En el mar remoto de lo femenino

En el mar remoto de lo femenino

En el mar remoto de lo femenino

La literatura está plagada de relatos de mujeres: independientes, fuertes, luchadoras, indómitas, sutiles, maternales, gloriosas y hasta las insufribles que naufragan en las aguas del olvido y se pierden en un largo etcétera.

Cuando más te internas en el mar remoto de lo femenino, más mujeres te encuentras, como bien termina diciendo Rosa Montero en “Historias de mujeres”, en donde menudea sobre las genialidades, las angustias, obsesiones y hasta aberraciones de mujeres que trascendieron la historia y se alejaron por completo de la norma.

“Las mujeres de esta serie muestran que el tiempo pesa y que la navegación de la propia existencia está llena de riesgos. Algunas naufragaron, como Eberhardt o Camille Claudel; otras se hundieron en un deterioro monumental, pero lucharon dignamente hasta el fin, como Frida Khalo y Ottoline Morrell. Hay unas cuantas cuyo desarrollo personal no me convence: se diría que se petrificaron de algún modo por dentro, como Margaret Mead o Simone de Beauvoir. Pero hay otras, unas pocas, que con los años consiguieron mejorar y hacer de sus vidas un triunfo creciente. Es el caso de la magnífica George Sand o de la deliciosa Agatha Christie”.

Esta biografía de mujeres, con el marcado sabor narrativo de Rosa Montero me la leí en septiembre de 2000, cinco años después de la primera edición de Alfaguara. Guardé pasajes en mi memoria de las descripciones abiertamente transgresoras con que el prisma de Montero nos acercaba a las biografías de Agatha Christie, Mary Wollstonecraft, Zenobia Campubrí, Simone de Beauvoir, Lady Ottoline Morrell, Alma Malher, María Lejárraga, Laura Riding, George Sand, Isabelle Eberhardt, Frida Khalo, Aurora y Hildegart Rodríguez, Margaret Mead, Camille Claudel y las hermanas Bronte.

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“Las heroínas literarias del XIX (Ana Karenina, Madame Bovary, Ana Ozores/La Regenta) hablan de la tragedia de unas mujeres sensibles, inteligentes y capaces que vivían unas vidas sin sentido, que intentaban escapar del vacío a través del amor romántico y que pagaban muy caras su transgresión a las rígidas normas”.

Las referencias bibliográficas serían interminables. Por lo que me quedo con esta de Rosa Montero que desempolvé junto a otro libro que había leído en el verano de 2008 y que hilvana la historia de catorce imágenes arquetípicas de la mujer y su relación con catorce personajes bíblicos femeninos, en un fluido análisis interpretativo de la conferencista Linda Jarosch y el monje y consejero espiritual, Anselm Grun que busca alentar a las mujeres a confiar en su intuición femenina y a dejar aflorar sus virtudes, animándolas a gozarse su femineidad y a vivir lo que son.

Agar: la mujer abandonada y protegida por un ángel

Agar, el arquetipo bíblico de la mujer abandonada y que es protegida por un ángel, ha ayudado a muchas mujeres a afrontar sus heridas y a arreglárselas con sus experiencias de abandono.

“¿Dónde encuentra hoy la mujer abandonada y enviada al desierto por su esposo, al ángel que le abra los ojos? Con frecuencia en alguna amiga que la apoya incondicionalmente, a veces en un libro que puede convertirse en ángel, en otras ocasiones en una experiencia religiosa o en un momento de meditación”.

Ana: la mujer sabia

Ana, arquetipo bíblico de la mujer sabia “tiene en sus manos los hilos de la vida y los entreteje como corresponde. Anuda los hilos entre padres e hijos, entre varón y mujer (…) La mujer sabia conoce el momento apropiado para acometer cada empresa. Los ritmos de la naturaleza y el alma humana le son familiares”.

Débora: la jueza

La imagen arquetípica de la jueza pone a las mujeres en contacto con sus capacidades de discernir lo bueno de lo malo, lo justo de lo injusto. El Antiguo Testamento plasma el arquetipo de la juez en la figura de Débora, cuya historia se remonta a los orígenes de Israel.

“La mujer que ejerce con acierto el liderazgo evita toda guerra de poder. No solo lucha con fuerza, sino con astucia, es capaz de ver lo que se esconde tras las apariencias y tiene sagacidad para resolver problemas y enfrentarse a su rival”.

“Su liderazgo no transpira esfuerzo crispado y belicosidad, sino intuición e inteligencia, amén de fantasía y perspicacia para reconocer el instante adecuado. A ella no le interesa el ejercicio del poder, sino la configuración de la realidad”.

Ester: la reina

Para los autores, el arquetipo de la reina hace que les brillen los ojos a muchas mujeres. Caminan erguidas, confían en sí. Se encuentran en armonía consigo mismas, ordenan y configuran el reino sobre el que gobiernan. Deciden si se dejan debilitar o si ofrecen resistencia. Saben que “en su palacio mora el propio Dios”.

No obstante, en la vida cotidiana a las mujeres les resulta difícil descubrir a la reina que llevan dentro y poner límites.

Eva: la madre

Ha sido presentada a menudo como seductora, pero la verdadera afirmación bíblica es que Eva es la madre de todos los vivientes. Por eso la maternidad está estrechamente vinculada con la imagen de mujer que ella personifica. Y a la maternidad va unida la vida. Eva es la madre de la vida. La cuida con todo mimo y está a su servicio.

“Las mujeres que desean expresar sus energías maternales se sienten movidas a alimentar a otros, a cuidarlos y a hacerse responsables de ellos, de fomentar el crecimiento de otros, apoyarlos en su desarrollo siendo generosas y desprendidas”. Para el arquetipo de Eva, la maternidad significa “afirmación de la vida y afirmación del mundo”.

Pero también hablan los autores de la autovaloración de Eva: “Si no se respeta a sí misma como mujer, tiende a poner a los hombres en un pedestal”.

Judit: la luchadora

Un “No” a otros puede significar al mismo tiempo un “Sí” a sí misma. El hecho de protegerse a sí misma confiere a toda mujer fortaleza y energía. La luchadora puede protegerse a sí misma tomando conciencia de que no tiene por qué resolver los problemas emocionales de los demás.

Lidia: la mujer sacerdotal

“Lo sacerdotal personifica el aspecto espiritual de nuestro ser mujer: sirve de puente entre el cielo y la tierra. Intenta unir lo humano con lo divino. Busca el sentido profundo de la vida en sus experiencias cotidianas. La sacerdotisa, de pie y en contacto con la tierra, extiende los brazos hacia lo alto, hacia lo divino”.

A la sacerdotisa no le interesa solo la fecundidad biológica, sino también la espiritual. El ser humano no puede apegarse a lo ya alcanzado. El desarrollo pasa siempre por la muerte y la renovación: “Quien quiera mantenerse vivo ha de transformarse”.

María: la transformadora

El prototipo bíblico de la mujer transformadora es María. “María no es en absoluto una mujer conformista y formal, sino más bien rebelde y subversiva. María reconoce en Dios al gran transformador.

“Es importante que las mujeres no renieguen de su capacidad transformadora. Cuando la despliegan, desencadenan muchos procesos de cambio”.

María Magdalena: la amante apasionada

La tradición eclesial la relaciona a menudo con la pecadora del evangelio de Lucas. Contra tal identificación protestan las mujeres. “Sospechan que se trata de una de las típicas moralizaciones de una Iglesia machista”.

La historia de María Magdalena en el Cantar de los Cantares ensalza el amor sin atender a prescripciones morales: “María experimenta una transformación de su amor. No puede retener a Jesús en su amor. Debe soltarlo. El pertenece al Padre”.

“Una mujer que ama no se deja apartar del amor a sí misma y del amor a la vida. No permite que su propio amor le sea sustraído por la incapacidad de amar del otro”.

Marta y María: la anfitriona y la artista

Las imágenes arquetípicas de Marta y María son la de anfitriona y artista. “Muchas mujeres se vuelcan en su tarea sin preguntar si los demás necesitan y desean verdaderamente ese esfuerzo y luego, como le pasó a Marta, cuando su trabajo no es reconocido como ellas esperan, se llevan una decepción”. “Lo que fluye cobra vida”.

Miriam: la profetisa

El arquetipo del profeta es válido para la mujer y el hombre. No obstante, la profetisa tiene su propia especificidad. En la Biblia aparecen distintas profetisas. Miriam es la más conocida de todas. Profetisa con su canto la salida de Egipto, el milagro del mar Rojo. Tiene ojo clínico. Escritores como Wolfgang Dietrich e Ingeborg Bachmann, celebran la figura de Miriam.

Rut: la forastera

En la Biblia, Rut encarna el arquetipo de la forastera. Su imagen arquetípica transpira misterio. En la Edad Media inspiraban miedo. En los tiempos de la persecución de brujas, muchas mujeres tuvieron que sufrir que los varones, por miedo a lo desconocido que hay en la mujer, las demonizaran y las acusaran de brujería y acabar con ellas.

“Que los sacerdotes y las monjas participaran en la persecución de brujas es una mancha en la historia de la Iglesia”, coinciden Jarosch y Grun.

Sara: la risueña

Sara personifica a la mujer risueña, en la Biblia. La risa conlleva siempre un sentimiento de superioridad sobre las cosas. Reír es una manera de elevarse por encima de las cosas, en vez de dejarse hundir por ellas.

Tamar: la mujer indomable

El arquetipo de la mujer indomable despierta en las mujeres un eco ambivalente. La mujer indomable no se deja determinar desde fuera. Vive desde su interior. No se adapta a las normas que otros le prescriben. Viven según su propio criterio. Tamar, el arquetipo bíblico de la mujer indomable es mujer segura de sí misma que, valiéndose de un ardid, se libra por sí misma del apuro.

“En los relatos bíblicos, el comportamiento de Jesús con las mujeres es claro e inequívoco: no menosprecia ni empequeñece a las mujeres. No les imparte lecciones de moral cuando se apartan de las normas sociales. Las aprecia en su valor femenino, las lleva a estimarse a sí mismas. De ese modo, transforma sus vidas”.

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