El poder suave de las naciones

El poder suave de las naciones

Eduardo Jorge Prats

Uno de los paradigmas más importantes de la contemporánea teoría de las relaciones internacionales es el del “soft power” o poder suave o blando. Acuñado el término por el profesor de Joseph Nye en 1990, el poder suave, en el plano internacional, describe la capacidad de un Estado para incidir en las acciones o intereses de otros Estados, sirviéndose de medios culturales, ideológicos y diplomáticos, alcanzando los resultados deseados en la medida en que otras naciones admiran los valores de ese Estado, desean emular su ejemplo y alcanzar así sus niveles de prosperidad y apertura.

Como bien afirma Nye, “el poder suave de un país proviene principalmente de tres fuentes: su cultura; sus valores políticos, como la democracia y los derechos humanos (cuando los respeta); y sus políticas (cuando se las percibe como legítimas porque su marco considera los intereses de los demás). Un gobierno puede influir sobre otros a través del ejemplo de su comportamiento local (como la protección de la prensa libre y el derecho a manifestarse), en las instituciones internacionales (consultando a los demás y fomentando el multilateralismo) y a través de su política exterior (por ejemplo, promoviendo el desarrollo y los derechos humanos)”.

El poder blando es mucho más importante para los países que carezcan del “hard power” político, económico y militar pues su capacidad de coaccionar otros países es mínimo o inexistente, por lo que requieren incrementar y usar inteligentemente el poder suave como la vía más efectiva de alcanzar sus objetivos en política exterior y proteger y avanzar sus intereses nacionales.

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En el caso de la República Dominicana, y como bien ha señalado Soraya Franco, uno de los principales arsenales de poder blando lo es nuestra diáspora, cuyos integrantes “ya son nuestros primeros embajadores voluntarios y diplomáticos culturales en el extranjero y su integración puede ser crítica para el desarrollo nacional, por lo que es en el mejor interés de nuestro país brindarles apoyo e incentivar su producción y emprendimiento creativo”, como parte de nuestra “diplomacia cultural”.

Parte fundamental de una estrategia de incremento y uso del poder blando lo es la marca país (“nation brand”), la que hace referencia a los valores intangibles, la reputación y la imagen de marca de un país y que, yendo más allá de una simple campaña de promoción turística, permite capitalizar la imagen reputacional de una nación en los mercados internacionales, constituyendo una propuesta de valor que permite aumentar el número y el gasto de los turistas así como la cantidad y calidad de la inversión extranjera en el país.

Falta mucho por hacer en la República Dominicana en términos de poder blando, diplomacia cultural y marca país. Por ejemplo, el Estado dominicano debería patrocinar “casas de cultura” en las principales naciones con las que el país se vincula, para promover así, mediante festivales de cine, música, literatura, pintura y gastronomía, las creaciones culturales criollas, al tiempo de fomentar el intercambio cultural. Institutos Pedro Henríquez Ureña podría ser el nombre de este circuito de casas de cultura en honor a quien fuera no solo nuestro mejor embajador cultural, sino también de toda nuestra América hispana.

Una crisis en nuestra imagen reputacional es oportunidad de oro a aprovechar para el patriótico emprendimiento del fortalecimiento del poder blando dominicano

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