El tiempo no olvida, acusa. El tiempo pasa y arrincona las hazañas, los actos de heroísmo, las grandes jornadas de los pueblos que persiguen una felicidad que se diluye como dijo el poeta: es como abrir las manos, encontrarlas vacías, y no saber qué cosa se nos fue.
Y, como si se escuchara el sonido de las frescas gotas de lluvia caer sobre las flores en el jardín, los recuerdos se entremezclan, unos van, unos vienen, unos persisten, otros insisten en diluirse y los compromisos surgen, especialmente aquellos que no hemos sido capaces de cumplir, o no hemos cumplido, aunque no importa, el que se fue no puede volver a reclamarnos. Y es el propio yo de cada uno de nosotros el que sabe cuál fue el nivel de compromiso que tuvimos con tal o cual situación, cuidadosamente planeada, que ahora intentamos y hacemos el esfuerzo porque nos pase por debajo de la puerta para que los remordimientos, si es que los hay, no nos agrieten la memoria porque mejor es no recordar, porque recordar es vivir y lo importante, ahora, es borrar dejar que se vayan los recuerdos, las memorias como sueños desagradables que terminaron en pesadillas.
Siempre se nos acusa de que somos un pueblo de memoria corta, de memoria corta y enrevesada, una memoria que, compartida, se convierte en un estilete de recuerdos rechazables para que no regresen, para que no nos reclamen.
Conocedor de que don Fausto Caamaño Medina y Sacha Volman le pidieron a Claudio Caamaño Grullón y a Jorge Gerardo Marte Hernández que viajaran a proponerle a Francisco Alberto Caamaño Deñó que saliera de Cuba para que iniciara una vida política pública en pro de sus ideales.
Aunque Claudio me negó que tuviera esa importante misión, le dije que le dijera al Chief que no vinieran aquí con guerrilla porque hasta yo me escondería tan pronto llegaran. Claudio me informó, años después del cobarde asesinato de Francis, que había dado mi recado y que Caamaño comentó: ¡ah Gautreaux!
Por ahí andan y ni siquiera se dan golpes en el pecho como muestra de su arrepentimiento, los que le prometieron al héroe que lo seguirían hasta lograr la victoria y los que cobardemente lo asesinaron y se repartieron, como recuerdo de su hazaña, las dos o tres pendejadas que cargaba.
Los políticos creyeron que se entrenarían con Francis, saldrían de Cuba y conquistarían la gloria, que el pueblo se uniría a la guerrilla, los militares asesinos se refugiaron en cuarteles bien protegidos hasta de las maldiciones. Ni los unos ni los otros son sinceros. No quieren cargar con la derrota.
Ayer se cumplieron 46 años del asesinato de Caamaño ¿Y?
Quizá algunos se atrevan a rasgar sus vestiduras