Es poco conocida la faceta de Juan Antonio Alix (6 septiembre 1833-15 febrero 1918) como militar durante la época de la Anexión a España y los servicios que brindó a la causa ibérica después de proclamada la Restauración. Documentos que obran en la Colección Herrera, copia de sus originales que reposan en el Archivo General de Indias, nos revelan esa vertiente prácticamente inexplorada del autor de “Los mangos bajitos” y “El follón de Yamasá”.
Siendo teniente de las reservas provinciales, entre el 28 de julio y el 4 de agosto de 1863 – difieren los que dan cuenta de la fecha-, Alix se presentó ante el capitán Fermín Daza, comandante de los destacamentos de Dajabón y Capotillo, junto al paisano Eusebio Gómez, luego de haberse acogido a la amnistía dada por la reina Isabel II el 27 de mayo anterior y permanecer exiliado hasta ese momento en Haití desde los acontecimientos del 24 de febrero de ese año en Santiago, en los que había estado involucrado y por los que fue sentenciado a muerte. A su llegada a territorio dominicano, quien luego sería nuestro máximo poeta popular, transmitió al oficial español una información de inteligencia clave: “que por la parte de Capotillo francés se han distribuido unos mil fusiles al populacho y que del interior se alistan muchos hombres para una intentona de invasión sobre Capotillo español y que esta debe tener lugar en el término de veinte días próximamente”.
El comandante general del Cibao, brigadier Manuel Buceta, fue puesto al tanto de esa noticia por carta del general José Hungría del 4 de agosto de 1863. Los hechos que siguieron a esa notificación son conocidos: en una decisión táctica a todas luces errada, Buceta decidió ir personalmente a Monte Cristi y recorrer la frontera hasta Dajabón. Entrampado por la proclamación del inicio de la guerra en Capotillo el 16 de agosto de 1863 y por la toma de las principales poblaciones noroestanas por los restauradores, Buceta fue perseguido tenazmente hasta que pudo ocultarse entre los montes a la altura de Navarrete y fue rescatado por una columna que había salido desde Santiago en su rescate.
Rodeada Santiago por las fuerzas dominicanas y acorralado en la fortaleza San Luis, Buceta requirió auxilio al capitán general Felipe Rivero. Tropas al mando del coronel jefe de Estado Mayor Mariano Cappa, quien había arribado desde Santo Domingo a Puerto Plata el 29 de agosto de 1863 en el vapor Hernán Cortés, se dirigiría a la ciudad a través del camino de Altamira.
Para su marcha a Santiago, Cappa le solicitó a Buceta el envío de ordenanzas y “dos caballos de pelo”; este accedió al envío de los caballos, no así de los ordenanzas, “porque sería esponerlos [sic] a los peligros casi seguros de caer en poder del enemigo”. El emisario escogido para esa peligrosa misión fue nada menos que el ya citado teniente Juan Antonio Alix. Unido espontáneamente a la causa española, Alix se había presentado ante Buceta, conforme certificó este último, “en los primeros días de la revolución (…) ofreciendo sus servicios, y, como no se hallasen personas a quien confiar la conducción de correspondencia se encargó a este Oficial voluntariamente en llevar una comunicación y dos Caballos al Señor Coronel Cappa que se hallaba en Puerto Plata, cuyo servicio desempeñó fielmente”.
Alix llevó al coronel Cappa los dos caballos y un oficio que le dirigió Buceta el 30 de agosto de 1863. Partió al día siguiente desde Puerto Plata con la respuesta de Cappa a Buceta en un caballo que tuvo que abandonar para poder atravesar el bosque, “interceptado por puestos enemigos”. El mariscal de campo Antonio Abad Alfau dice que la misión de la entrega de los pliegos a Cappa fue “de importancia y de grandísimo riesgo”, ya que Alix fue solo a Puerto Plata y que “al regresar el referido Alís [sic] con la contestación de Puerto Plata tuvo que fingirse amigo de los rebeldes que ya se habían posesionado de la Ciudad [de Santiago, EEH] y con la mayor sagacidad aunque con mucho riesgo aprobechó [sic] un momento oportuno para huir en dirección al fuerte a entregar los pliegos de que era portador”, según testimonió en una carta al capitán general del 16 de mayo de 1864.
Pese al envío de esas monturas, Cappa no saldría de Puerto Plata sino el 1 de septiembre. Su columna hubo de enfrentarse a los dominicanos a las puertas de la ciudad, pero tuvo que refugiarse también en la fortaleza San Luis. Después de un sitio de casi tres semanas, que conllevó la quema de la ciudad el 6 de septiembre, los españoles se retiraron a Puerto Plata y Santiago quedó en poder de los restauradores, que instalaron un Gobierno provisional el 14 de septiembre de 1863.
Alix perdió todos sus bienes en el incendio, al extremo de dejarlo “arruinado”; la única ropa que tenía era la que llevaba puesta, como decía en una carta que le escribió al capitán general el 7 de octubre de 1863. En septiembre, se quejaba ante Rivero, señalándole que para entonces solo le habían pagado quince pesos de salario correspondientes al mes de agosto y que como en Santiago no tenía “conocimiento con persona alguna ni medios de subsistencia”, pedía que le pagaran los meses de junio, julio y septiembre, por los que se adeudaban 45 pesos.
Pese a tantas penurias, en su retirada a Puerto Plata, Buceta estuvo acompañado del fiel teniente Alix, convertido en su ayudante de órdenes en la defensa del fuerte San Luis y quien compartió con él “todos los peligros propios de tan difícil situación, habiendo acreditado una recomendable decisión y valor”, como le señaló Buceta al capitán general en carta del 27 de septiembre de 1863. Alix había regresado a la fortaleza el 3 de septiembre de su misión ante Cappa, habiendo corrido, como dice el propio Buceta en una certificación del 7 octubre de 1863, “grandes peligros siéndole forzoso abandonar el caballo de su propiedad que montaba, tomando desde aquella fecha parte en todos los hechos de armas que sostubo [sic] aquella guarnición hasta su entrada en Puerto Plata el día quince del mes anterior comportándose siempre con decisión y acreditado valor”.
Después de servir a Buceta, Alix fue destinado a las órdenes del general Juan Suero, prestando sus servicios en Samaná, “donde (…) se condujo con mucha fidelidad”, y en el campamento de Guanuma en Monte Plata, en tanto que en marzo de 1864 marchó con una denominada “Comisión facultativa” para Monte Cristi, como práctico en las costas de la isla. En “las operaciones de la Provincia de Santo Domingo” sufrió, según su propio testimonio, “toda suerte de penalidades”, contrayendo “unas calenturas” que le obligaron ir a curarse a Santiago de Cuba. Desde allí le dirigió una carta al capitán general de Santo Domingo el 5 de mayo de 1864, en la que después de exponer sus diferentes servicios, daba cuenta de su lastimoso estado y solicitaba que se le revalidara su empleo en el ejército español.
Pero aunque el general Pedro Santana avalaba su conducta, al igual que el mariscal de campo Antonio Abad Alfau, quien daba cuenta al capitán general en su carta del 16 de mayo de 1864 de que en Santiago, Samaná y Guanuma y donde quiera que lo había conocido, había “demostrado mucha serenidad, grandes deseos de ser empleado en toda clase de servicios, y ha desempeñado con eficacia y acierto cuantos se le han confiado”, la alta oficialidad española entendía que recompensar sus servicios era un pedimento improcedente, “por no estar bastante provada [sic] su conducta ni ser suficientemente satisfactoria desde la época de la anección [sic]”.