En el presente, poco a poco las audiencias han ido desarrollando competencias que les permiten hacer lecturas más críticas a los contenidos de los mensajes que elaboran y difunden los emisores o fuentes.
Hechos recientes evidencian lo negativo que es para la reputación, credibilidad, confianza e imagen pública de las empresas, instituciones, marcas y personas, invertir tiempo y recursos en tratar de ocultar supuestos logros o resultados procedentes de prácticas ilícitas.
Hoy, todo se sabe, se comenta y se difunde. Tanto los medios como el mensaje no pueden ser refugios ni lavaderos de prácticas y acciones ilícitas de emisores o fuentes.
Vivir, decidir y actuar con ética, integridad y honestidad es diferente a la odiosa y mala práctica de producir y difundir diferentes tipos de mensajes para mentir y ocultar la verdad.
En la sociedad dominicana, al igual que en otros países del mundo, la reputación, la credibilidad y la honestidad de muchas empresas, instituciones, marcas y personas solo existen como contenidos de los variados mensajes que elaboran y difunden continuamente. Los mensajes jamás sustituirán el ejercicio de la ética y el bien hacer.
Tanto en el entorno político como en el corporativo, lo esencial para que el mensaje sea creíble es su vínculo con la realidad o situación a la que éste hace alusión.
La democratización de los nuevos y tradicionales medios de comunicación, gracias al desarrollo de las tecnologías de la Información y la Comunicación, ha facilitado que las audiencias actuales dispongan de más facilidades para monitorizar y verificar el nivel de coherencia entre la praxis y el discurso que exhiben las empresas, las instituciones, las marcas y las personas.
Las audiencias de hoy enjuician de manera negativa e ignoran a los emisores o fuentes que fingen hacer lo correcto.