el tiempo, se insertaron en el sistema y en los años 80 plantearon un nuevo modelo llamado “eurocomunismo”.
La realidad fue que a partir de los 80 el sistema socialista, después de sobrevivir unas largas décadas de Guerra Fría que era, como ya he escrito, muy caliente, el sistema socialista se resquebrajó. Comenzó con la Unión Soviética y su PERESTROIKA y la desintegración del otrora gran poder mundial. En China, hubo una transformación interna que culminó con un capitalismo de Estado que está sacando a ese monstruo de su marasmo, ganando espacio en el mercado y en el dominio político. Es hoy una gran preocupación para las potencias imperiales occidentales.
Pero volvamos al tema del quehacer historiográfico. La teoría del materialismo histórico trajo consigo investigaciones con la característica de que sin importar la realidad que se estudiaba, las conclusiones eran muy parecidas. En el caso de América Latina, la teoría de la dependencia (una interpretación seudo marxista) impregnó el pensamiento. En otras latitudes, como en el caso de la Unión Soviética, los historiadores no cambiaban el discurso: la lucha de clases impregnaba toda la historia. El discurso era mecánico, acrítico, determinista y poco auténtico. Volvamos con Morandiellos, quien hace su evaluación de la escuela marxista de la historia:
En todo caso, la influencia de Marx sobre la práctica de la profesión histórica fue mínima durante la segunda mitad del siglo XIX. Solo en las primeras décadas del siglo XX, y sobre todo tras la Primera Guerra Mundial y la Revolución Bolchevique de 1917, el marxismo penetró e influyó en gremios profesionales de los historiadores. [3]
Así pues, la historiografía marxista influyó en la intelectualidad mundial, especialmente en la latinoamericana, y por supuesto en la nuestra, yo entre ellas, no lo niego y a mucha honra. Era más fácil utilizarla porque las conclusiones estaban listas antes de iniciar la investigación. La realidad nos golpeó en la cara. Ahí nacieron nuevas escuelas historiográficas, como la Escuela de los Anales en Francia que dieron un giro a las ideas marxistas, proponiendo nuevas aproximaciones en la interpretación histórica. Sobre este tema seguiremos en la próxima entrega.

[1] Enrique Monradiellos, El oficio de historiador, Madrid, Editorial Siglo XXI, 1994, pp. 39 y 40. [2] Ibidem, p.41. [3] Ibidem, p. 42

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