No es raro hallar taxistas diplomados en ingeniería, abogados llevando igualas de contabilidad en negocitos de pobre y médicos que ponen inyecciones a domicilio
Ningún trabajo denigra, pero si se sirve para algo más que lavar platos en restaurantes, el fregado es para quienes solo saben manejarse con agua y jabón
Traspasando la frontera que supuestamente separa la economía formal de la informal existe, a nivel nacional, un amplio sector de personas en edad productiva que logra emplearse o labora de manera independiente sin alcanzar los niveles de ingresos que, por regulaciones legales y por derecho al trabajo y a remuneraciones justas, cubran sus necesidades esenciales, sin importar cuán alto sean sus rendimiento horas-hombre para beneficio de la sociedad.
Sin legitimidad de estatus, luchan por igual para sobrevivir en condición de inferioridad aquellos que reciben los rayos del sol en esquinas friendo empanadas sin higiene en busca insegura de un puñado de monedas, que los que han ido a parar a tareas corporativas menores, marginados por empleadores que a veces les obligan a ceñirse de corbata y camisa blanca pero sin afiliarlos a la Seguridad Social y precariamente remunerados. Temporeros y subcontratados para eludir responsabilidades ante la ley. Puestos a morder el polvo de la derrota.
En lo que se refiere a la población laboral apartada del sistema de empresas y negocios legalmente establecido, al principio de este mismo año su número se situaba en 2,156,669, hombres y mujeres de esos que por desesperación tienen que aportar sus energías a cambio de jornales inferiores a los fijados orgánicamente sin que correspondan a la carga de obligaciones y horarios superiores a 8 horas sin pago de horas extra. Distanciados en sus montos de las utilidades que con sus desempeños logra el patrón.
En ese espectro de sobrevivientes están desde luego los que aquí, como en Cuba, serían descritos como «cuentapropistas» que deben que procurar ingresos como burdos o aislados vendedores minoristas y callejeros, simples componedores de cosas y prestadores de servicios primarios, como son los mensajeros motorizados y descapotados en combate contra los elementos.
De ese criadero de laborantes (que mucho se debe al fracaso del sistema educativo dominicano que no dota de capacidades que agreguen valor al común de los individuos en el mercado laboral) se alimenta la desbordante buhonería llevando a hombros cargas de frutas, de otros comestibles y de diversas chucherías. «Buscones» en terminales del transporte que a veces son más numerosos que los potenciales pasajeros y «parqueadores» pretendiendo alquilar pedazos de calles y avenidas.
El clásico lumpen: grupo de la comunidad formado por las personas social y económicamente marginadas en ambientes urbanos, según la definición gramatical.
Llenan el último peldaño de la informalidad en la que excepcionalmente aparecen quienes, como hábiles y sabiondos artesanos y creativos proveedores de lo inusual que el prójimo necesite, triunfan económicamente sin que les tasen los ingresos ni paguen impuestos y sin pertenecer -desde luego- a algún esquema de protección social.
La reactivación de la economía es plausible, pero es inevitable que falte mucho todavía para elevar de su situación a muchos desvalidos de un país de imperfectas estructuras, urgido de reformas modernizadoras, que apenas han resistido la embestida de una pandemia de infiltración desenfrenada que agravó el endeudamiento público y la pobreza y todavía no aparece la forma de superar déficits esenciales.
CHIRIPEROS DEL SUBMUNDO
Los macroeconomistas tienen claro que subempleado es todo aquel que no llena un horario completo de labor y recibe una remuneración por debajo del salario mínimo y cuya capacidad para desempeñar algún puesto no es utilizada plenamente.
Y para la Organización Mundial del Trabajo, aquellos que así se ganan la vida precariamente, no deberían ser considerados con propiedad como parte de la población económicamente activa y llama a los Estados a combatir tal mediatización del quehacer humano. Despreciados por sus pocos aportes a la producción, supuestamente.
A la condición de carenciados, propia y de sus familias que se deriva de estar pésimamente pagados, los trabajadores reducidos al medio tiempo y marginados de todos los beneficios que reciben sus iguales bajo contratos inequívocos, se suma el desprecio de los estadígrafos y de algunos tratadistas del derecho que casi los describen como invisibles.
De ordinario, los obreros que logran ser colocados en posiciones inseguras o transitorias en líneas de producción o servicios, o que se ganan el pan desempeñándose independientemente y a la buena de Dios, terminan como candidatos a engrosar plenamente la cifra de los desempleados.
A mayor cantidad de desocupados, más graves resultan los problemas sociales de cualquier país y con frecuencia, la aguda ausencia de oportunidades para obtener ingresos honradamente es vinculada a un mayor registro de actos delictivos.
GOLPEANDO LA JUVENTUD
Subempleo, desempleo e informalidad van de las manos por todas partes del mundo y República Dominicana tiene desde hace años el dudoso honor de registrar una tasa de desocupación juvenil de un 29% de acuerdo a mediciones de la entidad privada Educa. En los demás países de la región se manifiesta en un promedio de 17%. El promedio nacional marcha por el 6.2%.
Las causas del desempleo en el país son diversas, pero algunos cientistas sociales han llegado a la conclusión de que predominan los factores: educación de baja calidad o inadecuada, marginación de nivel de vida expresada en crecidos suburbios de pobreza y la ausencia de experiencia laboral al no funcionar el incentivo a los empleos iniciales.
Ángela Liriano, coach, especialista en empleabilidad, inserción laboral y desarrollo de personal, llegó a conclusiones tras enfocarse en el desempleo que afecta a los adultos jóvenes en República Dominicana: «enfrentan una dura realidad al tratar de insertarse al mercado laboral con niveles inadecuados de capacitación, orientación y trabajo decente».
Sostiene en uno de los análisis que ha divulgado, que la creación de puestos de trabajo dependerá de políticas que generen condiciones idóneas para un crecimiento económico sostenible que permita que los jóvenes dispongan de oportunidad para mejorar sus condiciones de vida. Lo más cierto es que las causas del desempleo son complejas en todas partes del mundo.
HABLAN LOS NEOCLÁSICOS
Alfred Marshall, fundador de la teoría del «equilibrio parcial», relaciona la ausencia de ocupaciones en un país dado a la regulación excesiva del mercado de trabajo a la que atribuye capacidad de entorpecer la creación de empleos.
Los neoclásicos culpan directamente «a los sindicatos y, sobre todo, a los gobiernos, como los causantes de bajas demandas de trabajadores al imponer a los empresarios condicionantes como el salario mínimo, que impiden el ajuste correcto de la oferta y la demanda». Partidarios de la llamada «Ley de Say» que pretende que el mercado funcione con plena libertad y sin trabas regulatorias.
En República Dominicana las opiniones están divididas entre quienes creen que el Estado regula débilmente los intereses empresariales -más bien se coloca a su servicio- y los que culpan a los gobiernos de mantener altos los costos laborales al obligar a los empleadores a pagar prestaciones al tiempo de someterlos a elevados gastos para cobertura de la seguridad social y del régimen de pensiones. Se sienten bajo una duplicidad onerosa de cargas y abogan por la creación de un seguro nacional de desempleo para que se pueda despedir a cualquiera sin darle un peso.
KEYNES DISIENTE
Al economista británico John Maynard Keynes, considerado uno de los más influyentes del siglo 20, se debe la teoría de que la principal causa del desempleo no se encuentra en el mercado de trabajo en sí mismo sino en el mercado al que se dirigen producciones de cualquier naturaleza.
Su explicación va en el sentido de que las empresas siempre disponen la contratación de determinados números de trabajadores en función de la cantidad de bienes y servicios que esperan vender y del precio que se proponen alcanzarles en la venta libre.
Los keinesianos además, creen en el Estado paternalista que debe intervenir irrumpiendo en la economía cada vez que sea necesario para impulsar la demanda y la inversión y que a los pueblos no se los lleve quien los trajo, llevándose se paso a los grandes patrimonios del sector privado