I
Del mar y la melancolía sé, a ciencia cierta, el tránsito angustioso de ciertas algas y anémonas (aprendidas en las postales de Caramelos Zoo), que estuvieron con cubiertas de luna-llena hirviendo en fondeaderos donde ahora balandros y marinos naufragados, increiblemente devueltos por la espuma de los siglos y condensados en brazos del océano, aun respiran intentando descifrar las noches.
La voluntad del universo aparece cuando menos la esperas, y debes de cerrar los ojos y aunarte a los silencios que la indican. Un paisaje para tu recuerdo puede transitar desde el alma de las cosas a una memoria marcada por los siglos, y estar desde siempre ambos en ella.
La memoria de la tierra es como la de esos marineros naufragantes que se cotejan mutuamente para entenderse, y que sigue impertérrita de modo igual en los cementerios y en celestes esferas que apuestan por Copérnico. Allí donde divas de voz atormentada reposan para cada vez despertar con un canto ilusorio que se transforma en vida y que no todos podemos escuchar.
II
Pero sé también de esas vigilias que como vasijas ansiosas, llegadas de la mesa de Agamenón, pero nada muertas, (o ánforas griegas haciendo de sus reflejos decoración acuática), flotan sobre el espumaje marino u oleaje de los siglos homéricos antes de toda Troya, y mucho antes de los Vedas discípulos del Ganges, dejando los reflejos luminarios y apócrifos de sus asas de páginas flotantes de cuadernos marinos cantados luego por Paul Valery para que el mar, parapeto de una febril poesía, recomenzara siempre, tal vez o sin quizás junto a los cisnes soñados por Darío, las anades egipcias. l que aun desgastan el ágata de sus picos lustrándose el plumaje, abriendo y mostrando para ellas, el «casto abanico» de sus alas.
III
Un mar de lustraciones, el mar de aguas lustrales soñados por mil Dantes, con mil soles licuados prestando su calor y vino fermentado; paravientos alochólicos bebidos cálidamente sonriendo la brisa de modo presuroso en desgaire brillor de dentaduras o en tabernas lejanas, trisagios de otro aliento. !Oh tu carro de Elías que sin flotar has vuelto! hasta ser bautizado. Un huracán naciente, hecho de matemáticas ocultas, álgebra de gaviotas embuchudas, palabras y graznidos retorcidos vendidos como gin o como ron del Caribe, gimen a plazos pagados con trozos de humo ligado al núbil cuerpo mujeres desnudas e intocadas, favor acumulado por vírgenes redadas y provocados remolinos donde se agitan faldas todavía literarias que presiden su tiempo de memorias.
Porque todo es comienzo, aunque todo es continuo. También todo es final. Toujours recommencè.
Es de repente cuando me doy cuenta: sigo siendo en ti, y eres en mí, intermediaria tropa de imaginarios cuerpos; miles de encarnaciones que al principio eran sílabas, logos distributivos, mostrándote a Babel con todos los idiomas disecados en famélicas voces, fonema existencial de los llamados y muerte entre tu oido, bardo todo con palabras de inercia en todo año, porque en Babel los llaveros del habla se perdieron; eres de igual manera original oráculo hecho por mil siglos poblados de ternura cuando no había fonéticas palabras y estabas, confundida en estratos terrenales con las manos en alto reciprocando adioses, saludos con geológicas distancias en un sueño que nunca interrumpimos (contemporáneo siempre en cada eón marchitado.)
Vivimos muchas veces en el naufragio escénico.
Terminamos actores de una larga comedia de «serietud» o senectud inhóspita. Somos público y drama simultáneos, diálogo y concurrencia al tiempo mismo. Coincidencia de flujos repetidos. Amasijo de ideas fundidas desde el brote de los tiempos indóciles. Actores de sí mismo proyectamos una cinta de sustos y condenas, de guerras gustativas o talvez gustatorias, porque giran, y aun en la salida del cine Max o del Apolo, Urbano, un faquir brasileño dice no haber comido en cuatro siglos; y todos aplaudimos su hambruna centenaria, tu mano entre mis manos y mi frente en tus labios.
IV
Muy creyéndote viva en carne y hueso, a veces te saludo en temporal de besos, y de sueños donde los paralelos enmudecen y el meridiano espero su salida a las tablas, el cambio de estación. Arrastre de huracán. Ciclón de avemarías, de salmos de David, de misas con muisicales plumas venidas de algún ángel disuelto, desecho por la brisa, insoportablemente corroído; cansado de su vuelo, torrente de agua hirviente como era. Y la voz de pastores evangélicos que creyentes de lo que le han narrado, llevan a Dios al parque para que certifique sus milagros.
Tormenta que insepulto corazón inaugura cuando late sin rumbo, y vuelas como un trozo de materia inorgánica soñada , resaltada en tu voz, la que dirige todo aquello que somos. Voz que organiza el habla en todo el universo conocido.
Soñar con tu sonrisa impregnada de adioses es siempre una nostalgia volandera. Golondrina viajera que en guitarras, canciones que nublaban la noche de saudades azules cruzándose chocaban. La nostalgia que vuela a ras del mar como fingida ola hecha de ajenjo que proclama tu voz únicamente acuarela y sonata que se esfuma, color en difumino de alma rota. Pincelada postrera que transforma la realidad en todo difumino.
V
Yo te sigo en Ravel, repetición durmiente, efluvios de hipnotismo, noche aburriendo el silencio, meditación desnuda que anda buscando nidos de estrellas protozoarias, miradas espaciales, perfiles de universos repoblándose en mundos milenarios y digo un padrenuestro paralelo por si acaso, con diminutas luces maquilladas con Revlon y con Maja, viejas modalidades de sentirte alentando mis ganancias perdidas. Los perfumes de pobre de aquel día. Y los «ecos de gloria repiten» ….
Mi Dantoide, fiel seguidor de Dante, carne hecha de mil espíritus mezclados, fundidos desde el origen mismo de los nombres, me lleva a sepultarte de la mano. Tu sombra hecha por mí me invita a conocer tu nueva floración, y me siento aturdido entre tu pérdida, y la vida que aflora nuevamente. Sabremos algún día quiénes somos. Alguien destapará nuestra sordera. Y los caerá así veremos. Voces de otros milenios brindarán con nosotros la amirta de los sabios. Cada hombre será un templo, un secreto hecho luces habrá de consolarnos, luminarias daltónicas y huellas de algún gnomo nos previenen. Debemos reencontrarnos. Este día los gusanos reverdecen, se rebelan y cantan a la vida el más hermoso salmo.
VI
!Oh, no hay dudas! Sigo siendo un silvestre recolector de ruidos que no escucho. Recolectando trinos me entretengo. La floración sonora de tu voz hace que el trino crezca. Los trinos pitagóricos de algún ave que abreva en los volcanes, que es guía de algún planeta que revienta y escucha el propio eco de su muerte, persignándose.
VII
Veo las aves, los finches y las ciguas desovando sonidos y percibo mariposas jugando a florecer en mi jardín y en tu orilla cargada, poseída por algas que penumbran llamando golondrinas tragadoras de insectos voladores. En esta nueva escena hemos vuelto al estío. Estamos junto al mar. En esta escena aun somos marineros. Ahora el viento, no ya Eolo, sino otro, uno de tantos vientos, se torna en torpe soplo como el turbio simún en los desiertos donde Mahoma acude a los rescates; nuevas mitologías roturadas que regresan buscando con su antifaz desértico nuestra otra cara. La nueva identidad. Nuestro rostro de arena disfrazado quiere plasmarse en roca. Entonces me persigue tu voz desesperada, casi infantil, la voz que crecería con riguroso anhelo de ser voz de lo alto. La espera predicada nos convence. Logo de otras esferas, de universos crecidos donde no se comprenden los hechos de la Tierra. Serás la voz y el beso repetidos, consolidados como un monumento, crisálida de intensa primavera. Te escucharé reir, y tu risa será la voz que emergerá sin ruidos, creciendo y descreciendo, corazón que aun palpita. Ambos a dos en matarile antiguo de viejos epitafios ahora nuevos. «El corazón, viajero solitario se pregunta qué extraño hechizo tiene la palabra recordar»…
VIII
Formas de lo invisible te acompañan. Alli están recostadas en sí mismas las de un barrio y un parque con música de banda más marcial que sonora, con valses militares y soldados herméticos de plomo y con fusiles resguardando el plomo. Las sombras del callejón y los balcones no se ha borrado, siguen aunque no están las casas del pasado. Las casas mueren y su sombra queda como en un tango de Canaro. En el recuerdo las cenizas preguntan por el viento.
Vamos de mano entre las dictaduras, en desfiles podridos, somos viejos espíritus disfrazados de jóvenes. Espías de la inconstancia. Fisgones de lo eterno. Nos apenamos de tanto volver. Brillas cuando te apenas, y cuando te sonríes marca del brillo propio que te adorna más bella que en esta muerta vida, o en un campo minado de amapolas y duendes, sembrado de cocuyos y de abejas zumbantes que estallan como artificios chinos, lluvias dulces, melaza de la luz, ánimas de la noche más plena donde se hacen de moscabada fronda los párpados del buho derritiendo el entorno que descubre misterios de la nada, siempre rostros, nublazones que marcan caminos de la sombra.
IX
Tu invisibilidad retorna a veces con rituales de lluvia. Te siento en la proclive humedad de los párpados. El Weather Channel, tiempo capitalista, consuela los amores. El doctor Ross, sus píldoras de vida y el Almanaque Bristol, nos consiguen paraguas con propaganda, y el Mentolatum miente si le conviene a tu atmósfera ingenua. Las pastillas Penetro nos asombran. Te sanarás. Nadie te vio temblando. Nadie te vio en la lluvia, sólo yo te recuerdo bajo el caño de agua que se ceñía a tu cuerpo, víbora transparente, revelándolo, y perplejo confirmo que no hay distancia en tus huesos en agraz «todavía», y que lo agraz se extiende en subterráneo canto manera de hoy poema, palabra mendigante que no escucho y que escribo porque no te imagino en la humedad de un lecho ya no mío. Sin oirlo, puedo gozar sin que el oído sepa lo que para tí, digo.
X
Tu voz desde la fosa asciende, crece, se convierte en primavera fósil con mi llamado, y te siento de roca, flor de asomos en callejón antiguo, con hiedra que me abraza y me une a tus paredes, con raíces trepadoras; parpadeos semi ocultos de un grito que es distancia de rasante cometa de rostro digital, hecho de satélites encendidos, descendiendo de bruces, tropezón estelar. Apagado planeta entre sombras galácticas naciendo.
De rota eternidad desguarnecida, mareada de sufrir. Te veo reverdecer flor de distancias; y atada luego a mi interior brumoso preguntas por tus libros y el dibujo, y los cuadernos de caligafía domados por tu mano y por tu aliento, todo en función de afanes sonriendo en do mayor en épocas apenas circulares que retornan. Venciendo el tiempo vuelves a ser tú misma. El sonoro instrumento de afinada conciencia.
XI
Imagino caminos que pueblan caracoles; la escena es otra, un volver a la playa, renuevo en la arena pisando trilobites y ensoñaduras en un enorme y diáfano mantel que es un «entonces», uno de esos «entonces» saturado de erizos y de trombas lejanas a simple vista hermosas aunque sí imaginarias. Eternidades donde la razón no tiene más cavida. Aunque las presintamos como a tu perro amigo, «compañero del alma», tan humano con un Miguel Hernández interrogado por la guardia civil, por ser poeta.
XII
Ya tienes otro nombre, te llamas como a veces quise que te llamaras aquella en la que fuimos una voz en la historia discreta de aquel barrio. Un grito libertario «entrambos» pronuciable. Es tu nombre un secreto, dedópsito de genes en tu piel o en tu pelo. Uniente voz, vital cacofonía, viva cacofonía de un viento analfabete que nunca fue a la clase, repetición intensa, genitrix esplendente. Eras la voz gemela que luego se hizo carne. Tu nombre es un pedazo de eternidad creciente que un día conoceremos.
XIII
El mar amarilleaba, (naranja que rechaza la idiota redondez del crepúsculo que iterativamente se degüella en su filo), y te veo trashumante en huellas de pisadas que no han sido y por tanto serán. !Caminaremos!. Los Panchos, («flor de azalea»), nos persiguen. Somos como un bolero en la enramada. Las escenas nos siguen, somos los personajes de un Pirandello en busca de actores renegados. Del público saldrá quien nos comprenda.
XIV
Vivir en las continuas mortandades y en la repetición de los espasmos sorpresivos. Ambos a dos y a muerte plena protegida, apretada en los huesos. Ambos a dos del matarile eterno. Esqueletos que buscan un dócil argumento para volver a repetir lo ido. Nueva caja del ego. Y dar otro sentido a lo escuchado. Tu primera, yo luego. Un «basta-cuándo» en lenguas sin olvido de mundos repentinos. Palabra que te entrego como regalo nuevo cuando descifro tu melancolía. Debo soñar de nuevo y aun en la vejez retener lo que fuimos. Debemos refundirnos: hoy la brisa pudiera ser mañana, y la lluvia más fina reverdecer la muerte que nos vive y nos trepa y nos llama. Yedra del viejo sueño. Vendrás del paraíso, gris cobertor naciendo en las más bellas ruinas.
XV
Dondequiera se cuela un sinembargo.
Tu voz renacerá cada mañana
Crisálida de nueva primavera–
XVII
Y en los acantilados de este salitre seco, emergido y confesado horizonte de mar, calor que hiela, o frío que nos calienta, nuevamente nos besaremos, escena, como enantes y esta poesía de náufrago incontenible que administra su historia de amor en versos subalternos incompresibles hijos del primer oleaje, se aferra a tu retorno, lo hace público…y desea repetirlo. Dice a sus personajes, «vamos haciendo mutis, volveremos». Dudo que no haya asientos en el tren, con la Sonata a Kreutzer flotando en el espasmo mozartiano, si Tolstoy dirigiendo nos busca entre las letras que definen tu música.
Tu verdadera música, nidal de lo sonoro; vendrá en tu nueva voz, tal vez la misma, traducida en palabras diferentes, en lenguas diferentes reveladas como texto sonante nuevamente. Novela incorruptible, con letras que son cada una un personaje, como en airosa biblia o corán riguroso unido al pentateuco, talmud desesperado por personajes míticos ocultos cuando el sonido muere al escribirse.
Santo Domingo
Sábado Santo 2017
8 de junio de 2017.