POR LUIS O. BREA FRANCO
A la muerte de su padre en 1846, Herzen, su familia y su madre, que eran los herederos, decidieron viajar a París a pasar un largo período en la que era la capital cultural del mundo. Para ello diligenciaron un pasaporte y en enero de 1847 cruzaron la frontera ruso-alemana. La decisión de permanecer la tomarían después.
Cuando llegan a París –»había soñado ese momento desde mi infancia», escribe en sus memorias-Herzen, en seguida comenzó a buscar a sus conocidos –entre ellos a Bakunin- y a establecer relaciones con los exiliados radicales y socialistas de diversas nacionalidades.
Sin embargo, no necesitaría de mucho tiempo para descubrir que París no estaba a la altura de lo esperado; la degradación moral de la burguesía lo decepciona.
Su desengaño lo comenta a sus amigos de Petersburgo y Moscú a través de cartas que fueron publicadas por la revista: «Sovremennik –El contemporáneo».
Sus amigos de Moscú, retenidos en la gran cárcel que era Rusia bajo Nicolás I, se disgustan con su reacción y toman sus escritos como ejercicios retóricos de un extremismo irresponsable, o como producto de la desazón y falta de perspectiva que invade a alguien proveniente de un país atrasado que de repente tiene que comenzar a vivir según las normas que impone el progreso.
Herzen en «El pasado y los pensamientos», describe los años que van del 1847 al 1853 como los más terribles y sombríos de su existencia; son siete años en que la vida cotidiana pasa del cumplimiento de sus sueños a un caos total: «Todo ha caído en ruinas, lo universal y lo individual, la revolución europea y el techo doméstico, la libertad del mundo y la felicidad. Entonces me encontraba en el punto álgido de mi evolución… Asumí la vida con presunción, como si se tratara de un arrogante desafío. Me incitaba la lejanía, el espacio, la lucha abierta y la libertad de palabra; quería experimentar mis fuerzas en libertad…».
En 1853, cuando el demonio de la represión parecía que habían vencido en todas partes en Europa, Herzen escribe en el quinto libro, de ocho que contiene «El pasado y los pensamientos», el capítulo más doloroso de su existencia: «Inside» se titula.
En el preludio confiesa: «Ahora ya no espero nada, después de todo lo acontecido no hay nada que pueda suscitar en mí maravilla o gozo profundo. Me refrenan los recuerdos del pasado y el pavor ante el porvenir. Casi todo me deja indiferente… Perdí entonces toda fe, el sentido de todo bien. He probado en estos años la traición y descubrí una corrupción moral de la que no tenía idea que pudiese existir entre seres humanos».
Su sensación es que todo en el mundo va para mal. Desde Londres, cuando todo ha concluido, escribe: «Permanezco aquí porque no sé que hacer de mí. Vivo en un mundo que se disgrega en el caos, que se pierde en la niebla, donde los contornos de las cosas se difuminan y el fuego se reduce a cenizas». ¿Qué acontecimientos produjeron en la existencia de un hombre tan abierto y reflexivo, inteligente, cosmopolita y lleno de vitalidad como era Herzen, tal sensación de abatimiento, de caos y desesperación, de encontrarse solo en el mundo enfrentado a las más terribles fuerzas de la negación?
Más que de una sucesión de acontecimientos separados, se trató de la constatación de que su vida pública y la íntima, se levantaban sobre una falta de claridad, de transparencia.
Este descubrimiento llegó acompañado de múltiples hechos negativos y de la percepción de actitudes reticentes en las personas a él más cercanas, lo que lo condujo por una corriente vertiginosa de dudas, sospechas y crisis de celos agobiantes, que lo arrastraron a descubrir, en relación con su mujer, zonas de silencio inconcebibles, que, a su vez, ocultaban traiciones nunca presentidas.
Todo ello fue poco a poco minando su existencia, su salud y su percepción del mundo en todos sus aspectos, disolviendo todos sus referentes, obnubilando el poderío de su espíritu analítico, impidiéndole reflexionar con la serenidad de ánimo que caracterizaba su racionalidad.
Primero fue el fracaso de las revoluciones del 1848, el percatarse de la pequeñez y vanidad de los compañeros, de la deficiente capacidad de análisis de los revolucionarios con los que tenía que tratar, torpes para encajar en la acción las duras lecciones aprendidas en el polvo de la derrota, ciegos para desplegar la propia existencia desde una autentica coherencia moral.
Herzen se siente rodeado de un «vacuum horrendum», de vacío horrible; rodeado de gente que había cometido tremendos errores –que habían costado cientos de vidas-, pero que «justifican aún, lo que es signo de que lo volverán a repetir».
Después fue la expulsión de Francia, la cancelación de la ciudadanía rusa, la condena a un exilio en perpetuidad, la confiscación de los bienes en Rusia, la vida de fugitivo sin nacionalidad, cambiando continuamente de lugar; luego fue el golpe de Estado de Luis Bonaparte en 1851, que instauraría el segundo Imperio en Francia, el triunfo de la reacción en toda Europa, la aparente consolidación en el trono de Nicolás I, la intensificación de la represión en Rusia; en fin, parecía que la causa de la libertad se había hundido para siempre, tanto en Rusia como en Europa.
Posteriormente aparecen los golpes personales: la madre, acompañada de un hijo de Herzen, Nicolás -niño sordomudo pero muy despierto y querido- que ella educaba amorosamente, mueren en un naufragio cuando se dirigían a Gran Bretaña, en noviembre de 1851.
Finalmente, muy enamorado de su mujer, el gran amor de su vida, descubre que esta ha sido seducida y engañada por un amigo íntimo, asiduo visitante de su casa, el poeta alemán, George Herwegh, amigo de Marx y de Richard Wagner, al que con ironía Heine calificaría como «la alondra de acero» de la revolución alemana. Este terrible episodio concluye en mayo del 1852, con la muerte, en un parto difícil, de su amada Natalia.
Lo más difícil de aceptar para él, lo que otorga a su conflicto dimensión de tragedia griega fue que, además del dolor y la ansiedad personal, esta situación lo desgarró éticamente, pues se debatía entre el amor a su mujer, su deseo de protegerla y su lucha por reconquistarla, y el reconocimiento de su derecho a amar a quien quisiera, que había sido un principio que él había defendido durante toda su vida.
Herzen concibió «El pasado y los pensamientos» como un monumento de amor dedicado a la memoria de su mujer y considera el libro como: «una confesión; entorno a ella, provocados por ella, se acumulan los recuerdos y el flujo, aquí y allá interrumpido, de los pensamientos».