El precio que tendrá que pagar la empresa automotriz Volkswagen por haber incurrido en el error de colocar a once millones de sus autos un software que altera las mediciones de expulsión de gases, pretendiendo con ello que los consumidores estadounidenses y los de otros mercados mundiales creyeran que compraban vehículos más amigables con el medio ambiente, impactará negativamente los activos tangibles e intangibles de dicha marca. Este ha sido el peor escándalo en los 78 años del Grupo Volkswagen.
El descontento de los que siempre han creído en la calidad y el confort de los vehículos que fabrica la Volkswagen, se ha visto reflejado en los contenidos que difunden los medios de comunicación, principalmente a través de las redes sociales. La crisis de confianza es tan grande que varias agencias automotrices, distribuidores privados y consumidores estadounidenses han optado por vender sus vehículos, a pesar de que hace pocos días antes se consideraba la marca líder por su alta calidad y confiabilidad.
En este mundo globalizado, donde todo se sabe y se dice, gracias a la tecnología de la información y comunicación, es casi imposible que las empresas, las instituciones y las marcas puedan ocultar el impacto negativo que tienen para la reputación, la credibilidad y la imagen pública, incurrir en prácticas deshonestas y carentes de éticas, opuestas a las normas y leyes existentes en los mercados que protegen los derechos de los consumidores y el medio ambiente.
La situación por la que está atravesando la imagen pública de la Volkswagen es un problema que trasciende el aspecto económico de los que han comprado los automóviles.