Juan B., agrega, “fue un abanderado de la unidad de la izquierda. Durante el exilio se conformó la unión de Bandera Roja, de Juan B., la Línea Roja, dependencia del 14 de Junio, y con otros grupos se formó el PTD”.
Me dolió mucho separarme del 14 de Junio, con él me inicié en la política, milité ahí todo el tiempo, desde que salió a la luz, fue mi partido, vivía junto con Manolo Tavárez, su fundador, eso te ata sentimentalmente, pero sabía que no podíamos seguir porque las divergencias eran demasiado fuertes. Sin embargo, pasé al Pacoredo y mi permanencia fue breve: las diferencias fueron más profundas, fue una lucha a muerte”.
Elsa Justo González narra ese episodio de su vida al tocar el difícil trance que fue su vivencia en la izquierda, matizada por clandestinidad, prisión, persecución y el destierro de su esposo, Juan B. Mejía Gómez, a quien apoyó y acompañó hasta su muerte, en los escasos momentos de alegría y en los abundantes años de desolación y dolor.
Aparentemente frágil en su contextura física, posee un valor extraordinario y temperamento indomable para la lucha revolucionaria, que atribuye a las innumerables angustias y amarguras a las que ha debido sobreponerse para continuar su defensa de la clase obrera, el logro de una vida digna, mejores condiciones sociales y humanas para los pobres, el imperio de la Justicia.
Despidió a Minerva Mirabal cuando esbirros trujillistas la buscaron para encarcelarla. Desde entonces fue una de las tutoras de sus hijos junto a otros miembros de las familias materna y paterna, porque Manolo, el padre, estaba en prisión.
La muerte de Trujillo fue quizá la celebración más feliz de su existencia. Su abuelo, Rafael Justo, era un antitrujillista rabioso que se volvió más combativo después que el tirano mató a su casi hermano Desiderio Arias. Y su tía, Josefina Justo, se había casado con Manuel Tavárez, patriota que enfrentó la ocupación estadounidense de 1916 y luego la dictadura de Trujillo. En ese ambiente crecieron Elsa y sus hermanos Rafael, Manolo y José (Pepe), contagiados por el arrojo de esos ancestros.
Después, la muchacha, nacida en Villa Vásquez el 6 de diciembre de 1934, se fue a residir junto a sus tíos Fefita y Manuel (Josefa Justo y Manuel Tavárez) tras cursar enseñanza primaria e intermedia en Santiago, donde vivió con sus padrinos cubanos José y Agripina Linares que se encariñaron con la ahijada.
Las experiencias y relaciones de Elsa Justo con sobresalientes figuras políticas del país y del extranjero son amplias y reflejan muchas interioridades no contadas de agrupaciones, personas, parejas, líderes.
Se inician con la llegada de los expedicionarios de 1959 y se prolongan hacia el derrocamiento del Triunvirato, la preparación y consumación de la insurrección de 1963, la Revolución de Abril en 1965, viajes, movilizaciones contra la arbitrariedad de los 12 Años de Balaguer, el exilio en París, el impedimento de entrada a Santo Domingo pese a que los presos políticos fueron indultados por el Gobierno de Antonio Guzmán.
Juan B., Elsa, Fernando de la Rosa y Amaury Justo Duarte no disfrutaron de esa medida. “No era don Antonio quien se oponía sino sus organismos de seguridad presionados por los norteamericanos”, explica.
Regresaron en noviembre de 1978. Ya antes del retorno, los esposos Mejía Justo habían formado en Francia el Partido de los Trabajadores Dominicanos, inaugurado aquí con su llegada. Juan B. fue el presidente y José González Espinosa el vicepresidente. “Ahora está dividido”, expresa Elsa con pesar.
Juan B., agrega, “fue un abanderado de la unidad de la izquierda. Durante el exilio se conformó la unión de Bandera Roja, de Juan B., la Línea Roja, dependencia del 14 de Junio, y con otros grupos se formó el PTD”.
Antes de su partida obligada que tenía como destino España, donde a los esposos les negaron el ingreso, Elsa vivió clandestina en cuarterías de Villa Consuelo y Los Mina, que tenían en el patio un baño común, preparando células de trabajadores, visitando a escondidas a los obreros que “sufrían una vida de esclavitud”.
Es la historia humana, lúcida, de esa política efervescente y esa izquierda convulsa en la que fue secretaria, mensajera, asistente personal, hermana, protectora, orientadora de líderes y militantes.
En sus relatos, en los que siempre está presente su gran amor, Juan B., surgen nombres, discrepancias, decisiones, lucha, muerte. Cuenta arrojos, cobardía, intrigas, autoritarismos y arrogancia de dirigentes de izquierda.
Por diferentes situaciones surgen los nombres de Sina Cabral, Sully Martínez Bonnelly, Emma, Eda, Eduardo y Ángela Tavárez Justo, Chea y Dedé Mirabal.
También Emilio Cordero Michel, Josefina Peynado, Jaime Ricardo Socías, Máximo Bernal, Fafa Taveras, Fidelio Despradel, “Papi” Viñas, “Baby” Mejía, Luis Ibarra Ríos, Jimmy Durán, Gracita y “Chana” Díaz, Aída de la Maza, Antonio Imbert, Juan Miguel Román, los hermanos García Saleta, Minetta Roques, Miguelina Galán, Norma y Hernán Vásquez, Joseito Crespo, Norge Botello, Polo Rodríguez, “Pipe” Faxas, Guido Gil, su padrino de bodas; Ana Silvia Reynoso, Margarita Franco, Antonio Zaglul, Josefina Záiter, Mirna Santos…
No tuvo hijos, pero ha sido demasiado madre para jóvenes que ocultó de la persecución y para Ian y Marinee, los niños que cuidó en Francia mientras Juan B. viajaba por China y Albania.
Limpió pisos en un hotel parisino donde además atendía a los huéspedes y a pesar de sus misiones y actividades políticas siempre ha trabajado. Fue empleada de cobros y ventas en la Textil, de Los Minas. Su jefe inmediato era Miguel Ángel Muñiz y el director, Alejandro González Pons. Graduada de bachiller, sustituía en su natal a maestros en licencia.
Desde 1972 labora en la UASD. Estuvo en el decanato de Ciencias de la Salud, en Protocolo, con el rector Roberto Santana; fue asistente del rector Roberto Reyna y ahora es auxiliar de la Gobernación y encargada de los espacios en el edificio de la biblioteca.
Se levanta a las 5:30 de la madrugada para evitar el estrés del tránsito, pues conduce su vehículo, y agota horario de 8:00 de la mañana a 4:00 de la tarde. Es presidenta de la Fundación Manolo Tavárez Justo.
Después de confesar los momentos más amargos de su historia confiesa: “Gozamos la muerte de Trujillo, quitamos letreros y estatuas y también disfrutamos la derrota de Balaguer. Nunca he sentido que fracasamos, hemos dado todos los pasos para el fortalecimiento de nuestra causa, no se ha logrado totalmente, pero vivo con la esperanza de que llegará el momento de ver el triunfo de nuestras aspiraciones”.
No hace dieta ni ejercicios y dice haber aprendido a ser feliz con lo que tiene. Disfruta viajar a Monte Cristi y confiesa disipar recuerdos tristes refugiada en su empleo y haciendo manualidades. Al preguntarle si no piensa retirarse contesta: “¿Para hacer qué?”.