El poder de la palabra

El poder de la palabra

Elvira Lora

Para diciembre de 1924, de seguro, las ávidas lectoras dominicanas habían reimaginado el prometedor futuro que tendrían de ser aceptadas las propuestas de participación en los cargos públicos realizadas por maestros normalistas, siendo el primero Francisco Amiama Gómez.

Y es que la línea de opinión de los efímeros diarios y las revistas ilustradas había instalado en el imaginario la ya centenaria discusión: “¿Tiene la capacidad la mujer de ocupar cargos públicos?” “¿Pueden las dominicanas participar en los torneos electorales?” “¿Qué pasaría si una mujer gana un cargo público en nuestro país?”.

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Ante aquellas incógnitas del bullicioso 1924, el poder de la palabra fue decisivo para la creación de una conciencia colectiva que lograse emancipar e hilvanar el empoderamiento y la transformación, tanto de quienes ostentaban los “altos solios”, como de las propias mujeres, que si bien se habían organizado en importantes movimientos que incidieron en la reconstrucción de la soberanía, se encontraban tan ensimismadas que se sentían incrédulas de que ¡si estaban preparadas y capacitadas para ocupar los cargos públicos!

Con plumas y corazones apasionados, la sublime labor de Consuelo Montalvo de Frías, Luisa Agnelis Canino y Petronila Angélica Gómez Brea consiste en facilitar y asegurar la palabra concientizadora, para lo cual recurren a mujeres que, como ellas, abogan por ciudadanías en América Latina, registrándose así el año más fructífero y de canjes editoriales de Fémina.

Desde México se establecen vínculos con la sufragista Sofía Villa de Buentello, reconocida por su labor en el establecimiento de periódicos y revistas feministas; sus palabras sobre los desafíos que enfrentan las feministas dedicadas a la prensa emancipadora se convierten en una importante antorcha para las labores editoriales que se entretejen desde San Pedro de Macorís.

También, las mexicanas Adelina Zendejas y María García toman la palabra. Zendejas, maestra normal, sitúa a la mujer indígena como parte constitutiva de los movimientos emancipadores. La reivindicación de la activista García es a favor de que más hombres aliados entiendan la causa de la ciudadanía.

Con Mercedes Ponce, de Panamá, las lectoras conocen las acciones de las asociaciones feministas en el istmo a favor de participar en cargos públicos. “Tarde ha llegado este movimiento en pro de la mujer panameña; pero al llegar, su inteligencia y energías se hicieron más visibles y su espíritu entusiasta acogió las nuevas ideas”.

Es también en 1924 cuando la maestra peruana Elvira García García, establece un entrañable vínculo con Petronila Angélica Gómez Brea, y comienzan sus publicaciones. La pionera limeña es preclara: “Siempre hemos creído que el triunfo de la mujer no será otro que el de la preparación de su espíritu”. También, la escritora venezolana Inocencia García empodera mediante la palabra a las dominicanas al referir como garantías para ocupar cargos públicos las labores que había emprendido en el hogar.

Animadas por estas juiciosas palabras, la dominicana Gladys E. de los Santos Noboa, alza la voz para que permanezca “Enseñanza cívica”, y la doctora Evangelina Rodríguez, como ya hemos compartido, llama a todas las dominicanas a trabajar en las aulas, en los hospitales, en las fábricas, las cosechas y en los cargos públicos.

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