Los tiempos en que la gestión estratégica de las relaciones públicas se le confiaba a cualquier parlanchín de buena apariencia física y con evidentes habilidades para relacionarse, manipular y mentir, ya hoy no son suficientes.
En la actualidad, el talento humano que se requiere para planificar, ejecutar y controlar los objetivos, estrategias y actividades de relaciones públicas debe poseer algo más que empatía para vincularse en un ambiente de tabaco y ron.
En el marco competitivo actual, en el que cada una de las decisiones y actuaciones de las empresas e instituciones son monitoreadas, socializadas y valoradas por los diferentes grupos de interés, la gestión de las relaciones públicas no se debería llevar a cabo desde las clásicas miradas de la celebración, la bebedera, el cabildeo y las improvisaciones. Sin dudas, las organizaciones del presente siglo esperan que las relaciones públicas les ayuden a gestionar los activos intangibles de alto valor. Por ejemplo, la reputación, la credibilidad, la confianza y la imagen pública.
Entre las inquietudes permanentes que tienen los ciudadanos con respecto al comportamiento ético y transparente de las organizaciones se destacan el decidir y actuar como ciudadanos socialmente responsables, más allá de cumplir con las obligaciones legales establecidas y de generar empleos dignos y decentes. Las relaciones públicas estratégicas, a diferencias de las que se ejecutan en un ambiente de tabaco y ron, crean mecanismos para que las empresas e instituciones establezcan relaciones sostenibles, planifican y realizan actividades tendentes a posicionar un perfil positivo de imagen pública y desarrollan medios para prevenir los conflictos que podría dañar los activos intangibles.