No exagero si digo desde aquí que el verbo consensuar es el más difícil de conjugar en este fallido paraíso tropical, donde cada quien jala para su lado y las leyes solo son buenas para aplicárselas a los otros. Y si están los políticos de por medio es peor todavía, pues la mayoría cree que el consenso es un traje para ponerse y quitarse “a sigún” lo mande la circunstancia o la conveniencia. ¿Cómo esperar que haya consenso en un asunto tan delicado como una reforma de la Constitución, si con tan solo mirar para atrás tenemos razones de sobra para desconfiar de todo el que la promueve?
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Por eso no me sorprende leer, ni debería sorprenderles a ustedes, mis queridos lectores, que “está lejos” (¿Cuándo estuvo cerca?) el consenso para la reforma de la Carta Magna anunciada por el Gobierno, debido a que los bloques de senadores y diputados de la Fuerza del Pueblo y el PLD opinan que no debe tocarse ni en esta ni en la próxima legislatura. Ni en la que sigue a la próxima, agrego yo, y no es muy difícil adivinar porqué ni el PLD ni la Fuerza del Pueblo, que hasta hace poco eran la misma cosa, quieren que se le toque ni con el pétalo de una rosa.
Por eso se muestran tan poco interesados en participar en el consenso que propone el gobierno, que no lo necesita para imponer esa o cualquier reforma. Sin embargo, el presidente Luis Abinader ha sido reiterativo al declarar que su deseo es que todas las fuerzas políticas participen, y no solo en lo que se refiere a la Constitución sino en todas las reformas que se propone sacar adelante con el consenso y la participación activa y comprometida de todos los sectores de la vida nacional.
¿Por qué es tan difícil tomarle la palabra si está demostrado que cuando hacemos las cosas juntos quedan mejor? Parece un simplismo, y realmente lo es; pero es una gran verdad, como también lo es que los políticos siguen demostrando que piensan primero en sus mezquinos intereses y si les sobra tiempo en lo que más le conviene al país.