Los males sociales, económicos y políticos, parecen que se han reproducido solos. Los políticos no hablan de las causales, soluciones ni del impacto en la vida de las personas.
La capacidad para contextualizar los temas trascendentales, la geopolítica, estado de bienestar y la planificación del desarrollo sostenible, no son de la actualidad para algunos sectores y políticos que buscan el poder.
Los temas demandados por los ciudadanos en el día a día no se hablan ni se plantean las soluciones, más bien, parecemos una sociedad de políticos sordos, mudos y ciegos, como decía el presidente Joaquín Balaguer. El presidente Luis Abinader está planteando reformas, debatir el gasto social, unificar instituciones y anular algunas para hacer un Estado más fuerte, con más ingresos y menos corrupción; todo esto, para consensuarlo con los actores sociales y políticos, con los medios de comunicación, iglesia, empresarios, trabajadores y universidades.
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Todas estas reformas eran deudas pendientes que diferentes gobernantes las evadían huyendo del costo político y electoral.
Ahora nos encontramos con políticos afectados por el síndrome amotivacional político, o sea, un síndrome es la presencia de síntomas y signos que ayudan a diagnosticar una enfermedad. Visto desde la neurociencia, la neuropolítica y el neuromarketing, he aprendido, junto a la psiquiatría social y clínica, a construir el diagnóstico: síndrome amotivacional político.
El político amotivacional es aquel que entra en apatía, desenfocado, desmotivado, donde su cerebro está bloqueado o desestimulado en área de recompensa cerebral, donde están las gratificaciones, impulsos y placeres: área dorso lateral del cerebro, corteza prefrontal y el sistema límbico. En cada área de gratificación y placer actúan los neurotransmisores: dopamina, norepinefrina, glutamato, adrenalina y otras sustancias y hormonas como la oxitocina, además de funciones vitales como la concentración, atención y motivación.
La marihuana, por ejemplo, produce un síndrome amotivacional, donde el dependiente va perdiendo el enfoque, productividad, planificación y los propósitos de vida, luciendo una persona de pobre desempeño y de pérdida de las habilidades y destreza sociales; en algunas ocasiones pueden presentar depresión, ansiedad, nerviosismo y falta de empatía social.
En el síndrome amotivacional político, esa apatía, la falta de ganas, de estudiar, luchar, comprometerse, aportar, de construir propósitos con el ciudadano, se va dejando de sentir; más bien, es un político de estímulo electorales y de estímulos temporales cuando llegan las elecciones.
Pero, de forma significativa va perdiendo el encanto y deja de conectar y de fluir con los temas y problemáticas socioeconómica y estructurales de la sociedad actual, además, le acompaña la indiferencia y la apatía, sufre de anemia política y, por tanto, de agotamiento psicoemocional político.
El cerebro político se ha dejado de ejercitar, de estimular y producir los químicos y sustancia neuronales que les mantiene el pensamiento, las emociones y las decisiones.
Como psiquiatra, me preocupa ver posibles candidatos en el Gobierno y la oposición que no contextualizan, no aportan, no se ejercitan sobre los temas socioeconómicos, culturales, psicosociales y, sobre los diferentes déficit y problemáticas con las que convivimos.
No hay que esperar el debate electoral, las campañas y las votaciones, cuando el cerebro se apaga o se deja de estimular y de ejercitar, se va atrofiando y entra en déficit cognitivo, del cual se hace difícil volver a enfocarse. Sencillamente, se instala el síndrome amotivacional político.