El puertorriqueño Ricardo Alegría y la acción cultural

El puertorriqueño Ricardo Alegría y la acción cultural

Uno de los hombres cuya acción en la cultura me ha llamado poderosamente la atención es Ricardo Alegría Gallardo, maestro de generaciones de puertorriqueños, y de dominicanos y cubanos, entre los que me encuentro. Cada verano un grupo de agradecidos nos allegamos a su tumba para conmemorar su obra y persona. Este antropólogo que tanto destacó a República Dominicana y que fuera protector de los exiliados antitrujillistas: Carmen Natalia, Germán Emilio y Maricusa Ornes Coiscou, fue un hombre de acción. Un “maestro de energía” como se decía en los años en que nació. Le venía este accionar de una conciencia del pasado y del presente de Puerto Rico… Un sujeto de la acción que viene de la conciencia histórica y se proyecta en el tiempo con una agenda cultural basta y que se desenvuelve en la marcha de varias décadas.
Los sectores letrados y económicos de Puerto Rico vivieron a principios del siglo XX el desmantelamiento de la economía puertorriqueña y de la educación por un proyecto de americanización que negaba lo que algunos llamaban las esencias se su proyecto colectivo. Hoy preferimos hablar de sus prácticas sociales y políticas. Los dos momentos más empinados del liberalismo en el siglo XIX fueron el Grito de Lares (1868) y la Carta autonómica (1897). La invasión del 1898 fue vivida por esa clase como un trauma; en el XX dos acontecimientos fueron verdaderamente el camino de una toma de conciencia del accionar político de la isla: la fundación del Partido Unión de Puerto Rico (1904) y la del Partido Nacionalista en (1922) ambas acciones colectivas y de posicionamiento de la clase letrada y económica mostraban la falta de “armonía” con el proyecto de colonización, eran las disidencias, las fuerzas opositoras al modelo colonial.
Ricardo Alegría nació cuando el debate político encaraba la situación, cuando el letrado José De Diego planteaba una defensa política de lo nacional puertorriqueño frente a la americanización, que funcionaba como plan de dominación económica a través de las empresas absentistas y el dominio definitivo de los referentes culturales mediante la educación que tenía el inglés como lengua vehicular de enseñanza; vino a la vida en un tiempo en que se desplegaba una campaña por los valores puertorriqueñistas, como lo hicieran desde la Revista Índice Antonio S. Pedreira, Vicente Géigel Polanco, entre otros, fielmente preocupados por conectar la cultura puertorriqueña con el mundo hispánico.
Dijo esto para que podamos pensar en los referentes políticos y culturales que rodearon el nacimiento y el desarrollo de un joven que tendrá la firmeza de acción del maestro. El mundo letrado y político puertorriqueño actuará como una cultura defensiva intentando de forma paralela fundar la nación puertorriqueña en la defensa de la cultura. Como referente del pasado, como cosa traída al presente y como tarea proyectada hacia el futuro. Ese historicismo es heredero del siglo XIX; siglo fundacional de la conciencia histórica en que se destacaron los hombres que forjaron la idea de independencia de los países hispanoamericanos.
Una de las luchas en la que la puertorriqueñidad se le va la vida era entonces la de sacar el inglés como lengua vehicular de las escuelas, de los tribunales, del Gobierno de la cosa pública. Lucha que llevó De Diego y siguieron otros como Inés Mendoza, Nilita Vientós… Rechazo que hoy se testimonia en la revista Índice. Pero que se dio en la Escuela del joven Ricardo (La Superior Central) en donde impartía docencia su maestra Doña Inés Mendoza. Con lo que llevamos dicho podemos hacer un mapa del origen de un accionar en la política y en la cultura de Puerto Rico que rodeará los primeros años de la vida de Ricardo Alegría.
Este mapa estuvo siempre en su pensamiento; sus estudios arqueológicos, sus preocupaciones antropológicas y en la arquitectura. Labores que estuvieron dirigidas a buscar bajo tierra todo vestigio del pasado, las huellas de los primeros habitantes de las Antillas, como una forma de encontrar el último fragmento depositado en la tierra que permitiera reconstruir la puertorriqueñidad. Las preocupaciones del doctor Alegría se desplazaban al habla, a las tradiciones, a la cultura oral, a los cuentos folklóricos y a las manifestaciones de la cultura popular material y espiritual, a los “santos de palo”, la religiosidad, las fiestas de Santiago Apóstol en Loíza, por ejemplo; a la música popular con la recuperación del cuatro puertorriqueños, a las artes plásticas antiguas con el rescate de las otras de Campeche y Oller, dos de los más emblemáticos pintores del Puerto Rico del siglo XVIII y XIX. Y finalmente, el rescate de la arquitectura de ciudades como San Juan y Ponce.
El mapa cultural, los referentes con los que piensa realizar don Ricardo su obra, está ahí y viene de la tradición, del accionar diario. Bucea él en las tradiciones olvidadas y realiza un rescate del pasado. Para algunos críticos mal fundados, este accionar era una forma de nostalgia; pero creo que se equivocaron. Es la acción de una temporalidad que no se agota en el presente. Como Antonio S. Pedreira, sabía don Ricardo que existe una diferencia entre la cultura material que nos trae el progreso modernizante y la cultura espiritual que se forma en el decurso de la vida de un pueblo. Cada referente del pasado obra en sus manos como el fragmento perdido de la formación o evolución de una cultura en movimiento.
No creo que alguien pueda postular que la visión cultural de Alegría fuera pasatista y que operara en un tiempo congelado. De haber pensado así don Ricardo hubiera terminado lo que se propuso; pero, todo lo contrario, él entendía que a su obra le faltaba otro y otros bloques que la fortalecieran. El metarrelato histórico recuperado sirvió para encontrar una visión del pasado, una grandeza perdida y el conjunto de valores de un país que luchaba en el campo político y el cultural por tener su propia fisonomía en medio de un tiempo de delirante modernización.
También se equivocan sus críticos al tratar de confundir su visión de la cultura con el hispanismo y la cultura blanca caucásica. Don Ricardo tenía una visión de integración de elementos culturales y entendía que lo hispánico era parte de la puertorriqueñidad, como lo es el elemento indígena y el negro. Por eso nadie más que él fue pionero en los estudios afropuertorriqueños (fundó el Museo de la Cultura Negra) y en los estudios indígenas (fundó el Museo del Indio). La cultura puertorriqueña vino a ser, a partir de la década de 1950, el escudo de la puertorriqueñidad. Una carta de presentación que don Ricardo dejó visible, un mapa que trazó durante décadas y que debía desembocar en el reconocimiento cultural de Puerto Rico a nivel mundial con su integración a la Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia y la Cultura (UNESCO): una tarea pendiente. Con todo esto, y con la fundación del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, Alegría es, en fin, el impulsor de una ciudadanía cultural puertorriqueña y de un reconocimiento de la cultura de los pueblos del Caribe como horizonte epistémico para la acción cultural. Ojalá que su labor sirva de norte para que el Caribe encuentre sus coordenadas de cambio y transformación.

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