El papa Francisco dijo recientemente que los musulmanes deberían ser considerados por los cristianos católicos como socios junto a los cuales cabe construir una convivencia pacífica para cortar el paso a los fanáticos enemigos del diálogo y a su vez estimular a los estudiantes de teología cristiana a educarse en el diálogo con el Judaísmo y el Islam para entender las raíces comunes y las diferencias de nuestras identidades religiosas contribuyendo de manera eficaz a la construcción de una sociedad que aprecie la diversidad y favorezca el respeto, la fraternidad y la cohabitación pacífica.
Para eso se requiere asomarse a las raíces del mundo islámico, admirar su riqueza cultural e histórica que despierte un asombro nuevo en el contexto de la cerrazón mental en que hemos sido educados los cristianos.
La cultura árabe se ubicó en Arabia, una península situada entre el mar Rojo y el golfo Pérsico, suroeste de Asia. Hasta el siglo VII la península solo era un lugar de paso de las rutas de caravanas que venían de oriente trayendo especias, sedas y otras mercancías. Los árabes que habitaban la península eran de raza semita, la mayoría beduinos: nómadas dedicados al pastoreo y una agricultura primitiva.
En el año 570 nace Mahoma. Se inició en el cristianismo y el judaísmo. A partir del 610 empezó a predicar una nueva religión. Esta religión reconocía un único Dios: Alá. En el 632 huye de la Meca a Medina. A esta huida se llamó la Hégira. A partir de ahí empieza la Era Islámica que inició el almanaque de los árabes. La inspiración de Mahoma que produjo el CORÁN lo inicio a los 40 años de edad, o sea en el ano 610, que según la tradición fue inspirado por el arcángel Gabriel, quien le comunico las revelaciones de Alá, proceso que duró esos años hasta su muerte en el año 632 de la Era cristiana.
Las conquistas de Mahoma para implantar el islam se extendieron por gran parte de Asia, norte de África y la península Ibérica. El islam unió al pueblo árabe y lo lanzó a una rápida expansión militar entre los siglos VII y VIII. A la muerte de Mahoma la dirección del islam paso a los Califas. Los musulmanes se apoderaron del norte de África, Siria, Palestina y el Imperio Persa y más tarde se expandieron hasta el Rio Indo y el Turquestán. En sus altas y bajas los árabes asimilaron las culturas de los pueblos sometidos creando una cultura propia, síntesis de valores orientales (persas, indues y chinos) y clasico-helenisticos recogidos de Bizancio. Se aliaron a culturas milenarias como los babilonios, persas y griegos infiltrando y enriqueciendo su lengua que se convirtió en idioma de otras religiones, de la literatura, de la ciencia, la medicina y las ciencias políticas y jurídicas, ya que los países conquistados adoptaron el árabe como lengua.
Bernard Lewis, un clásico especialista en el mundo árabe, refiriéndose a la lengua de esta cultura dice lo siguiente: «El árabe es una de las grandes lenguas de la civilización y de la historia humana. Como el hebreo, es una lengua de relación, de sagradas escrituras veneradas por cientos de millones de creyentes. Como el griego fue una lengua de la ciencia y la filosofía que proporcionó los textos básicos e incluso el vocabulario conceptual de una civilización entera. Como el latín fue la lengua de la ley y el Gobierno y la fuente de las ideas y el vocabulario de estos campos; como el francés, el modelo de gusto y elegancia por esa misma civilización. Como el francés y el inglés, ha sido la lengua de la cultura y el comercio, de la ciencia y la política, del amor y de la guerra. E incluso hoy en día como el inglés y el español, es la herencia que comparten muchas naciones y el hilo que enlaza una asociación cultural e intelectual que trasciende las berreras nacionales, regionales e ideológicas.»
El Islán tiene raíces muy íntimas con la Biblia al igual que la civilización judeo- cristiana. Se entronca al igual que Isaac, con Ismael, ambos hijos de Abraham (padre de todos los creyentes), el primero hijo de Sara (la esposa) y el segundo hijo de la esclava. Mahoma tuvo un gran respeto y veneración por Jesús, a quien reconoció sus credenciales de profeta.