Este 18 de agosto se cumplen 54 años del intercambio epistolar entre el presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, y Francisco Franco, “Jefe del Estado Español”, a raíz de una solicitud de asistencia hecha por el primero al segundo, para apoyar la guerra de la nación norteamericana en Vietnam. La respuesta de Franco ha sido recordada recientemente (“El consejo de Franco que el presidente Johnson rechazó y le habría ahorrado la humillación en Vietnam”, ABC, 12 de agosto de 2019). Franco no dijo que no a la ayuda militar solicitada por Johnson, pero tampoco la concedió. En su lugar, España envió una delegación de médicos a Vietnam, la primera operación de paz de las fuerzas armadas españolas en el siglo XX.
La carta de Franco es interesante por lo que dice respecto a la naturaleza de la guerra en Vietnam y al involucramiento de Estados Unidos y las demás potencias en la misma. Básicamente el dictador español advierte a Johnson que se trata de una “guerra de guerrillas”, en donde muy pocos efectivos “indígenas subversivos” mantienen “en jaque a contingentes de tropas muy superiores”; donde las armas convencionales no garantizan, por más potentes que sean, enfrentar eficazmente objetivos atomizados ya que “no existen puntos vitales que destruir para que la guerra termine”. Franco advierte que “las cosas son como son y no como nosotros quisiéramos que fueran”, por lo que señala que no se trata de solo una cuestión militar, sino que está envuelto el nacionalismo, que empuja al pueblo de Vietnam hacia el “social-comunismo”, como única manera de enfrentar el colonialismo, con la ayuda del imperialismo chino y ruso, bajo el liderazgo de un “patriota” como Ho Chi Minh, quien, habiendo combatido a japoneses, chinos, franceses y a estadounidenses, confiesa Franco que “podría ser, sin duda, el hombre que necesita Vietnam”.
Fíjense que quien escribe así es el pretendido “primer vencedor contra el comunismo”, el que firmó con Eisenhower en 1959 los acuerdos que permitieron las primeras bases militares estadounidenses en España. ¿Qué explica el tono y el contenido de esta carta en donde Franco señala que “hay que ayudar a estos pueblos a encontrar su camino político, lo mismo que nosotros hemos encontrado el nuestro”, que es anacrónica y contraria a la unidad la división entre “las grandes naciones en Ginebra” y el resto de los pueblos, que “no es solo por la fuerza de las armas” que desaparecerá la amenaza comunista y “que vale la pena de que todos sacrifiquemos algo”? Para responder esta pregunta debemos remontarnos a dos conferencias pronunciadas por el jurista alemán Carl Schmitt en Pamplona en la primavera de 1962 -para la misma época en que los jerarcas franquistas le rindieron homenaje en Madrid al jurista de 74 años y Manuel Fraga, en nombre de los discípulos españoles de Schmitt, coloca en la solapa de su “venerado maestro” una condecoración- y que son el origen de un librito suyo intitulado Teoría del partisano.
Sostiene Schmitt en su ensayo que “el punto de partida para las reflexiones sobre el problema del partisano es la guerra de guerrillas que el pueblo español llevó a cabo en los años 1808 hasta 1813 contra el ejército de un conquistador extranjero”, las fuerzas de Napoleón. Aunque Schmitt afirma que el fenómeno guerrillero precede a esta época, pudiendo incluso los dominicanos decir que se remonta a la pionera guerrilla de Enriquillo, sin dejar de mencionar a Máximo Gómez en Cuba y a los gavilleros que en el Este enfrentaron a los invasores estadounidenses entre 1916 y 1924, lo cierto es que es la española la primera guerrilla “en atreverse a luchar de modo irregular contra el primer ejército regular moderno”. A juicio de Schmitt, lo que caracteriza al guerrillero no solo es que es un combatiente irregular, sino su “intenso compromiso político”, la “elevada movilidad” del “combate activo” y la colaboración “con alguna organización regular”. Señala el alemán como paradigmas del guerrillero a Mao Tse-Tung, Ho Chi Minh y Fidel Castro, los que entran en la categoría del “defensivo-autóctono defensor de su Patria.” Como se puede observar, en su carta, Franco señala exactamente los elementos básicos de la teoría schmittiana del guerrillero. Cómo llegaron ahí esos elementos es una historia no contada y que se debe contar, si es que se quiere entender en qué medida y como es, en verdad, Carl Schmitt -para utilizar el título del libro de Miguel Saralegui- un “pensador español”.