Transcurriendo con pocos choques de ideas y propuestas sustanciales y diferenciadoras, la campaña electoral es descrita cada vez desde los observatorios mediáticos como abundante en denuestos e incriminaciones sin pruebas y en la que el ruido de los partidos de mayor visibilidad y pregones conecta con abundancia de recursos y predominio en el imaginario colectivo por mandatos conservadores y conveniencia de sectores de peso social y económico que reparten sus influencias sobre tales «grandezas». Una preeminencia prohijada por estructuras y formas de hacer política para escuchar al pueblo en las urnas que eclipsa a las disidencias esquemáticamente calificadas de «minoritarias» por el vicio del «cero mata cero»; la matemática que remite a la supuesta envergadura superior de militancias dejando sin ampliación el espectro partidario con liderazgos emergentes que deben ser oídos y ser opciones por sus cuestionamientos al «establishment» con denuncias de lacras sociales.
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Existen en la partidocracia dominicana las pequeñeces atomizadoras en el permanente objetivo rotatorio de adherirse a los pesos pesados a cambio de tajadas de poder y usufructos que no necesitan hablar por sí mismos y nada suman. Pero este país necesita alternativas de perfiles progresistas que propugnen por cambios que lleguen más allá de la superficie y que podrían importar a la población que debe tener oportunidad de conocerlas con el auspicio equitativo y de apertura hacia lo no convencional de reglas del juego justas.