Por Rasaura Pimentel
Vivimos en una era donde todo lo que hacemos deja una marca en el planeta, incluso cuando no la vemos ni la sentimos de inmediato. Esa marca se llama huella de carbono y es la responsable de una de las crisis más grandes que enfrenta la humanidad: el cambio climático.
Desde el vapor de agua hasta el óxido nitroso, los gases de efecto invernadero han sido siempre parte de la atmósfera terrestre. De hecho, sin ellos, la temperatura media del planeta sería de -18°C, haciendo la vida tal como la conocemos imposible. Entonces, si este fenómeno es natural, ¿por qué nos preocupa tanto la huella de carbono?
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El problema radica en el exceso. La actividad humana ha alterado el balance natural del planeta, principalmente desde la Revolución Industrial cuando se generalizó el uso de combustibles fósiles como el carbón para alimentar las nuevas máquinas y fábricas. El uso indiscriminado de combustibles fósiles ha disparado la concentración de CO2 en la atmósfera de 280 partes por millón (ppm) en la era preindustrial a 425 ppm en febrero de 2025, según el Observatorio Mauna Loa, que publica diariamente en su Keeling Curve los registros de la concentración de CO2 en la atmósfera cada hora. Este incremento ha potenciado el calentamiento global y ha desatado una serie de cambios climáticos extremos.
La huella de carbono se puede medir a diferentes niveles: desde individuos hasta países enteros, empresas, organizaciones o eventos. A nivel país se miden a través de los inventarios de gases de efecto invernadero. Como su nombre lo indica esto se realiza al inventariar todos los gases producidos de los sectores energía (con su subsector transporte), desechos, procesos industriales y el sector agricultura, silvicultura y otros usos de la tierra.
A nivel individual se puede calcular la huella de carbono mediante las calculadoras en línea que toman en cuenta nuestros hábitos de consumo para cuantificar los gases que se generan para elaborar todos los productos y servicios que utilizamos diariamente según nuestro estilo de vida. A nivel de empresas y organizaciones esta huella de carbono se mide por medio de metodologías como la ISO (ISO 14064 y ISO 14067) y la GHG (Protocolo de Gases de Efecto Invernadero). Para estos cálculos se suman todas las emisiones directas e indirectas de las operaciones de la empresa. Esto incluye la energía que se consume, los combustibles, gases refrigerantes, los suministros, residuos sólidos, entre otros.
Las unidades de medida de la huella de carbono se expresan en CO2 equivalente. Aunque existen otros gases de efecto invernadero como se señaló anteriormente, se realizan las conversiones en potencial de calentamiento de los otros gases para expresarlos a través del dióxido de carbono. Se escogió el dióxido de carbono como gas de referencia por ser el más abundante.
En el caso de la República Dominicana, las emisiones de gases de efecto invernadero en 2015 fueron de 35,486.03 Gg CO2eq (Gigagramos de dióxido de carbono equivalente), según el Primer Informe Bienal de Actualización del país ante la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, publicado en 2020. De este total el 69.76% corresponde a dióxido de carbono, el 28.47% a metano y el 1.77% corresponde a óxido nitroso. Al sector Energía corresponden el 62.75% de las emisiones, siendo el principal emisor del país. Las emisiones netas incluyendo las absorciones ascendieron a 24,634.24 Gg CO2eq.
Según el portal Datosmacro.com para el 2023 el país ocupó la posición 115 en el ranking de países por emisiones de CO2. Las emisiones per cápita para ese año se estimaron en 2.74 TonCO2. Eso significa que en el 2023 las actividades y consumos de cada habitante de la República Dominicana generaron emisiones en promedio de 2.74 toneladas de dióxido de carbono. Los países con más emisiones a nivel mundial son China, Estados Unidos, India, Rusia y Japón.
Ante esta realidad, ¿qué podemos hacer? Reducir nuestra huella de carbono no es una tarea exclusiva de los gobiernos o las grandes corporaciones; cada uno de nosotros puede tomar medidas. Desde usar electrodomésticos eficientes y evitar el desperdicio de energía, hasta optar por el transporte público y sembrar árboles. Son pequeñas acciones que, sumadas, pueden marcar la diferencia.
El cambio climático no es un problema lejano ni ajeno. Es una consecuencia directa de cómo vivimos y consumimos. Es hora de asumir la responsabilidad de nuestra huella de carbono y trabajar para reducirla. De ello depende el futuro de nuestro planeta y de las generaciones que vienen.