En defensa de los nuestros

En defensa de los nuestros

Contrariando mi estilo de escribir, me veo precisado hacerlo en primera persona. Sería deslealtad y traición a mis principios, a la memoria de mi padre y al dolor anidado en mi corazón desde hace cincuenta años si permanezco callado con la reciente publicación del libro de Angelita Trujillo. Su fallido intento de puesta en circulación reviste gran trascendencia, porque ya creíamos superado ese período de oscurantismo, mal llamado “Era de Trujillo”. Siempre he sido opuesto a ese calificativo, pues otorgaríamos un velo de solemnidad inexistente. Podríamos hablar de “Era de Acuario’ o “Era de Bronce”, pero a ese período de sangre y terror la única forma de llamarle es “Tiranía o Dictadura de Trujillo”. Siendo indulgentes, “Régimen o Gobierno de Trujillo”.

Los dolientes de nuestros muertos, víctimas de la tiranía, que fuimos pacíficamente a protestar por la puesta en circulación del libelo escrito supuestamente por la “Reina de la Paz” del 1955, lo hicimos bajo el derecho que nos otorga la Ley 5880-62 que prohíbe claramente la exaltación de la figura del dictador.

Si bien es cierto que vivimos en un régimen democrático donde existe la libertad de expresión, no es menos cierto que ésta pueda permitir violar dicha la ley y mucho menos enlodar la reputación de Manolo Tavárez, declarado Héroe Nacional por el Congreso Nacional, y de otros como Leandro Guzmán, Pedro González, Amiama Tió y Segundo Imbert. Ya esto cae dentro de la infracción penal llamada difamación. ¿Cómo es posible acusar a muertos que ya no pueden defenderse? ¿Porqué no acusó a Amiama cuando vivía?

Angelita no sabía nada de lo que era el centro de torturas de La 40, pero sabía todos estos detalles que ningún dominicano conocía. ¡Insólito!

He preguntado a los presos políticos que acompañaron a mi padre y al ex mayor Segundo Imbert si éste en algún momento pudo haber salido de su celda a supervisar el asesinato de las Mirabal, y todos lo niegan. Mas aún, me comentaron que en una ocasión el General Bonetti fue a visitarlo a La Victoria a pedirle que le hiciera una carta a Trujillo manifestándole lealtad y la respuesta fue escupirle. Al intentar los guardias castigarlo, el general, al tiempo que se secaba con un pañuelo, les ordenó: ¡déjenlo que está loco!

La autora acusa a los ajusticiadores de su padre de traidores como si la lealtad hubiera sido una virtud del tirano. ¿Cómo llamaría ella la visita que hizo su padre al Presidente constitucional Horacio Vásquez en 1930, cuando éste al preguntarle al Brigadier Trujillo si él era su presidente o su prisionero, tuvo por  respuesta: “Usted es mi presidente”, a pesar de que ya tenía montado todo el tinglado que daría al traste el gobierno legalmente constituido? ¿Fue traidor o leal al hombre que lo hizo brigadier y Jefe del ejército?

La pobreza intelectual demostrada en su entrevista televisada confirma el uso de un escribidor asalariado o “ghostwriter” cuya identidad ya muchos conocemos. Esa escasa intelectualidad nos hace preguntar “qué” y “quienes” se esconden detrás de dicha publicación, por extemporánea.

Es importante señalar que llevar el apellido Trujillo no es un estigma, pues hubo miembros de esa familia que nunca se mancharon sus manos.

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