Luis José Avila/Rondón Pinales se caracterizó toda su vida como un hombre trabajador, tranquilo, honesto, recto, responsable. Siempre fue percibido por sus compueblanos como un hombre serio. Nació en Higüey el 19 de agosto de 1911. Era hijo natural reconocido de José Agustín Avila (Balí) y de María Pinales (Mariquita). Físicamente era mulato, alto, de contextura fuerte, ojos marrones claros, pelo crespo. Era de temperamento activo, reservado, valiente, de fino sentido del humor. Tuvo dos hermanos: uno de padre y madre, Juan Rondón (Juanico), y otro solo de padre, Sergio Avila (Pío). José Agustín murió joven. Sus hijos quedaron huérfanos de padre. Transcurrido cierto tiempo, María Pinales casó con el señor Alejandro Rondón (Padrinito), quien quiso legitimar a Luis José y a Juan en el matrimonio. Por esa razón, ambos firmaban sus nombres con el apellido Rondón, y así eran conocidos en Higüey. Sin embargo, para los fines legales, Luis José solía firmar con los apellidos Avila Rondón, dado que su progenitor lo había reconocido. La educación escolar que recibió se limitó a los cinco cursos de primaria que abarcaba entonces la escuela del pequeño pueblo. Sin embargo, sabía leer, escribir y realizar las operaciones matemáticas básicas muy bien. Desde muy joven se mantuvo apartado de los vicios del alcohol, el tabaco, los juegos de azar, etc.
Luis casó en primeras nupcias a los 18 años de edad con la señorita Feliciana Pepén, procreando con ella dos hijos: Luisa y Luis (fallecido). Enviudó poco tiempo después. Casó en segundas nupcias con la señorita Edelmira Suero, de cuya unión nacieron ocho hijos: Manuel (fallecido), Cástor (fallecido), Freddy, Víctor, Altagracia, Pablo, Rafael y Miguel. Extramatrimonialmente, tuvo seis hijos más: Dignora, María Esther, Luis, Nurys, Rafael y Julio. Fue un excelente padre que amaba a sus hijos, a los cuales siempre proveyó de alimentación, ropa, medicina y sana diversión. Siempre tuvo interés en la educación de su prole, de modo que los que quisieron terminar el bachillerato y hacer estudios superiores contaron con su apoyo moral y económico. En su descendencia de hijos, nietos, bisnietos y tataranietos hay una variada gama de profesionales en diferentes ramas académicas y de oficios: medicina, ingeniería, psicología, derecho, educación, arte, negocios, antropología, arquitectura, cervecería, contabilidad, etc.
Desde temprana edad, Luis José se distinguió por su espíritu emprendedor y su habilidad para los negocios de pequeña y mediana escala. En ese sentido, se desempeñó como modesto ganadero. Fue también un exitoso agente comprador y proveedor de ganado vacuno para casas comerciales nacionales, en asociación con el señor Luis Frómeta. De igual modo, se desempeñó en el negocio de compra de maíz y habichuelas en grano para proveer a empresas exportadoras en Santo Domingo (entonces Ciudad Trujillo). Asimismo, fue un respetado socio de la casa comercial higüeyana «Leonte Núñez «, en la actividad de compra, mejora (engorde) y venta de reses. En otro orden, promovió para sí mismo, familiares y para otros munícipes la siembra de caña de azúcar, bajo la modalidad de colonato con el Central Romana Corporation. Incluso tuvo a su cargo un «tiro de caña» con esta empresa. Fue miembro directivo de la Asociación de Colonos del Central Romana. Por consiguiente, estas labores productivas son un testimonio fehaciente del positivo valor de Luis Avila/Rondón como hombre de trabajo y de vida útil. Perteneció al selecto grupo de higüeyanos que suman a la sociedad, no que le restan.
Cástor José Avila/Rondón Suero nació el 28 de marzo de 1941, en Higüey. Era de alta estatura y de fuerte complexión física. Abandonó la escuela primaria en sexto curso, a pesar de la presión y castigo para que no lo hiciera. Se dedicó a trabajar con el padre, y luego, como conductor de un camión de carga. Era trabajador, responsable y arrojado. Engendró con su compañera Marcola Rivera una sola hija, Luisa Catalina, que nació cuatro meses después de su muerte.
En el tranquilo Higüey de hace cincuenta años no había indicios que hicieran suponer que la vida de estas dos personas sería sorpresiva y brutalmente aniquilada. Sin embargo, así fue. Poco antes de la 1:00 de la madrugada del día 04 de septiembre de 1965, justo al término de la guerra de abril (24 abril-03 septiembre), este padre y su hijo fueron privados de su vida por una patrulla del Ejército Nacional. El hecho aconteció a las puertas de su hogar, ante la presencia de la esposa, varios hijos, familiares y vecinos. Las víctimas, que en ese momento contaban con 54 y 24 años de edad respectivamente, estaban desarmadas. En realidad, nunca habían tenido ni usado armas de fuego. La forma tan decidida como esa patrulla militar actuó no permite calificar esa acción como un simple «confuso accidente» inevitable. Al contrario, todo parece indicar que la fuerza militar y policial establecida en ese pueblo tenía la intención de realizar ese día, que recién comenzaba, acciones represivas ejemplares. El contexto sociopolítico, local y nacional, en que se produjo este suceso tuvo como marco una situación caracterizada por dos posiciones contrapuestas. En efecto, una era marcadamente anticonstitucionalista y conservadora, representada por la clase oligárquica y la mayoría de los cuerpos policíaco-militares. La otra, era firmemente favorable al retorno al orden constitucional instaurado por el derrocado Gobierno del señor Juan Bosch, el 25 de septiembre de 1963. Esta segunda posición estaba constituida por un núcleo militar rebelde, estudiantes secundarios y universitarios, obreros urbanos y masas populares. Ni Luis José ni su hijo Cástor eran líderes ni activistas en ninguna de las dos posiciones. La única actividad política en la que Luis José participaba en esos momentos era como miembro del comité directivo municipal del recién formado Partido Reformista del Dr. Joaquín Balaguer. Por supuesto, Luis José y sobre todo Cástor eran simpatizantes de la vuelta al orden constitucional. En realidad, lo que ambos deseaban, al igual que la mayoría de los dominicanos sensatos, era que terminara la guerra fratricida que había producido muerte, dolor, división y paralización económica del país.
Las circunstancias en que ocurrió la trágica muerte objeto de esta reseña fueron las siguientes: hacia la medianoche del 3 de septiembre, Luis Avila/Rondón había retornado a su casa, después de haber concurrido al velatorio del distinguido señor Efraím David, fallecido en la tarde de ese día. Más o menos una hora después, se oyó el alboroto de varios jóvenes que regresaban de tomar algunos tragos. Cástor era uno de ellos. Venían por la calle Dionisio A. Troncoso cantando el Himno de la Revolución de Abril. Al pasar frente a la casa de una persona de nombre Mario (?) Mundaray, al que la gente señalaba como confidente de la Policía (calié), le vocearon algunos insultos, bajo el efecto del alcohol. Este señor salió a la calle y disparó varios tiros a esos jóvenes. No logró herir a ninguno. Luis José, una parte de su familia y algunos vecinos se levantaron a ver lo que sucedía. Al percatarse del problema, llaman insistentemente a Cástor y sus acompañantes, van a su encuentro y los persuaden para que vengan hasta el hogar de la familia Avila/Rondón Suero. Todos se quedan fuera, en la calle, comentando lo sucedido. Acuden otros familiares.
Unos quince minutos después, aparece por una de las esquinas próximas al hogar familiar la patrulla en cuestión. Eran tres militares comandados por un sargento de apellido Inoa. Llegaron corriendo, probablemente desde el destacamento que estaba situado en lo que entonces era el campo de aviación, a unas cuadras al sur. Al desembocar a la calle Dionisio A. Troncoso, los militares ven al grupo de personas, que aún sobresaltado, comenta frente a la casa. Enfilan hacia allá con sus ametralladoras en posición de ataque. Al notar que los soldados se acercan, varios de los presentes se inquietan, les dicen dónde se produjeron los disparos y les señalan el lugar. Los militares no escuchan ni median palabras. La tragedia ocurre entonces rápidamente. Uno de los soldados le pega la punta del arma al pecho de Cástor. Este, inmediatamente agarra el cañón del arma y lo levanta con firmeza para evitar una descarga.
Nerviosos, temerosos, los presentes intentan evitar lo peor con argumentos como: -«no es aquí el problema, es allí. Este joven no ha hecho nada. Yo soy su papá. Somos gente de paz…» La tía Genoveva Suero, que había acudido momentos antes, se arrodilla pidiendo clemencia. Nada valió. Los otros dos guardias retroceden hasta mitad de la calle. Inmediatamente, uno de ellos dispara una ráfaga que impacta mortalmente a Cástor José y a su padre que, ansioso, trataba de calmar la situación. El primero logra entrar a la casa donde se desploma exánime. El segundo queda gravemente herido, tendido en la acera. Expira minutos después cuando se intentaba llevarlo a una clínica. La tía Genoveva resulta herida en el tórax, pero salva la vida. La patrulla se retira corriendo velozmente como había venido. Según testigos, iban triunfantes vociferando «!Matamos a un viejo comunista y a su hijo!». Ese fue el doloroso balance de ese acontecimiento que marca todavía a los descendientes de Luis y Cástor Avila/Rondón.
La consternación que esa inesperada agresión causó en el pueblo de Higüey fue inmediata. Los familiares, vecinos, amigos, estudiantes, compueblanos en general, comenzaron a acudir indignados al hogar de la familia enlutada. La Policía se presentó y trató de controlar el flujo de estas personas, pero no lo logró. La repulsa pública fue prácticamente unánime, acentuada aún más por el señalado contexto político-militar represivo que afectaba al país. El sepelio de las dos víctimas se realizó ese mismo día 4 de septiembre, en la tarde. El funeral tuvo lugar en la iglesia parroquial de San Dionisio, oficiado por el presbítero Bernardo Montás Martínez. El acompañamiento fue masivo, multitudinario, constituyendo una verdadera y solidaria manifestación de duelo. Los ataúdes fueron llevados en hombros por nuestros compueblanos. Hechas las últimas oraciones fúnebres, fueron pronunciados dos sentidos panegíricos. Uno a cargo del distinguido amigo y abogado, Dr. Luis Reyes (fallecido), y el otro a cargo de quien suscribe estas líneas.
Las diligencias en procura de justicia empezaron sin demora. Finalmente, debido en parte a las discretas gestiones de monseñor Juan Félix Pepén Solimán, el autor material del crimen fue sometido a un juicio militar. Dicho acto tuvo lugar en la fortaleza del Ejército, en Higüey, en fecha que no recuerdo. A la familia agraviada no se le permitió constituirse en parte civil, disposición que sembró la duda y la desconfianza respecto a la imparcialidad del tribunal. El reo fue sentenciado a una condena complaciente. Ignoro si tal pena fue cumplida o no, ni dónde. Dicha persona vive aún. Los familiares de Luis y Cástor Avila/Rondón no han albergado planes de venganza, ni a raíz del suceso, ni cincuenta años después.
!Honor a la memoria de estos dos seres entrañables!