Siempre se ha dicho: “está prohibido olvidar” y, menos en la política. Pero, de qué sirve la memoria política o por qué los políticos repiten las mismas decisiones que, a otros no les funcionaron o más bien, fracasaron debido a su memoria corta.
Por más que se ha enseñado de que se debe mirar al pasado para saber de dónde se viene, pero la vida se debe vivir mirando al presente y construyendo el futuro.
El cerebro de los políticos es diferente al cerebro de los que votan por ellos. Aunque son los políticos que deciden la suerte o desgracia de sus votantes a través de sus decisiones políticas, económicas, estructurales o sociales.
La memoria remota nos hace recordar aquellos hechos que fueron trascendente en la vida personal o social de un país; pero también, la memoria histórica nos ayuda a recordar, ambas, no son las responsables si la cognición social, el juicio crítico colectivo no interpreta, no entiende o no puede explicar los hechos o acontecimientos para no repetirlos.
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A veces, la memoria política o el cerebro de los políticos lo saben, pero su sistema de creencia y de resultados beneficiosos los lleva a preocuparse más por el poder que, cambiar el rumbo de la historia, y modificar el pensamiento social o las creencias distorsionadas y limitantes.
El comportamiento social y el cerebro político ha evolucionado de forma muy lenta, o por lo menos los acontecimientos, crisis, adversidades políticas, es poco lo que ha modificado las áreas prefrontales e hipocampales del cerebro político.
Los ejemplos sobran, la independencia de la República, la Restauración; el tiranicidio del jefe Trujillo, la guerra de Abril, etc. Cada acontecimiento, cada lucha y cada sacrificio, terminaron en manos de los conservadores y en el cerebro político de los que no decidieron el destino de los acontecimientos, pero sí la administración y gerencia de cerebros más enfermos o más disfuncionales.
La epigenética y la neurociencia explican la “psicología política” y la “neuropolítica”; la cual me apasiona como psicoterapeuta estudioso de memoria política y conducta política.
Me preocupa observar comportamientos, decisiones políticas que recuerdan conductas de siglos XIX y XX, cuando vivíamos en una sociedad atrasada, analfabeta, pobre y excluida de la geopolítica y de la falsa inclusión psicosocial.
El político que más jugó, anuló, controló y se sirvió de una falta de memoria política fue el presidente Joaquín Balaguer; supo manipular las emociones, decisiones y memoria de sus adversarios políticos dentro y fuera de su partido.
Siglos atrás, lo hizo Tomás Bobadilla, Buenaventura Báez y una lista de “hombres grises” que jugaron a la memoria corta, al olvido y “alzhéimer colectivo”.
Ahora, la inteligencia artificial, los algoritmos, el neuromarketing político, son los que activan y mantienen la cognición social para influenciar y mantener la memoria a corto plazo para marcar la tendencia por quién votar, a quién elegir, o a quién rechazar, olvidar el rostro y no fijar los conceptos de su campaña ni de sus propuestas.
La neuropolítica no le interesa la memoria histórica, ni las decisiones limitadas de hechos recientes o pasados. La cognición social, el sistema de creencia y los comportamientos del cerebro social, no logran contextualizar o entender el cerebro político.
Entonces, la memoria circular conlleva a repetir los mismos patrones, roles y designaciones del pasado político. Ahí la trampa del pasado y de la neuropolítica.