Hoy más que ayer, las relaciones públicas, al igual que otras áreas del conocimiento, tienen enemigos gratuitos.
En este sentido, es común escuchar a profesionales referirse despectivamente a determinadas acciones vinculadas al quehacer cotidiano de las relaciones públicas. Por ejemplo, cuando alguien que dice llamarse relacionista utiliza los medios de comunicación tratando de justificar decisiones, actuaciones y declaraciones desacertadas, procedentes de empresas, instituciones y personas portadoras de mala reputación.
En pocas palabras, son enemigos de las relaciones públicas los que hablan de ellas sin estudiarlas.
¿Quiénes son los enemigos letales de las relaciones públicas? La respuesta es que son muchos y variados. Los hay que hablan continuamente del rol de ellas a partir de un marco referencial débil y superficial. Otros la perciben, la teorizan y la practican desde el conocimiento empírico.
Por lo general, los enemigos perniciosos del ejercicio ético y profesional de las relaciones públicas aprovechan cualquier circunstancia, momento y lugar para atribuirles y asociarlas a acciones carentes de ética, honestidad e integridad.
Los enemigos de las relaciones públicas son las universidades y las empresas que ofertan programas de capacitación continua en dicha área, para lo cual seleccionan docentes y facilitadores sin las competencias, habilidades y experiencias adecuadas para enseñar esta disciplina en el siglo XXI.
Además, son enemigas de las relaciones públicas éticas y profesionales, las grandes corporaciones que invierten cuantiosas sumas de dinero en crear, mantener y posicionar perfiles de imagen pública, cuyo propósito final consiste en construir cortinas de humo para invisibilizar resultados derivados de sus malas prácticas.