El yo y el otro: fábula del ciempiés y el grillo

El yo y el otro: fábula del ciempiés y el grillo

Rafael Acevedo Pérez

Phillip Lersch refiere la conversación entre el grillo y el ciempiés: “Que ser tan maravilloso es usted, le dijo el grillo. Mover sus cien patas sin jamás equivocarse ni trabarse”.

El ciempiés, halagado y presuntuoso, se detuvo a pensar cómo era que él podía hacer eso. El relato termina con el ciempiés totalmente incapaz de moverse, enredado entre sus propias patas.

Esta fábula podría ayudarnos a entender varios comportamientos humanos. Por ejemplo, nuestras tendencias egocéntricas y sus infinitas variantes; frecuentemente próximas al sensualismo, el sibaritismo, el epicureísmo, y al consumismo y otras formas comunes del “darse gusto”, “lo único que uno se lleva”.

La historia y diversos autores trataron el tema. Todos escuchamos del egocentrismo de Nerón, embebido en su demencial auto-valoración como ¡sabio y poeta!…extasiado ante el espectáculo de una Roma ardiendo, ¡por mandato suyo!

La egolatría tiene raíces más lejanas. El propio Satanás, el ángel favorito del Creador se consideró a sí mismo demasiado hermoso e inteligente para ser subalterno de nadie. El mítico Narciso quedó paralizado en la contemplación de su propia belleza masculina; una conducta, en alguna medida, homosexual.

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Pienso, luego, existo (Descartes), y descubro que soy maravilloso y libre de pensar lo que quiero. Y me maravillo de mi mismo, de que “soy un cosmos, y me basto y me canto a mi mismo” (Whitman). Hay poca distancia entre el yoismo y el ateísmo de nuestros tiempos.

Pero el narcisismo también suele ser de tipo intelectual. No es infrecuente entre artistas e intelectuales el afan de ser celebrados, reconocidos, valorados. Aunque, ciertamente, el arte auténtico es muchísimo más excelso que la procura de fama y aceptación en “grupos de auto bombo”.

Exhibicionismo, narcisismo y homosexualidad potencial son desafíos del hombre moderno (las redes, las selfies), suelen ser maneras ególatras de auto complacencia; especialmente, como respuesta a las mayores exigencias de la mujeres.

Lamentablemente, egocentrismo y egolatría son patologías psicosociales poco visibles; difíciles de manejar por parte de los demás. En el plano espiritual suelen producir bloqueos que impiden al individuo, hombre o mujer, encontrar a alguien más, siquiera a sí mismo. Por lo que a muchos les resulta prácticamente imposible concebir a Dios, menos aún, comunicarse con él.

Esas patologías, paradójicamente, en ocasiones alcanzan estadios egolátricos cuasi-orgásmicos. Grandes genios que descuellan y son acreedores de multitudes de seguidores, de manera religiosa. O sea, otras formas de ateísmos: Dios es para ellos un espejismo, meras lucubraciones de infelices y desamparados.

La salud mental solamente se produce en las relaciones humanas sanas del día a día. En nuestras manifestaciones de bondad y amor. Solo mediante esa entrega nos distanciamos de nosotros mismos. El amor es, pues, la única puerta de autorrealización y de escape de la prisión de la carne. El amor equivale a auto liberación. Pablo nos dijo: “Todo pasará; lo único que quedará será el amor”.

Pero aún en el amor necesitamos a Dios y a los demás. Así nos libramos de la egolatría. Tan perversa y dañina como el egoísmo.