El Instituto Duartiano ha procedido correctamente al someter a la justicia al comunicador Álvaro Arvelo hijo, “por incurrir en la comisión de infracciones graves al hacer imputaciones que atacan de manera grosera la buena fama de la digna figura, la imagen, la memoria y el honor del padre de la patria y fundador de la república, Juan Pablo Duarte”.
Creo que cualquier pelafustán desfoga, defeca y se orina sobre “El Cristo de la Libertad”, como lo inmortalizó Joaquín Balaguer, únicamente para alimentar su ego y engordar su fama ganada a expensas de vulgaridades y frases soeces.
Tengo la impresión que la enfermedad que afecta al colega lo ha inhabilitado mentalmente para servir de orientador, nunca ha asumido ese rol, de la sociedad dominicana. Decir que Duarte era cobarde y homosexual es una injuria de la peor calaña, jamás corroborada por la gigantesca bibliografía Duartiana que existe en el país. Además, es un ataque artero contra la colectividad gay y el probable enmascaramiento de una condición personal.
Tiene razón el Instituto Duartiano cuando asegura que el comentarista “profana el nombre del patricio y se abalanza contra su obra y su buen ejemplo, recurriendo a la vulgaridad y al empleo de un lenguaje soez, impropio de quien hace uso de un medio de comunicación social”.
Esas expresiones pestilentes hace rato debieron controlarse, sea por el dueño del medio, o por las autoridades. Pero el primero saca pingües beneficios de tales inconductas y las autoridades prefieren la chercha cómplice con el afamado comunicador.
La fama es un instrumento moral, el premio es la celebridad, el castigo el anonimato y los famosos -de políticos a estrellas musicales y deportistas- son los santos de la comunicación global, asegura Margarita Reviere. Pero nadie sobrevive a la popularidad injuriosa.