Las organizaciones políticas encontraron en el voto de los sectores populares la fuente por excelencia para conquistar simpatías que, con la desaparición de las figuras mesiánicas, ya sin mitos que seguir, dejó la escena al clientelismo vulgar actuando por la libre.
Inclusive, en la medida que los relevos no exhibieron las destrezas de sus antecesores, el recurso de lo estrictamente económico sustituyó la magia del carisma y lo seductor del discurso empático con la franja de los desposeídos.
En Argentina, los descamisados seguían a Perón y la etiqueta estructurada como sinónimo de humildad hizo del Partido Justicialista, el histórico depositario de la voluntad de los de abajo, sintiéndose identificados con el legendario caudillo y en el terreno de lo electoral, siempre considerado de defensor de las masas irredentas.
Fidel Castro no conquistó el corazón de los cubanos porque su retórica los dejaba embelesados, sino que sus acciones políticas pretendían representar a los excluidos, en principio, inspirados en la sed de sacar del gobierno a Fulgencio Batista.
Juan Bosch debutó políticamente en un país con 31 años de genuflexión, y su inteligente fragmentación de las clases sociales alrededor de un discurso de pescuezos largos, tutumpotes, hijos de Machepa y las tres calientes, incluyó al elevadísimo porcentaje de ciudadanos literalmente radiados del acceso al poder.
Toda la retórica asociada al proceso de inserción de los marginados eclipsó franjas significativas en capacidad de ingresar al mundo de la militancia bajo el predicamento de que los partidos lo representaban y se constituyeron en la ruta de una participación distorsionada y trampolín de movilidad financiera para el club de astutos arquitectos de mayorías electorales.
El grave problema en la toma de conciencia y acceso a información sobre enriquecimiento y corrupción de las cúpulas partidarias es que representó una clarinada sobre la transparencia de sus dirigentes y cuando los considerados impolutos se distanciaron de su prédica, llegó la frustración.
Por eso, los pragmáticos decidieron bailar en el festín para sobrevivir y gente de acento cuestionador, terminó arropado por una realidad distante a las razones que impulsaron se ingreso a la política.
Ahora que los niveles de impugnación obligan a replantear el rol de las organizaciones y las características de sus dirigentes, no podemos desconectar la urgencia en elevar la preparación y adiestramiento de los cuadros políticos. Inclusive, el marcado interés de la anti-política produjo una equivocada sensación de que “cambiarlo todo” resolvía y/o potabilizaba el sistema.
El recurso de lo estrictamente económico sustituyó la magia
Fidel Castro no conquistó el corazón cubanos por su retórica
Bosch debutó políticamente en un país con 31 años de genuflexión