La altísima carga conservadora que caracteriza a muchas de nuestras sociedades está produciendo desequilibrios que podrían generar la falsa sensación de que el monopolio de las reformas, cambios institucionales y desarrollo es jurisdicción exclusiva de los que piensan diferente al cuerpo de sus ideas. Y es un argumento muy relativo. Con certeza lo que se ha ido cocinando es que, el vector de lo estrictamente electoral provoca asumir posturas políticamente simpáticas y pautadas por la favorabilidad de lo coyuntural
Es innegable que, por años, el llamado pensamiento progresista capitalizó toda una retórica caracterizada por la defensa de los derechos humanos, profundización de las conquistas democráticas, mecanismos de inserción igualitaria de las mujeres, preservación del medio ambiente, respeto a la diversidad, combate a la corrupción y no persecución por las ideas políticas. Ahora bien, en el terreno de los hechos, muchos Gobiernos de corte liberal incurrieron en las mañas que decían combatir. De ahí, la legítima reacción de franjas ciudadanas que penalizan efectivamente esas gestiones sin que el voto adverso gicamente al líder, candidato y/o partido ganador.
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Los colombianos no se hicieron izquierdistas porque votaron por Gustavo Petro y sería risible asumir la derechización de Argentina con Javier Milei. La época en que la conducta electoral estaba asociada militantemente a la orientación ideológica, ya pasó. Para desgracia de la calidad democrática, y materia de rectificación, los pueblos andan embobados por un ejército de desaprensivos, sin rigurosidad y monumentalmente incultos, pero convencidos de que la fuerza del dinero es su trampolín capaz de conducirlos a la gloria política. Por eso, el descarrilamiento y aspirantes distantes de propuestas responsables con categoría senatorial, congresual y presidencial.
Aquí, en el adorado terruño, las monumentales metidas de patas e interés por subirse en la cresta de un tema popular y atractivo, representa el caldo de cultivo que llena los espacios públicos de aspirantes insulsos. Fíjense en sus fotos, vallas e invasión en el mundo de las redes, trágicamente productos. Desdeñan el debate, sienten fascinación por no abordar temas conflictivos y creen que los seguidores en su cuenta se traducen literalmente en votos. Lo que parece un retrato del sentir conservador del país, también pone de manifiesto la capacidad de cerco y aniquilamiento al abordar o asumir posiciones contrarias al orden tradicional. Y los silencios cómplices no son buenos, aunque generen incomprensión y daño político debido al desmadre generado como resultado de posturas irresponsables enmarcadas en lo “políticamente correcto”.