En México, sobrevivientes narran increíbles huidas del sismo

En México, sobrevivientes narran increíbles huidas del sismo

CIUDAD DE MÉXICO .— La rama de un árbol protegió a un mecánico del derrumbe de un edificio donde murieron una docena de compañeros durante el sismo que remeció el centro de México la semana pasada. Una bofetada en la cara despertó a un aturdido padre, que corrió a poner a salvo a su hija, herida de gravedad.

Vecinos, compañeros de trabajo y peatones liberaron a los afectados de las garras de la muerte y taxis, autos privados e incluso autocares los trasladaron hasta los hospitales.

Entre las interminables tragedias provocadas por el sismo de magnitud 7,1 que causó más de 300 muertos, hay increíbles historias de supervivencia.

Conrad Vázquez Martínez, un mecánico de 67 años, estaba en el tejado del laboratorio de cuatro plantas en el que trabajaba en el vecindario de Roma Norte, en la Ciudad de México, cuando la tierra comenzó a temblar a mediodía del 19 de septiembre.

“Cuando quise correr para ver a la gente, (el edificio) se colapsó detrás de mí”, recordó Vázquez Martínez el miércoles, tendido en una cama del hospital Magdalena de las Salinas, donde se recupera de una cadera y una pierna rotas. “Corrí y corrí y de otro brinco llegué a la rama pegada al edificio”

En alguna ocasión había hablado con un compañero sobre esa rama. “El día que haya un problema aquí, por allí nos brincamos”, relató. “Lamentablemente, era vieja y se rompió”.

Pero Vázquez Martínez nunca se soltó de la rama, que resultó ser su salvavidas. Cayó a una más baja y de ahí a la vereda, delante de un edificio cercano, rompiéndose la cadera y una pierna. Y entonces ocurrió un segundo milagro: La barandilla de un balcón se desprendió sobre él protegiéndolo en parte del impacto directo de los escombros.

La rama del árbol, que todavía llevaba agarrada con una mano, abrió un agujero entre los restos por el que pudo respirar.

El balcón “tenía una malla” por lo que las placas de concreto no caían directamente sobre él, apuntó. Cuando los escombros dejaron de caer, “yo me esponjaba, pero cada vez las losas me asentaban más, me planchaban más. Cada vez sentía más pesada la losa”

Con la cara, la boca y la nariz llenas de escombros, Vázquez Martínez se dio cuenta de que el garrafón de agua que tenía en el tejado había caído cerca. “Dios es tan lindo, que hasta el agua me llegó“.

Llamó y chifló, y finalmente, sus compañeros de trabajo lo encontraron y lo sacaron a la superficie.