La imagen pública, al igual que la reputación, la credibilidad y la confianza, es uno de los activos intangibles más vulnerables que poseen las organizaciones. Todo cuanto piensan, deciden, hacen y dicen las organizaciones incide positiva o negativamente en su imagen pública, ya que ésta no es otra cosa que la percepción que se forman de ellas sus grupos estratégicos y de interés. En muchas empresas e instituciones nacen, crecen y se desarrollan pensamientos, decisiones, actuaciones y discursos, cuyo impacto termina limitando su desempeño y dañando su imagen pública. Por ejemplo, ejecutar o asumir algunas de las siguientes acciones o actitudes:
• Construir climas laborales, en los que el autoritarismo, la arrogancia, la prepotencia, la intolerancia y el miedo psicológico, limitan el debate y la discusión de las ideas, opiniones y puntos de vista.
• Crear mecanismos burocráticos para controlar y obstaculizar el libre y sano debate de las ideas.
• Sustituir la misión, visión y valores institucionales por caprichos e intereses personales. • Tolerar las consecuencias negativas procedentes de malas prácticas gerenciales. • Gestionar a mediano y largo plazo al margen de un marco o plan estratégico. • Establecer un estilo gerencial de puertas abiertas, pero de mente cerrada. • No gestionar los procesos de la organización desde el enfoque sistémico. • Pensar, decidir y actuar solo desde lo coyuntural, obviando los atributos positivos de la gestión estratégica. • Matar emocionalmente a las personas que no tienen miedo de ir contracorriente. • Poner obstáculos físicos y psicológicos a los empleados que intentan volar con sus propias alas. • Mangonear al personal como si fuese una manada de borregos. • Invertir más recursos, energía y creatividad en lo mediático que en lo estratégico. • Predicar y no practicar los beneficios que se derivan del trabajo colaborativo.