En este país no hay justicia

En este país no hay justicia

Bonaparte Gautreaux Piñeyro

Papá era sordo y maestro de música, compositor, director de bandas de música y dueño y conductor de orquestas, sin embargo, cuando a un músico nuevo se le ocurría tocar un semitono de semifusa, para probar el oído de su Maestro, el viejo de inmediato detenía el ensayo y amonestaba duramente al ejecutante que cometía aposta el desaguisado.

En una palabra, tanto en música, como en la vida común, hay errores y “horrores”. El intento de burla del músico, de reciente ingreso al grupo, se veía frustrado: la sordera de papá no era total o era selectiva, vaya usted a saber. Lo cierto es que el hombre vino por lana y salió trasquilado.

Así, como el músico de marras, hemos quedado en el juicio contra los acusados de corrupción a partir de relaciones de trabajo con la corruptora firma brasilera Odebrecht.

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Fue sometido a la justicia un grupo de ciudadanos bajo la acusación de la comisión de actos de corrupción.

La parafernalia de publicaciones y el interés de los medios de comunicación fue menor que el impacto en el ciudadano del común, del lee periódicos, del escucha radio y del televidente, así como la atención prestada por el pueblo llano: se iba a hacer justicia, ¡al fin!

Lo primero fue que empaquetaron a un grupo de personas entre las cuales había ciudadanos de irrefutable crédito y de probada seriedad en el manejo de fondos públicos; algunas de esas personas aún sufren problemas sicológicos a resultas de la infamia a la que fueron sometidos con el sometimiento por corrupción.

El caso ocupó la atención de la mayor parte de la opinión pública, a juzgar por encuestas aplicadas entonces.

A medida que se fueron conociendo las acusaciones y se desglosaron los dardos envenenados del Ministerio Público, se fue desenmarañando el asunto y uno hoy y otro mañana, el número de acusados disminuyó en un abrir y cerrar de ojos.

Finalmente, varios años después y nadie sabe cuánta tinta embarró los periódicos, cuántas horas de radio y cuántos kilómetros de cintas, quedaron dos acusados.

El caso llega a la Suprema Corte de Justicia y, finalmente, hay un veredicto: el Ministerio Público no sustentó, debida y legalmente las acusaciones y las personas fueron dejadas en libertad.

En este momento se piensa en el abuso de poder que significa organizar una acusación sin pruebas con fines de dañar reputaciones, desviar la atención pública frente a problemas políticos y además ¿Quién devuelve a los acusados maliciosamente, la angustia que sufrieron y la de sus familiares; ¿Eso se queda así; como si nada? Pues entonces es verdad, se confirma nuevamente: en este país no hay justicia.