No me cabe duda de que la vocación histórica es universal. De artista, de filósofo, de historiador y de loco todos tenemos un poco. Para evocar el pasado únicamente hace falta el sentimiento nostálgico tan común en los bípedos implumes. Con todo, ahora, el ser historiador de fuste implica un aprendizaje previo al ejercicio de investigar el pasado y de escribir acerca de él. (…) Ahora ser historiador exige ser profesional (…) la historia se vuelve una profesión universitaria. Luis González, El oficio de historiar.
Desde hace un tiempo, tenía en carpeta hacer una serie sobre el oficio del historiador. Quería y quiero, obligarme a releer sobre teoría de la historia, sobre el modo de hacer historia. Siempre lo he dicho, la mejor manera de aprender es obligándote a escribir, para lo cual debes leer, leer y leer, para después sentarte a escribir. Esa búsqueda es un tránsito maravilloso.
Hace varios años que alguien me habló del libro de uno de los historiadores mexicanos más importantes, Luis González y González, que dedicó toda su vida a estudiar la historia de México, especialmente el período de la revolución; y dedicó gran parte de su vida a estudiar la historia política de su país. Murió en el año 2003, a la edad de 78 años.
Este historiador mexicano dedicó toda su vida a la academia. Con una amplia formación, escribió e investigó y es el maestro de maestros de los historiadores mexicanos contemporáneos. Abogado de formación, título en derecho obtenido en la Universidad Autónoma de Guadalajara, abandonó este oficio para dedicarse a su pasión que era la historia. Logró estudiar Historia en el Colegio de México y en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Luego salió hacia Francia donde siguió profundizando su formación en historia en la Sorbona de París. Pero además en la ciudad parisina estudió también en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y al Collège de France. Se le considera el padre de la micro historia en México. Su libro “Pueblo en vilo” que investigaba a la pequeña población de San José de Gracia, constituye un hito en esa materia.
Durante su vida académica, además de profesor, fue también director del Centro de Estudios Históricos de el Colegio de México, así como fundador del Colegio de Michoacán, que dirigió por seis años. En sus últimos años fue condecorado con la categoría de Investigador Emérito del Sistema Nacional de Investigadores de México. Fue un activo miembro de la Academia Mexicana de la Historia y miembro correspondiente de la Real Academia de Historia de España. A lo largo de su vida recibió muchos reconocimientos, entre ellos: Premio Nacional de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía de 1983, Gran Cruz de Alfonso X el Sabio por el rey Juan Carlos I de España en 1999, Doctor honoris causa por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo en 2001, entre otras.
Durante su fructífera vida escribió mucho. Por ejemplo, Invitación a la microhistoria (1972) Nueva invitación a la microhistoria, Pueblo en vilo. Microhistoria de San José de Gracia (1968), Todo es historia, El indio en la era liberal, El regreso de la crónica, El Congreso de Anáhuac (1963), Los balances periódicos de la Revolución Mexicana, La tierra donde estamos (1971), entre otros muchos libros.
Su libro El oficio de historiar, publicado por el Colegio de Michoacán en 1988, se constituyó en un hito para los historiadores mexicanos. Escrito después de toda una vida dedicada a hacer historia, recoge sus experiencias y sus vivencias. Defiende en este pequeño libro la necesidad de reconocer que la historia no es un arte, no es tarea de aficionados, sino un oficio que requiere formación, disciplina, estudio y mucha dedicación.
Escrito en forma sencilla, amena y hasta simple, el historiador Luis González y González hace un balance sobre el oficio de construir la historia, una tarea titánica, cuyos libros solo reflejan un poco de la titánica tarea de llegar a conclusiones a través de la investigación de los hechos partiendo de fuentes primarias. Como apunta el historiador Guillermo Palacios, de El Colegio de México, en el estudio preliminar de la edición de 1999 de esta obra, González y González hace tabla rasa con los estudios históricos tradicionales de México, pero también hace un ajuste de cuentas con los historiadores que en vez de investigar no hacían más que hacer ideología:
“Pero el terremoto más reverberante fue sin duda el que, en los cortos y fulminantes diez años que separan las dos ediciones de “El oficio de historiar” publicadas por El Colegio de Michoacán, hizo tabla rasa de la monumental, absoluta y aparentemente indestructible fortaleza teórico-metodológica del marxismo (…) Pero hace diez años, aún alguien tan poco marxista como Luis González no tenía empacho en reconocer: “en tiempos que corren, el materialismo histórico es la filosofía de la historia más utilizada para resolver de un plumazo el espinoso problema de la explicación”.
Decía el historiador Palacios que una de las mayores riquezas de la obra “El oficio de historiar” es el estímulo a la reflexión teórica, como sostén para el trabajo práctico, pues González y González abogaba por la combinación de las discusiones teoréticas con las exigencias prácticas de escribir la historia. Esta práctica permite, sigue diciendo el historiador, una relación tan estrecha entre ambos elementos que los hace inseparables e interdependientes. “Así, seguía diciendo, se evita la fluctuación teórica en elipses completamente alejadas del material empírico con el que se trabaja, como era común que aconteciera en la época de los marcos teóricos”.
El libro de Luis González consta de las siguientes partes: Ser historiador, el quehacer histórico, sobre la invención en historia, el regreso de la crónica, la historia académica y el rezongo popular, el historiador, lo histórico, entre otros.
El tiempo se ha agotado. Seguimos en la próxima entrega.