Desde la comunicación, como proceso que tiene la misión de construir respuestas, el mensaje es el contenido que permite la interacción entre quien lo elabora (emisor) y quien lo recibe (perceptor).
Por lo general, el mensaje es la información que circula por distintos medios o canales, casi siempre con más de un propósito.
Por ejemplo: Educar, informar, motivar, persuadir, manipular, captar, atraer, mantener, inducir, convertir, etc.
En pocas palabras, el mensaje es la dictadura que controla las decisiones, actuaciones, actitudes, percepciones y opiniones de importantes segmentos de las audiencias actuales.
En los contextos sociales, caracterizados por la falta de institucionalidad, el irrespeto a la dignidad humana y el poco aprecio por el bienestar colectivo, los emisores políticos, comerciales y corporativos producen y difunden grandes volúmenes de mensajes, sin que nadie controle la calidad y veracidad de los mismos.
Los ciudadanos reciben diariamente por distintas vías miles y miles de mensajes, los que de manera inconsciente inciden en su forma de pensar, actuar y opinar. Es en el mensaje donde se aprecia la buena o mala intención del emisor.
En estos tiempos, en los que un segmento importante de las audiencias carece de capacidad para interpretar y analizar los contenidos, intenciones y trampas de los mensajes, el emisor político y corporativo pretende sustituir y explicar la realidad concreta con argumentos ficticios cargados de emociones.
En el presente siglo, tanto en el contexto político como en el corporativo, la elaboración y difusión de mensajes se asocia más a causas negativas que a positivas.
La pretensión es imponer la dictadura del mensaje, con la que se busca convertir en necesidad lo que en el fondo no es más que un deseo o capricho.