No es una novedad que sectores populares de cualquier país se animen a demandar soluciones a sus problemas, precisamente en el momento en que el gobierno esté anunciando soluciones a viejos y nuevos problemas. Pero puede producirse un congestionamiento de demandas, especialmente cuando esto ocurre inmediatamente después de una serie de desastres biológicos, naturales, bélicos y geopolíticos, que han impactado malamente al mundo entero.
Puede ocurrir en cualquier país, que surja esa repentina animación de muchas gentes a demandar cumplimientos de expectativas respecto a deudas sociales largamente atrasadas, o descuidadas por gobiernos anteriores.
Estas demandas populares suelen expresarse en manifestaciones de críticas y disgustos con el mandatario de turno, cual quiera que sea el mandatario y el país.
Recientemente hemos visto cómo hasta ciudadanos que tenían ranchos abandonados desde hacía años, de repente se inscribieron en las listas de los damnificados, llegando algunos, según reportes, a destruir viejas construcciones abandonadas para pedir que el gobierno los auxiliara junto con los auténticos damnificados.
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Sin embargo, no se trata de una novedad sociológica. Los analistas de los cambios sociales, refiriéndose a las expectativas y las revueltas populares, explican que, precisamente, estos tienden a ocurrir cuando: a) luego de un período prolongado de bienestar, las cosas empiezan a ir mal; y b) luego de un período prolongado de las cosas ir mal, estas empiezan a mejorar sensiblemente.
El contexto actual puede resultar en un efecto multiplicador, pues estamos viviendo desde hace muchas décadas las llamadas revolución de las expectativas populares, especialmente de tipo consumista y de calidad de vida, conjuntamente con la revolución de la tecnología de comunicación de masas. Países de una larga tradición de civismo vivieron movilizaciones sin precedentes cuando se combinaron estos factores
También asuntos o problemas que durmieron durante años, que jamás fueron conocidos ni tratados como problemas. Que de repente, pasan a la primera plana.
También surgen expectativas y propuestas nuevas, a menudo perfeccionistas, promovidas por grupos significativos, capaces de poner sus demandas por encima de necesidades profundas, de mayor urgencia o valor estratégico; y cuyo aplazamiento podría atrasar o complicar las soluciones de problemas fundamentales.
Este podría, por ejemplo, ser el caso del muelle que se dice que se construiría próximo a Cabo Rojo, en Pedernales; deplorado por ambientalistas que nunca antes supieron de esta amenaza ambiental mientras esta hermosísima ecología padecía el maltrato de las explotaciones mineras de la Alcoa durante largas décadas. Pero ocurre que ahora, los temas ambientalistas son de preeminencia mundial. Y hoy por hoy, es un asunto de hermosa preeminencia; por lo cual debe ser conversado y solucionado entre el gobierno, los ambientalistas y los esperanzados pedernalenses.
El refrán dice “en pedir no hay engaño”, pero un exceso de expectativas en un país largamente maltratado por la corrupción inveterada, por la propia naturaleza y aún por la indolencia de los propios ciudadanos; estas exigencias podrían llevarnos a desdeñar esfuerzos bien intencionados de los gobernantes de turno.
Y perderíamos oportunidades valiosas si no sabemos jerarquizar los problemas y las soluciones.