Desgarra, Patria mía, el manto que vilmente,
sobre tus hombros puso la bárbara cueldad;
levanta ya del polvo la ensangrentada frente,
y entona el himno santo de unión y libertad.
Levántate a ceñirte la púrpura de gloria
¡oh tú, la predilecta del mundo de Colón!
Tu rango soberano dispútale a la historia,
demándale a la fama tu lauro y tu blasón.
Y pídele a tus hijos, llamados a unión santa,
te labren de virtudes grandioso pedestal,
do afirmes para siempre la poderosa planta,
mostrando a las naciones tu título inmortal.
Y deja, Patria amada, que en el sonoro viento
se mezclen a los tuyos mis himnos de placer;
permite que celebre tu dicha y tu contento,
cual lamenté contigo tu acerbo padecer.
Yo ví a tus propios hijos uncirte al férreo yugo,
haciéndote instrumento de su venganza cruel;
por cetro te pusieron el hacha del verdugo,
y fúnebres cipreces formaron tu dosel.
Y luego los miraste proscritos, errabundos,
por playas extranjeras llorosos divagar;
y tristes y abatidos los ojos moribundos
te ví volver al cielo cansados de llorar. A la Patria (fragmento) Salomé Ureña de Henríquez
Ya pasó el 26 de enero de este año, como ya es costumbre, se inicia el mes de la patria, que finaliza para algunos el 27 de febrero, con la celebración del grito libertario en la Puerta del Conde, y para otros el 9 de marzo, cuando se celebra un aniversario más del natalicio de Sánchez.
Y no sé por qué, con el inicio de este mes de la patria, me siento triste, nostálgica, desanimada. Como hago siempre, cuando los sentimientos nublan mi razón, recurro a la poesía. Y sin quererlo, volvieron a mí las poesías de la gran Salomé Ureña hablando de la patria, un fragmento del cual engalana este artículo.
Tú sabes cuántas veces con tu dolor aciago
lloré tu desventura, lloré tu destrucción, [2]
así cual de sus muros la ruina y el estrago
lloraron otro tiempo las hijas de Sión.
Y sabes que, cual ellas, colgué de tus palmares [3]
el arpa con que quise tus hechos discantar,
porque al mirar sin tregua correr tu sangre a mares
no pude ni un acorde sonido preludiar. A la Patria (fragmento), Salomé Ureña de Henríquez. (1874)
Entonces recordé las preguntas que atormentaban a Salomé constantemente: ¿Qué es la patria? ¿Para qué sirve la patria? Su patria amada la atormentaba. Su alma estaba angustiada por el derrotero que asumía. El siglo XIX era un polvorín de violencia, golpes de estados, imposiciones de gobiernos ilegales e ilegítimos, y al ver estas situaciones, y en acto de desesperación escribía poesías. Mi Ofrenda a la Patria escrita en abril de 1887, al calor de los conflictos entre Lilís y Casimiro N. de Moya:
¡Hace ya tanto tiempo…! Silenciosa
sí, indiferente no, Patria bendita,
yo he seguido la lucha fatigosa
con que llevas de bien tu ansia infinita.
Ha tiempo que no llena
tus confines la voz de mi esperanza,
ni el alma, que contigo se enajena,
a señalarte el porvenir se lanza.
He visto a las pasiones
levantarse en tu daño conjuradas
para ahogar tus supremas ambiciones,
tus anhelos de paz y de progreso,
y rendirse tus fuerzas fatigadas
al abrumarte peso.
¿Por qué, siempre que el ruido
de la humana labor que al mundo asombra,
recorriendo el espacio estremecido
a sacudir tu indiferencia viene,
oculta mano férrea, entre la sombra,
tus generosos ímpetus detiene? (…) fragmento
La patria se ha convertido en la preocupación de nuestros sensibles poetas. Pasó el siglo XIX con la muerte de Lilís. Llegó el nuevo siglo con nuevos enfrentamientos de los caudillos de turno. Luego la Primera Guerra Mundial, la Ocupación Norteamericana en 1916. Horacio Vásquez el caudillo aliado de los Estados Unidos que es derrocado por Trujillo, iniciándose las tres décadas de terror y dolor.
El poeta nacional, nuestro Pedro Mir, escribió “Si alguien quiere saber cuál es mi patria”, un verdadero canto al dolor, la ansiedad, y la tristeza al constatar el camino de su tierra amada.
Si alguien quiere saber cuál es mi patria
no la busque,
no pregunte por ella.
Siga el rastro goteante por el mapa
y su efigie de patas imperfectas.
No pregunte si viene del rocío
o si tiene espirales en las piedras
o si tiene sabor ultramarino
o si el clima le huele en primavera.
No la busque ni alargue las pupilas.
No pregunte por ella.
(…)
No, no la busque.
Si alguien quiere saber cuál es mi patria,
no pregunte por ella.
No quiera saber si hay bosques, trinos,
penínsulas muchísimas y ajenas,
o si hay cuatro cadenas de montañas,
todas derechas,
o si hay varios destinos de bahías
y todas extranjeras.
Siga el rastro goteando por la brisa
y allí donde la sombra se presenta,
donde el tiempo castiga y desmorona,
ya no la busque,
no pregunte por ella.
(…)
Si alguien quiere saber cuál es mi patria,
lo diré en una tarde americana.
Cuando el mundo se quite la cabeza
y le arranque la espina innominada.
Cuando el hilo de todas las fronteras
teja como una alfombra todas las patrias.
Y una risa inmensa
recorra las montañas
y haga huir como murciélagos despavoridos
a los acorazados con sus arrogancias,
con su larga cadena de oprobio
que une nuestras gargantas
y nos saca en sangre pulpa
las tierras perfumadas…
(…)
Y el día en que estalle
la libertad suprema y soberana,
procure estar bien cerca y bullicioso
porque habrá una gran patria,
una grande, inmensa, inmóvil patria para todos
y no habrá ni un país para estas lágrimas…
Don Héctor Incháustegui escribió un hermoso y doloroso poema “Canto triste a la patria bien amada”. Era otro lamento, otro grito desgarrado por su suelo herido y maltratado. Lloraba a través de sus palabras sobre el destino heredado y vociferaba a los cuatro vientos su gran deseo de que su terruño querido transitara por caminos de felicidad y de justicia…
Patria…
y en la amplia bandeja del recuerdo,
dos o tres casi ciudades,
luego,
un paisaje movedizo,
visto desde un auto veloz:
empalizadas bajas y altos matorrales,
las casas agobiadas por el peso de los años y la miseria,
la triste sonrisa de las flores
que salpican de vivos carmesíes
las diminutas sendas. (…)
Patria,
jaula de bambúes
para un pájaro mudo que no tiene alas,
Patria,
palabra hueca y torpe
para mí, mientras los hombres
miren con desprecio las pies sucios y arrugados,
y maldigan las proles largas,
y en cada cruce de caminos claven una bandera
para lucir sus colores nada más…
Mientras el hombre tenga que arrastrar
enfermedades y hambre,
y sus hijos se esparzan por el mundo
como insectos dañinos,
y rueden por montañas y sabanas,
extraños en su tierra,
no deberá haber sosiego,
ni deberá haber paz,
ni es sagrado el ocio,
y que sea la hartura castigada…
Mientras haya promiscuidad en el triste aposento campesino
y sólo se coma por las noches,
a todo buen dominicano hay que cortarle los párpados
y llevarle por extraviadas sendas,
por los ranchos,
por las cuevas infectas
y por las fiestas malditas de los hombres…
Y hoy, yo también lloro por mi patria. Mi dolor es tan grande, tan profundo, tan doloroso que se ha ahogado mi inspiración. Hoy no puedo ni siquiera escribir. Me refugié en los poemas de esos grandes poetas, porque hoy estoy tan ahogada que no fluyen las palabras. Mis dedos están detenidos. Mis dedos lloran. Triste por esta patria desgarrada por depredadores a quienes no les importa el presente ni el futuro. Gracias Doña Salomé. Gracias Don Pedro. Gracias Don Héctor por regalarme sus palabras.