Haitianos quisieron libertad, igualdad, legalidad, mas no pudieron organizarse
Lo menos que se puede decir del pueblo estadounidense es que se iniciaron con un proyecto espiritual. Que los peregrinos ni los que vinieron luego, no encontraron a una sola tribu nativa a quien someter ni esclavizar.
Que tuvieron que fajarse. Tampoco tuvieron el acompañamiento de un imperio lujurioso de oro y poder, por cuanto estos primeros pobladores trabajaron la tierra, y vivieron de su propio sudor.
Esa fue la gran diferencia con Latinoamérica: no que fueran españoles o católicos, ni por el estilo. Los británicos ni los españoles ni los franceses encontraron, al norte de río Bravo, absolutamente a nadie que no estuviese dispuesto a morir por su libertad.
La historia para el sur, fue la de la depredación, y la esclavitud. La del abuso y el crimen permanentes.
Pero el tema no es ya la historia, sino que nuestros países aún no encuentran su identidad ni su vocación; ni siquiera decir, que nuestras clases dirigentes tienen proyecto propio de nación; tampoco, que en nuestros países se lucha para saber, o porqué no sabemos quiénes somos ni hacia dónde vamos.
Muchos de nosotros nos caracterizamos por tener un gran apego al terruño, a un ser nacional más o menos difuso, pero sin duda inspirado en el Proyecto socio-espiritual de Duarte y nuestros fundadores. Pero la mayoría de nosotros parece no haberlo entendido.
Los haitianos quisieron libertad, igualdad, legalidad como los franceses de 1789, pero nunca pudieron organizarse espiritualmente, porque su diversidad étnica era insalvable.
El catolicismo no les sirvió siquiera como fachada civilizatoria, y ningún Papa católico de atrevió a certificarlo ni garantizarlo.
Venezuela y demás países del continente también estuvieron inspirados en los federalistas estadounidenses, y en la Revolución Francesa; y antes aún, en los cristianos de toda Europa. Y en nuestros Enriquillo, Caonabo, Hatuey; desde luego, en Pedro de Córdova y Montesinos.
Muchos criollos tempranamente se dieron cuenta de que éramos diferentes; que “éramos gentes”. Y, sobre todo, criaturas del Dios altísimo. Y ya nadie los detuvo hasta flamear nuestra bandera en lo alto, impetuosa en el corazón de la mayoría de un nosotros, que se sabe heredera de lo mejor, porque somos pueblo de Dios. Y que nuestra raza es también mezcla única, hermosa y orgullosa. Que no necesita de extranjerismos para brillar. Indiecitos, negritos, blanquitos y mulatos, no tenemos complejo, ni orgullo pendejo. Simplemente dominicanos.
Pero sigue doliendo nuestra “clase hegemónica”. Nunca despegaron su ombligo de la metrópolis, cual-que-fuera. Una “clase” que mayormente aprendió a medrar y depredar alrededor del Estado; que nunca tuvo un proyecto propio; acaso apenas traer a gentes que vengan a ver “lo más hermoso que ojos humanos hayan visto”. Pero incapaces de concebir un proyecto propio.
No nos venció el comunismo, nos vence el consumismo. Uno reduce el hombre a un número, el otro reduce a mercancía.
Subyace, sin embargo, un alma nacional en muchos criollos, que viven aquí y viven allá.
Que saben que Dios es real y es fiel. Y que el proyecto va, llueva, truene o ventee.