A lo largo de la historia, ha sido usual el empleo de la mentira como herramienta política para manipular a los ciudadanos. Esto, reñido con la ética política, por supuesto. Se trata de la utilización del engaño y la tergiversación para distorsionar los hechos, buscando beneficiar intereses particulares. Se puede sostener que esa mala práctica es más vigente que nunca hoy en día.
Mediante el recurso de la mentira se busca modificar comportamientos y preferencias, lo que en muchos casos conduce a resultados catastróficos para una sociedad, o para la humanidad. Algunos ejemplos facilitan entender hacia dónde lleva el uso de la mentira en la política.
Un caso emblemático fue en el régimen nazi que encabezó Adolfo Hitler en Alemania entre 1933 y 1945. La maquinaria de propaganda nazi, dirigida por Joseph Goebbels, fue tremendamente efectiva; desarrolló y difundió toda una narrativa sobre la superioridad de la raza aria y la inferioridad de otras razas, al tiempo que satanizaba a grupos minoritarios como los judíos, los gitanos y otros.
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El uso de la mentira como herramienta política por parte del Gobierno de Hitler tuvo consecuencias devastadoras. Millones de personas fueron exterminadas en campos de concentración y exterminio, mientras se ocultaba sistemáticamente la magnitud de los crímenes cometidos contra los judíos y otras minorías. Se ha estimado que entre 6 y 7 millones de judíos, alrededor de 10 millón de rusos, entre 1.5 y 3 millones de polacos y alrededor de 300 mil gitanos, entre otros, murieron o desaparecieron en los campos de concentración nazi.
En tiempo mas reciente, uno de los casos más notorios de uso de la mentira en la política involucra al entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, en su justificación de la invasión de Irak, en 2003.
Se recuerda que en el período previo a la invasión, la administración Bush afirmó que Irak poseía armas de destrucción masiva, incluyendo armas químicas y biológicas, así como un programa de desarrollo nuclear. El Gobierno norteamericano argumentó que estas armas suponían una amenaza inminente para Estados Unidos y sus aliados, y que la acción militar era necesaria para eliminar esa supuesta amenaza.
Con todo y que desde la Organización de las Naciones Unidas se argumentó que no existían evidencias que comprobaran las afirmaciones del Gobierno de los Estados Unidos, la invasión se produjo.
Después de la invasión, no se encontraron evidencias sólidas que respaldaran las afirmaciones del Gobierno de los Estados Unidos. No se hallaron armas de destrucción masiva en Irak ni pruebas concluyentes de un programa de desarrollo nuclear. La realidad en el terreno puso de manifiesto que se había mentido deliberadamente para justificar la guerra.
Las consecuencias de esa mentira todavía están presentes en el Medio Oriente. De acuerdo con la Universidad Johns Hopkins mas de 650 mil iraquíes, entre combatientes y civiles, murieron a causa de la violencia relacionada con la guerra. En el caso de los Estados Unidos se registraron mas 4 mil muertos y miles mas murieron por suicidios tras regresar a casa.
Estos ejemplos ilustran cómo el uso de la mentira en la política puede tener consecuencias graves.
La Segunda Guerra Mundial, consecuencia directa de las mentiras del régimen nazi, y la invasión norteamericana a Irak resultaron en grandes pérdidas de vidas humanas, destrucción y desestabilización de regiones, así como en cuantiosas pérdidas económicas. Además, socavó la confianza en el gobierno y generó un escepticismo generalizado respecto a las afirmaciones de los líderes políticos.
En América Latina existen muchos ejemplos de utilización de la mentira como arma de lucha política. De manera especifica, los procesos electorales se han convertido en mecanismo para engañar; se hacen promesas de todo tipo que se sabe de antemano que no se van a cumplir. Una consecuencia de esa mala práctica es la pérdida de fe en la democracia y en los gobiernos. La emergencia de organizaciones anti política, que responsabilizan a los políticos de todo lo negativo que se produce en nuestros países, tiene que ver con el engaño a que se somete a la población.
La República Dominicana no es ajena a esa mala práctica; tampoco a sus consecuencias. Se refleja en el deterioro de la confianza en la democracia y sus instituciones que reportan sondeos reputados, Latinobarómetro incluido.