El próximo lunes se conmemorarán 157 del primer Triunvirato dominicano, integrado por los generales Gregorio Luperón, Federico de Jesús García y José María Cabral; tomó posesión del gobierno el 29 de mayo de 1866, en sustitución de Buenaventura Báez, quien poco antes se había exilado en Curazao.
El origen del Triunvirato tuvo sus causas en el estado de anarquía política, social y económica imperante durante los Gobiernos que tuvo el país luego de las tropas españolas, en julio de 1865, especialmente en el que le tocó encabezar a Báez en el lapso que se extendió desde el 8 de diciembre de 1865 hasta el 29 de mayo de 1866.
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Desde el día en que Báez fue proclamado presidente de la República se anunciaban las dificultades con que se encontraría su régimen. El padre Fernando Arturo de Meriño, que en su condición de presidente de la Asamblea Nacional tuvo que tomarle el juramente al nuevo Presidente, pronunció un discurso en el que con su estilo característico presagiaba la corrupción que habría de caracterizarlo. Dirigiéndose al presidente, Meriño afirmó:
“(…)Los buenos patriotas,(…) son los únicos que pueden dar estabilidad al poder, están siempre dispuestos a prestar sus servicios a los gobiernos progresistas y liberales, a los verdaderamente nacionales. Ellos solo les niegan su apoyo y le dejan a merced de sus contrarios, cuando comprenden que el despotismo ha ahuyentado la justicia del solio del poder: cuando, en fin, en vez del mandatario elegido para labrar la felicidad del pueblo, se descubre en la en silla presidencial al tirano sanguinario, al inepto y perjudicial gobernante, o al especulador audaz que amontona colosal fortuna, usurpando las riquezas que el pueblo le confiara para que le diese paz, libertad y progreso”.
Pero no solo Meriño vislumbraba con pesimismo el panorama nacional, sin que el propio presidente Báez en su discurso de toma de posesión no pudo estar más apesadumbrado; al recibir el mando expresó que encontraba el país “sin organización fija o conveniente en los diferentes ramos de la administración, (…) con una deuda flotante cuyo guarismo (monto) era desconcertado por la anarquía, (…) abandonada su agricultura; arruinado su comercio; desvastadas poblaciones enteras; sin crédito público, y por consiguiente desprovisto de los medios de defensa indispensables para una eventualidad”.
Y ya ,el 8 de marzo de 1866, al pronunciar otro discurso ante las Cámaras que se reunieron para dar inicio a una legislatura, el primer mandatario llamaba la atención hacia el hecho de que no se hicieran ilusiones con el Gobierno, ya que la situación del país apenas podía encontrar variaciones beneficiosas solo si él hubiese tenido a su disposición un poder sobrenatural.
El dramático panorama que esbozaban en sus discursos tanto Meriño como el presidente Báez equivalía a la cruda realidad dominicana de entonces. Pero a Báez solo le interesaba solucionar los problemas suyos y de sus amigos, no los del país: nunca tuvo fe en la capacidad del pueblo dominicano para encarar su porvenir.
El mismo día que Báez tomó posesión fue proclamada en el norte del país una revolución que contra su Gobierno encabezaba el general Gregorio Luperón.
El Presidente no solo trató de aplacar los movimientos de repudio haciendo emisiones de papel moneda, como la que le autorizó en el mes de julio el Congreso por unos 100 mil pesos a fin de cubrir especialmente gastos militares, sino que el 20 de abril de 1866 las Cámaras anularon la Constitución liberal de 1865 al reemplazarla por la de diciembre de 1854, de corte dictatorial. Y cuatro días después, el general baecista Pedro Guillermo se paseaba por las calles de la Capital a caballo y espada en mano, gritando: ”Muerte a todos los comerciantes enemigos de Báez”.