El oficio de historiar: inconclusiones y dudas por siempre

El oficio de historiar: inconclusiones y dudas por siempre

Me gustaría que los historiadores de profesión, particularmente los jóvenes, se acostumbran a reflexionar sobre esas vacilaciones, estos perpetuos “arrepentimientos” de nuestro oficio. Esa será para ellos la mejor manera de prepararse, gracias a una elección deliberada, para conducir razonablemente sus esfuerzos. Sobre todo me gustaría verlos acercarse, cada ocasión en mayor número, a esta historia ampliada y profundizándose a la vez, cuyo diseño concebimos varía -cada día quienes lo hacemos somos más-. Si mi libro puede servirles para ello, sentiré que no ha sido (absolutamente) inútil. Confieso que hay en él una parte programática. (…)
Tampoco pienso que sea necesario ocultar a los simples curiosos las resoluciones + de nuestra ciencia. Ellas son nuestra excusa; más aún: la causa de la frescura de nuestros estudios. No solo tenemos el derecho de reclamar en favor de la historia la indulgencia que todos los comienzos merecen. Lo inacabado, si tiende constantemente a superarse, ejerce sobre cualquier mente apasionada una seducción que bien vale del logro perfecto. Al buen labrador le gustan tanto las labores y la siembra… Marc Bloch [1]
A la certeza impuesta por el marxismo, vinieron cuestionamientos. Los creadores de la Escuela de los Annales, Marc Bloch y Lucien Febvre, decidieron cuestionar el imperativo – obligatorio y estrecho que dejaba la corriente del materialismo histórico. La idea de que las sociedades, inevitablemente e independientemente de las voluntades humanas transitarían el mismo trayecto porque existían leyes indiscutibles que las guiaran por encima del compromiso humano y de las creencias, fue enfrentada por los inquietos historiadores franceses.
Sin negar la existencia de clases sociales antagónicas, sin restar importancia a los intereses económicos y las luchas por el poder, la nueva corriente historiográfica de entonces, nacida al calor de la Segunda Guerra Mundial, proponía la incertidumbre y la duda como principio. Propugnaba por la insatisfacción intrínseca del historiador en su búsqueda de la verdad histórica; la necesidad de reconocer la complejidad de las realidades, que superaban cualquier intento de explicación única ante realidades tan diversas:
Conviene que estas palabras introductorias terminen con una confesión personal. Cada ciencia, tomada de manera aislada, no representa sino un fragmento del movimiento universal hacia el conocimiento. [2]
Se preguntaba Bloch qué era la historia, peor aún, se preguntaba ¿puede ser ciencia algo que estudia el pasado? Y concluye que el verdadero objetivo de la historia es en realidad el ser humano, la humanidad toda entera, porque los historiadores corremos tras los trazos que nos deja el tiempo porque esas huellas fueron dejadas por los hombres y mujeres que construyeron los hechos.
“En verdad no es fácil imaginar una ciencia, cualquiera que sea, que pueda hacer abstracción del tiempo. Sin embargo, para muchas de ellas, que por convención lo dividen en fragmentos artificialmente homogéneos, el tiempo no representa más que una medida. Realidad concreta y viva, entregada a la irreversibilidad de su impulso, el tiempo de la historia, por el contrario, es el plasma mismo donde están sumergidos los fenómenos y es como el lugar de su inteligibilidad”.[3]
El tiempo para Bloch es continuo y perpetuo. Por esto, reafirma que es la antítesis de estos dos atributos nacen los grandes y profundos problemas de la investigación histórica. Esto, sin lugar a dudas, sigue diciendo, cuestiona directamente la razón de ser de nuestros trabajos. Se pregunta entonces ¿habrá que considerar el conocimiento del período más antiguo como algo necesario o como algo superfluo para el conocimiento del más reciente? Y sigue profundizando en sus cuestionamientos: ¿Los orígenes de que hablamos significa que son las causas? Una pregunta difícil de responder. En sus palabras:
“En pocas palabras, un fenómeno histórico nunca se explica plenamente fuera del estudio de su momento. Esto es cierto para todas las etapas de la evolución. Para la que vivimos y para las otras. El proverbio árabe lo dijo antes que nosotros: “Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres”.[4]
Entonces, si el tiempo es un continuo, ¿significa que existe un vínculo estrecho entre el pasado y el presente? Para responderse esta pregunta Bloch recurre a una vieja e importante frase de Montesquieu, quien decía que la historia era una cadena infinita de las causas que se multiplican y combinan de siglo en siglo”. Esta posición enfrenta a los que opinan que no hay nexos entre pasado y presente. Pero, y Bloch llega más lejos, el presente es el pasado más cercano, porque ayer ya es pasado, aunque hayan transcurrido solo 24 horas. Interesante ¿verdad?
En esta parte Marc Bloch hace una interesante reflexión sobre los tiempos. Qué significa estudiar el pasado lejano y el pasado cercano; más aún, qué implica tomar como objeto de estudio un período corto y uno más largo. Años más tarde, como ya he hablado en otros artículos habla de la larga y la corta duración. Esta perspectiva ofrece al historiador maneras distintas de estudiar los fenómenos.
Defiende la posición de la historia como ciencia, no solo porque tiene un objeto específico, sino también porque tiene su propia naturaleza y sus métodos. Defiende la observación, la capacidad de que debe hacer galas el historiador para estudiar: tomar distancia, ver múltiples factores, no tener miedo a equivocarse, no tener miedo a enmendar los errores, saberse finito, pero sobre todo crítico consigo mismo y con los productos que han hecho sus colegas. Esa perspectiva crítica nunca es fácil asumirla. Hay demasiadas pasiones en juego. Nos vemos en la próxima.

[1] Marc Bloch, Apología para la historia o el oficio de historiador, México, Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 51. [2] Ibidem. [3] Ibidem, p.58
[4] Ibidem, p. 64.

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