La política brasileña experimentó un auténtico terremoto cuando Luis Inacio Lula da Silva, el otrora obrero metalúrgico y líder sindical socialista, fue elegido Presidente de la República en el balotaje del 27 de octubre, con más de 50 millones de votos (61.27%), convirtiéndose en el candidato más votado en la historia de Brasil. La victoria marcó un hito en Latinoamérica, era la primera vez que la izquierda radical llegaba al poder desde las urnas.
Lula tomó posesión el 1 de enero del 2003, fue reelecto en el 2006 y en el 2010 traspasó el poder a Dilma Rousseff. Su gobierno de los pobres colocó a Brasil en el mapa del desarrollo mundial; ha sido considerado el presidente brasileño más popular de todos los tiempos, pues alcanzó una tasa de aprobación del 80.5% durante el mes final de su ejercicio presidencial. Se erigió en fuente de inspiración para gobernantes del mundo, particularmente nuestro Presidente Danilo Medina lo considera un símbolo. Barak Obama lo definió como el político más popular de la tierra.
Pero como la maledicencia convierte la política en un atolladero, en abril pasado el Ministerio Público de Brasil abrió una investigación contra Lula por alegado tráfico de influencias. Argumenta que entre los años 2011 y 2014 Lula ejerció de lobista para que la empresa Odebrecht ganara licitaciones en el extranjero, incluyendo la República Dominicana.
Odebrecht esta aquí desde hace 15 años y su contribución al desarrollo nacional es ostensible en construcción y electricidad. Lula visitó el país antes de ser presidente; lo conocí y entrevisté por José Francisco Peña Gómez en 1990; él hace lo mismo que otros famosos: promocionar su marca-país, al estilo Bill Clinton, Felipe González y Tony Blair.
Defender a Lula es defender a Danilo Medina.