Adaptarse a la realidad de ingresos cambiantes y precios ascendentes a veces es de mucho desafío para quién esté aprisionado en rigideces salariales. A falta de indexación para agrandar el poder de compra y llevarlo a la realidad de lo que han pasado a valer los plátanos y otros alimentos, los únicos ajustables vendrían a ser el apetito y las necesidades de calorías y proteínas sobre los cuales la fuerza de voluntad puede poco y mucho menos la billetera.
El organismo suele hacerse el desentendido a pesar de que no es de ahora que la inflación da lecciones y ya las tripas deben estar curtidas por una «frugalidad impuesta» que otros preferirían llamarle hambre.
Por eso existen las acideces gástricas. Sucede que las glándulas secretoras preparan a sus dueños para específicos volúmenes de comestibles. Un comportamiento químico irritador de paredes de cavidades que les luciría en el Primer Mundo, no en el Tercero donde la inanición es más corriente.
También ocurren los desvanecimientos asociados a escasa nutrición y surgen la falta de concentración en la ideas y de atención al prójimo que nos habla. Aparecen los niños que no se aprenden la lección porque llegan a las aulas con déficits de desayuno. De un huevo para cada infante mellizo se pasa a la reducción drástica de una mitad por cabeza. Los que se han vuelto indivisibles son los panes barriales. Los panaderos son de transmisión automática y mientras más cara se pone la harina, menor es el tamaño de su mercancía aunque los precios tiendan a crecer.
Soñar, o hacer cerebro, con un buen filete encebollado y papas a la juliana, mientras los bolsillos gritan por falta de contenido, manda un mensaje equivocado a otras partes del cuerpo humano. El hígado se prepara para unas asimilaciones que no vienen al caso y el píloro despierta más temprano presumiendo que pronto tendría que abrirse para una avalancha digestiva de origen animal. Luego el señor que contiene todos esos féferes y poca plata para comprar, lo que manda para adentro es un desvencijado puré de musáceas con dos ruedas de salchichón.
Si los órganos internos tuvieran el espíritu combativo de algunos dirigentes sindicales, las revoluciones siempre comenzaran entre un riñón y otro. En pleno vientre, ciego y sordo, que a horas fijas llama a comer sin saber que fuera de él la vida se ha vuelto más cara de la cuenta. Los gruñidos viscerales, que suelen emerger por retrasos en las ingestas de cualquier persona, se parecen ciertamente, al atenuado rumor malapalabroso de multitudes disgustadas.
La falta de fibras para los procesos de digestión, usualmente relacionada a exiguas dietas de composición arbitraria por la falta de liquidez de quien no necesita rebajar, vuelve un lío a la pareja formada por tramos intestinales. La escasez de «materiales» para sus funciones ordinarias les causa abulia o propensión al sedentarismo, al extremo de no querer soltar aquello poco que ingresó a sus espacios. Visto está que las abstinencias (voluntarias u obligadas) que privan de solidez la alimentación, reducen notablemente las visitas al baño.
Estreñimientos que, a decir verdad, pueden provenir también de la abundancia refinada. Exquisiteces al comer que apenas hacen bulto al nutrir sin arrugas a los potentados. En algún momento del día los ricos y los pobres podrían parecerse. Por lo menos en el esfuerzo por deshacerse de subproductos internos.