Estuve conversando hace unos días con el colega comunicador y politólogo de Santiago, Luis Córdoba, sobre la inexplicable «magia» que encierra la palabra poder. Esto así, a propósito de un trabajo que sobre esta última pensamos ambos realizar a raíz de lo que la misma significa cuando se torna en patología.
Se podría decir, que desde tiempos inmemoriales, el poder es visto como una cúspide, a la que por la fuerza, la razón o por métodos hasta inconfesables, muchos quieren llegar, o por lo menos estar en la ruta próxima o muy cerca de él.
El poder contiene una fragancia tan inusual. Muchos, aun a sabiendas del peligro que en ocasiones para alcanzarlo se corre, así como los cuantiosos recursos que en países como lo nuestro se invierten para obtenerlo, estos no ven ni para un lado ni para otro, solo siguen su olfato hasta dar con el mismo, no importan cuantos caminos empedrados se tengan que transitar.
Muy poco es lo que se ha conocido de políticos algunos que una vez obtenido el poder, hayan decidido no continuar buscando profundizar aún más para continuar en su pináculo. Es tal el olor o el imán que posee, que una vez logrado, quien lo sustenta, en muchas de las ocasiones no escatima esfuerzo alguno para continuar como bien lo expresa un merengue de José Peña Suazo, subido en el palo.
El poder, además de considerarse una patología, es narcotizante, embrujador, atrayente; muy pocas veces perturbador, pero casi siempre embriagador, pues, algunos de los que lo buscan y lo encuentran, es tal la abstracción que sienten, que muchos hasta terminan perdiendo su propia identidad, su libertad de pensamiento y la objetividad de sus momentos reflexivos.
Desde Trujillo hasta nuestros días, y esto según lo hemos estudiado a lo largo de toda nuestra historia política, en nuestro país (es el caso que nos ocupa), creo que no ha habido un solo Presidente que luego haberlo obtenido no se haya aferrado a este y en sus momentos haya hecho ingentes esfuerzos por mantenerse bajo el influjo de su aroma.
Solo hay que estudiar, analizar y reflexionar sobre el presente panorama político-electoral, en donde enemigos confesos se han dado el abrazo del oso, maquillando en ocasiones y para los fotógrafos de prensa, una sonrisa cuyo significado real, a lo mejor las encontramos en sus manos derecha y en la espalda con un objeto punzante casi clavada en la espalda del otro, pues, cuando viramos la hoja hacia el pasado, nos damos cuenta de cuántas cosas se hacen por percibir de cerca, muy de cerca la fragancia que encierra esta mágica palabra: poder.