Pese a los nobles esfuerzos de los celosos miembros de la nacionalidad que forman parte del Instituto Duartiano para proteger nuestras raíces, existe una corriente graciosa de un sector muy importante del Gobierno empujando a un acercamiento más estrecho con nuestros ancestrales vecinos rivales.
En pocos años se ha ido entronizando un movimiento haitianizante que se manifiesta no solo por la masiva presencia de miles de haitianos enquistados en todos los rincones del país en especial donde hay mayores oportunidades de trabajo, sino que en la desolada zona fronteriza allí llega esa prolífica raza de mujeres de ubres preñadas de leche desplazando de las escuelas a la escasa población escolar dominicana.
Y en las manifestaciones culturales ya las raíces haitianas están siendo muy destacadas, imponiendo como un valor nativo las manifestaciones del gagá o de los congos. Ya no son de la existencia provisional los bateyes, que fueron temporales para el alojamiento de los cientos de braceros haitianos que venían para el corte anual de la caña en las llanuras del Este desde el río Ozama hasta Cabo Engaño. En teoría terminada la zafra todos esos obreros temporeros se devolvían a su territorio occidental de la isla. Y los habitantes de Baní, Azua, San Juan, etc. veían cómo pasaban los camiones y luego autobuses cargados de los haitianos que con sus ahorros y bultos al hombro retornaban a su país para luego prepararse y regresar para la zafra siguiente.
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Tal era la costumbre hasta que decapitada la dictadura de Trujillo en 1961 todo se descarriló. Y el país se volvió un desorden y un afán de hacer negocios con la desgracia de los braceros que comenzaron a ocupar los bateyes de manera permanente. Varios de esos bateyes adquirieron, por maniobras de los políticos buscando ventajas y beneficios, en notables municipios que como Boyá o Consuelo son pujantes comunidades municipales.
Esos municipios son canteras apreciables de atletas que con la bandera tricolor en el pecho compiten airosamente en las pistas internacionales llenando de orgullo a su patria adoptiva. Unos por nacimiento y otros por adopción forman parte de una nación multirracial de asombrosa mezcla simbiótica.
Con la actitud complaciente de las autoridades, y evidenciando una notable aceptación de todo lo que llega del otro lado de la frontera, se ha ido formando una corriente oficial muy pro haitiana que le da seguridades a los miles de haitianos asentados en el país la seguridad que en pocos años sus ilegalidades serán cosa del pasado. Podrían ser objeto de escogencias como candidatos a los cargos electivos más variados y en donde nuestra devoción a la Virgen de la Altagracia se consolidaría como la patrona de ambos pueblos de la isla.
Y lo anterior se confirma como cada año la masiva asistencia de haitianos residentes, y los que llegan de su país, abarrotan las áreas verdes de la Basílica a la espera de la llegada de la hora para los oficios religiosos en creole y así darle servicios a una población devota de la Virgen que va en aumento.
Esos feligreses del lado occidental de la isla, e incluso los que son residentes locales, trasladan sus singulares costumbres, en donde la higiene no es un atributo para los jardines de la Basílica.